05 agosto 2006

Adiós a Elisabeth Schwarzkopf

Llevaba tres años viviendo en Schruns, en plenos alpes suizos. Allí celebró su último cumpleaños el pasado 9 de diciembre y allí falleció en las primeras horas del pasado jueves, 3 de agosto. La casualidad, posiblemente, ha hecho que Elisabeth Schwarzkopf cumpliera noventa años a las puertas del aniversario, uno más, del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart, y que lo hiciera, además, rodeada del paisaje alpino y nevado que también acompañó en sus últimos días a Richard Strauss en su casa de Garmisch (Alemania). Ambos han sido, sin duda, los compositores más importantes de su carrera como cantante.
Nacida en Jarocin, hoy en territorio polaco, pero que entonces formaba parte de Alemania, estudió en Berlín y Leicester. Inició su trayectoria profesional en la Staatsoper de Berlín para luego cantar en la Staatsoper de Viena, la Royal Opera House de Londres y La Scala de Milán. En la capital alemana pasó la época de la guerra. El fantasma del nazismo también persiguió a la Schwarzkopf, como también sucedió con Karajan o Fürtwangler. La propia cantante admitió, tras su retirada en 1971, que pidió el ingreso en el partido nazi con 24 años, pero que en aquellos momentos, era una obligación para todo aquel que quería conservar su trabajo en la Ópera de Berlín. Aquello le deparó una buena polémica, hasta el punto de que The New York Times la calificó como la «diva nazi».
Sin embargo, se le concedería la ciudadanía británica en 1992 y sería condecorada por la reina Isabel II como reconocimiento a su carrera, que estuvo unida a Londres desde que en 1951 se casara con el productor Walter Legge, insigne director artístico de la discográfica EMI. Su marido fue el responsable de que los caminos de Karajan y Schwarzkopf confluyeran y de que aquella maravilla que fue la Philarmonia Orchestra consiguieran dejarnos en disco una colección de referencias absolutas de todo el repertorio clásico. Elisabeth Schwarzkopf protagonizaría muchas de ellas, como las páginas straussianas de Der Rosenkavalier, con Karajan, o Vier Letze Lieder, con George Szell. Pero también sin olvidarnos de su extraordinaria faceta liederística, con compositories como Schubert o Wolf.
En la memoria de muchos aficionados permanecen sus personajes, a los que confería un carácter y una forma de cantar distintos. «El oído es tu instrumento más importante cuando haces música», decía, y por ello has de estar pendiente del sonido: «el cantante tiene que incorporar la persona correcta a ese sonido; no tu persona sino la que Mozart quería oír». Así llegó a cantar, de manera irrepetible, papeles que quedarán para la historia como la Marschallin, de Der Rosenkavalier («Todo lo que necesitas saber sobre la vida está en esta ópera», decía), Fiordiligi, de Cosí fan Tutte, la Contessa, de Le Nozze di Figaro, o Donna Elvira, de Don Giovanni.
Elisabeth Schwarzkopf poseía una voz dotada de un timbre único, rico en matices, que se caracterizaba por una extrema delicadeza en los portamenti . Aficionados de todo el mundo siguen deleitándose con ella gracias a los discos. Ellos son su gran legado inmortal.
Lecturas complementarias:
Obituario en The New York Times
Opera News, la revista del Metropolitan Opera House de Nueva York, le visita el pasado enero con motivo de su 90 cumpleaños. Posiblemente sus últimas palabras a un medio de comunicación.
Texto: Felipe Santos
Fotos: EMI

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