13 septiembre 2008

Punk Journalism

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La Editorial Mondadori inicia su andadura literaria de este otoño con la publicación de la nueva novela de Robert Juan-Cantavella, un autor que ya ha merecido reconocidos elogios por parte de la crítica con su anterior libro, Proust Fiction, y que fue jefe de redacción de la extinta revista de cultura Lateral.

La nueva novela, El dorado, relata las peripecias del reportero Escargot, personaje que aparece ya en un relato de su anterior libro y en diversos reportajes periodísticos a modo de alter ego. La historia comienza cuando le encargan un artículo sobre el complejo turístico Marina D’Or; allí empieza una truculenta aventura personal y periodística que continúa en Valencia con la visita del Papa y acaba en la ciudad de Berlín. 

Con el fin de fomentar la lectura de esta obra, hemos solicitado al autor el permiso para  publicar en Dosdoce un breve ensayo incluido en el libro (págs. 187-191) sobre el Punk Journalism, la causa en la que milita el protagonista de esta novela. El Dorado es pura literatura en directo.

Punk Journalism

El nombre masculino portaje se refiere a los incómodos impuestos que uno debía pagar en la Edad Media si quería pasar por ciertos sitios. En este caso por una puerta. Si en cambio se trataba de un puente, la extorsión recibía el nombre de “pontaje”, etc. En el mismo diccionario verás que “re-”, utilizado como prefijo, significa repetición o movimiento hacia atrás. También que “a-”, utilizado como prefijo, denota negación. Según esto, al decir re-portaje estaríamos pidiendo la repetición de un gravamen, de un tributo, de una imposición. De un retroceso. En cambio el a-portaje negaría esa exigencia, escaparía a su poder. No pasaría por la puerta. El aportaje estaría estafando al estafador.

En efecto, un aportaje no es un reportaje. En el aportaje no existe el pacto de veracidad que rige los designios del reportaje periodístico. Establecido entre el periodista y el lector, semejante horterada compromete al primero con la veracidad de la información ofrecida al segundo, de tal forma que si se respeta la etiqueta y el periodista actúa con recato y diligencia, antes siquiera de leer el texto el lector ya sabrá que lo que se le va a contar es cierto, que el periodista estuvo allí donde escribe haber estado y que vio con sus propios ojos las cosas que cuenta haber visto, y que ha comprobado, en la medida de sus posibilidades y las de google, la información que toma prestada de otras fuentes. De modo que cuando el lector se enfrenta a un texto de estas características confía en que cuanto le van a contar es la realidad y no una ficción.

En el aportaje, en cambio, este pacto no existe. El lector se enfrenta al aportaje sin tener la seguridad de que todo lo que va a leer es cierto. Esto no quiere decir que todo lo que vaya a leer sea mentira. De hecho, en un sentido profundo significa lo contrario. Lo que cambia es la actitud, y la actitud del lector que se enfrenta a un aportaje no está basada en la confianza, como sucede con el reportaje, sino en la sospecha. Al lector de un aportaje no le está dado saber de antemano si lo que van a contarle sucedió en realidad. No lo ampara ningún compromiso burocrático de fiabilidad que obligue al escritor a certificar la autenticidad de lo que cuenta. Es más bien un pacto entre caballeros. Lo cual tampoco excluye que el escritor sostenga con uñas y dientes que en realidad sí estuvo allí. Es mucho más fácil. Quiere decir que el lector está obligado a desconfiar cada vez y hacerse a la idea de que quizá llegue al final del aportaje sin una respuesta. O no exactamente una respuesta.

Si quien escribe un bis-portaje dice haber estado en la visita que con motivo del Encuentro Mundial de las Familias se montó el Papa en Valencia en julio de 2006 y cuenta lo que vio allí, el lector debería estar casi seguro de que el relato será veraz. En cambio, cuando el lector de un aportaje se encuentra en idéntica situación no puede aspirar a la misma certeza. Quizá el escritor estuvo allí o tal vez se lo esté inventando. En un aportaje la veracidad de un hecho de estas características nunca depende de algo tan grosero como un pacto alevoso entre el escritor y el lector. Es mucho más complejo y también más sencillo. Debe quedar demostrado en la escritura. Eso es todo. Tanto el lugar como lo que sucedió, el quién y el cómo. En el aportaje no cabe la más mínima certeza y tampoco hay lugar para la confianza. Por eso el lector de un aportaje está desamparado y duda.

Un aportaje no es sólo una mentira, también es una verdad. No falsifica aunque sí samplea. No miente. No es eso exactamente. Escribe sobre una cosa diferente a la que dice contar, eso es todo. O mejor, hace las dos cosas. Dicho de otro modo, el escritor siempre aporta a los hechos sucedidos otros que no existieron tanto. Los asea. Les da un nuevo uso. Nada más que eso.

Conéctate a la página de la RAE. ¿Ya? Ahora busca la definición de abordaje. Acción de abordar un barco a otro, especialmente con la intención de combatirlo. Eso es. Ahora cambia el barco abordado por la aventura que me dispongo a contarte, y las dos tibias de la bandera por un par de bolis. Ahí tienes una buena ilustración de la actitud del aportaje, de sus métodos.

A cosas parecidas se les ha llamado de todo: periodismo subjetivo, novela periodística, gran reportaje, novela-documento, paraperiodismo, novela de no-ficción, periodismo enloquecido, experimento fallido de periodismo gonzo, mentira, despropósito, y en términos generales, New Journalism, que a estas alturas y para evitar confusiones parece más correcto llamar Old Journalism. Pero acerquémonos un poco más. Sabemos que en aquel fabuloso subproducto de los sesenta, el Old Journalism, estaba implicada la mirada transformadora del escritor, quien contaba la noticia desde dentro con cierta libertad estilística. Sabemos que en el Gonzo Journalism, como forma bastarda del Old Journalism, además de la mirada también estaba implicado el cuerpo del escritor, que se inmiscuía en la jugada para distorsionar sin un propósito demasiado concreto la realidad que se disponía a contar. En ese aspecto concreto, y en la utilización lúdica de drogas como herramienta de trabajo, el Punk Journalism es a su vez una forma bastarda del Gonzo Journalism. Aunque hay una diferencia. Aquellas nuevas formas de escribir que caen bajo el paraguas del Old Journalism se caracterizaron por la utilización desde el periodismo de recursos narrativos propios de la novela y el relato, con el propósito, básicamente, de recrear una situación en lugar de contarla. Y los procedimientos que con este fin se importaron de la literatura tenían que ver con el realismo, con la gran tradición de Realismo Norteamericano. En cambio, en el caso del Punk Journalism no sólo se importan las elegantes trampas de la narración realista sino también otras menos respetables que tienen que ver con la pura fabulación, la parodia maliciosa, la mentira sincera, la especulación camicace, el despropósito gratuito, la irresponsabilidad meditada, etc… o lo que viene a ser lo mismo, el Punk Journalism también trafica con mentiras porque sabe que lo que está diciendo es verdad. 

El Old Journalism tenía un objetivo, la fotografía, ser tan veraz y lúcido como una buena fotografía, escribir una instantánea de la realidad donde el estilo literario quedase impreso en el texto a través del encuadre. Y en cierto sentido el Punk Journalism hace lo mismo, también toma una foto. Pero resulta que cuarenta años más tarde aquella fotografía y ésta son cosas muy diferentes, y ahí está la diferencia entre el Old Journalism y el Punk Journalism. Cuando la televisión todavía era en blanco y negro y lo de ir a la luna no le parecía a nadie una chorrada, una fotografía significaba una imagen fija e inamovible, era una fuente de autoridad y en ella se veía un reflejo de la realidad. En cambio hoy en día una fotografía es un archivo digital que con el photoshop puede convertirse en cualquier otra cosa. Es materia prima informativa para un alevoso proceso de postproducción y no constituye tanto un reflejo como un hackeo de la realidad. En el caso de este libro, por ejemplo, cada personaje es absolutamente real y todo parecido con la ficción de los hechos, una casualidad maravillosa.

Alguien podrá replicar que la postura del Punk Journalism es viciosa porque se hace con el bonus track del periodismo (en su trato privilegiado con la realidad y las cosas ciertas) y al mismo tiempo maneja trampas propias del cuento, la patraña, la serie B y en general de la mentira… y habrá acertado. Sí señor. ¡Un peluche para el caballero! Eso sí, hay algo más cierto y todavía mucho más sencillo, se trata de ir allí y contarlo, pero vale, en cualquier caso es cierto, existe un fraude, alabado sea el señor, y sí, también es verdad, se trata de periodismo con trampas. Así que le pido cortésmente a los miembros de la iglesia de la veracidad que cierren este libro y se lean mejor uno sobre la guerra de Irak y acepto, a continuación y por escrito, mi torpe responsabilidad en su justa indignación:

Vale.

Ciao.

Sigamos.

He sabido que en algún sitio hay un manual guardado bajo siete sellos. Lo protegen rayos y truenos y en él está escrito cuál es el modo correcto y admisible de combinar periodismo y literatura, la fórmula química de esa rara verdacidad y hasta la posología del compromiso. Cuentan que allí se dice que es lícito y bonito escribir periodismo de una manera aliterariada, pero que si la medida supera no sé qué límite misterioso y mágico, si se llena demasiado el vaso, ¡pluf!, el cielo cae sobre nosotros y aquello deja de ser periodismo para convertirse en otra cosa. Voilà! Eso es el Punk Journalism, el periodismo sin carné que deja de serlo por abandono a la ficción en sus manifestaciones menos fiables.

Lo cierto es que sólo hay un modo de conocer lo qué sucedió realmente en mi viaje tras de El Dorado. Tendrías que haber venido conmigo. Al hacerlo desactivarías este artificio textual, pero ¿y qué?, conocer la verdad tiene su precio y mi viaje ya no sería el mismo de haberme acompañado tú. Para empezar sería nuestro viaje, lo cual es muy distinto, y eso significaría enredarse en una absurda paradoja existencial que tampoco te permitiría llegar a averiguar lo que sucedió realmente. Una pena.

El tema es que en lugar de esa verdad-verdadera-te-lo-juro-por-snoopy sólo tienes estas páginas. Podría darte mi palabra de que lo que vas a leer en ellas es un reflejo de lo que sucedió, poner a todos los santos por testigos, pero no serviría de nada. Y no tengo la intención de tratarte como a un niño. Es lo de siempre, nada más. Un tipo se va a un sitio y motivado por cualquier anomalía psíquica o quizá alguna carencia afectiva o a tanto por palabra, va y decide contarlo.  

No se trata de fallar pero sí de estar dispuesto a hacerlo. No mentir, no se trata sólo de eso, o por lo menos no mentir demasiado… total para qué. No fracasar, aunque también. Se trata de escribir respetando una única condición. Ir allí y contarlo. Salir en busca de El Dorado y traer ante tus ojos cuanto suceda mientras tanto, sin ninguna clase de papeles que lo acrediten y como buenamente me sea posible. Así que, estimado lector, indefenso, triste y despactado, voy a inocularte a bocajarro una buena dosis de realidad deslumbrada o de periodismo diferido o de costumbrismo malversado o de literatura en directo, como prefieras. Tú decides.  

Escargot  Barcelona, 30 de junio de 2006

Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) es autor de las novelas El Dorado (Mondadori, Barcelona, 2008) y Otro (Laia Libros, Barcelona, 2001), y del libro de relatos Proust Fiction (Poliedro, Barcelona, 2005). Trabaja como traductor y periodista. Vive en Barcelona.

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