Cultura Circular

Imagen de Tran Thao An en Pixabay
Vivir en Río de Janeiro me devolvió a los espacios de lectura. No sólo a las librerías y bibliotecas en sí, sino al hábito de circular por esos ambientes -profesional y personalmente-con tiempo, con curiosidad y, sobre todo, con deseo de intercambio.
Volver a frecuentar esos lugares es, para mí, una forma de conectar con la ciudad y con las ideas que se mueven en ella. Es también reconocer la importancia de algo que he llamado “cultura circular”.
Hablo de una cultura que no se limita al consumo individual de contenido, sino que se basa en el intercambio constante entre personas, historias y experiencias. Donde el libro no es un fin, sino un punto de partida. Y los espacios de lectura dejan de ser únicamente lugares de venta o préstamo para convertirse en centros de encuentro, diálogo y reinvención colectiva. Estos espacios tienen el potencial de reconfigurar el tejido social urbano, ofreciendo puntos de pausa y reflexión en medio de la rutina.
Esa noción de cultura circular cobra aún más fuerza cuando miramos proyectos que trascienden los circuitos tradicionales del mercado editorial. Favelivros, por ejemplo, es un proyecto que en cinco años logró implementar bibliotecas en 56 comunidades de Río de Janeiro. Más que llevar acervos a territorios periféricos, Favelivros permite que cada comunidad elija el lugar de la biblioteca, transforme ese espacio en un punto cultural y promueva eventos, lecturas y talleres. La lectura allí no es un fin solitario: es un comienzo colectivo.
La fuerza de esta iniciativa demuestra que las bibliotecas no necesitan ser monumentos silenciosos en los barrios centrales. Pueden -y deben- ser organismos vivos, adaptables, moldeados por la realidad local. Cada biblioteca comunitaria que nace en una favela es un núcleo de cultura circular: recibe libros, pero sobre todo distribuye ideas, encuentros, posibilidades. Es un espacio donde el saber popular y el conocimiento académico pueden dialogar, donde generaciones se encuentran para compartir vivencias e historias.
Y lo que vale para las bibliotecas, vale también para las librerías. En São Paulo, se ha consolidado un movimiento bonito y simbólico: el de las librerías de calle. Recientemente, 37 librerías independientes se unieron para lanzar un mapa impreso (y también digital), con las fachadas, direcciones y pequeñas historias de esos lugares. ¿El objetivo? Registrar la presencia física de esas librerías en la ciudad y estimular al público a (re)descubrirlas como espacios de experiencia cultural.
Ese mapa es más que una guía: es un gesto de resistencia. En un mundo cada vez más digital e impersonal, reafirmar la existencia de la librería como espacio de intercambio humano es un acto político. Es recordar que la cultura no circula sólo por streaming, sino también por calles, esquinas y pasillos llenos de libros. Es una forma de devolverle a la ciudad un poco de su identidad, de reafirmar que hay valor en el encuentro físico, en la atención personalizada y en la conversación que nace entre estanterías.
Editoras, autores, lectores y gestores culturales deben mirar con más cariño y estrategia estas experiencias. No se trata de nostalgia por el papel ni de romanticismo urbano. Se trata de comprender que la cultura vive y se fortalece cuando crea ecosistemas. Cuando el libro no está sólo en una estantería, sino rodeado de conversación, café, afecto, provocación. Cuando la lectura no es sólo una transacción (compra, préstamo), sino una relación. Y es a partir de esas relaciones que surgen comunidades más comprometidas, críticas y creativas.
La cultura circular pide eso: menos línea recta, más espiral. Menos distribución, más circulación. En Río reencontré ese espíritu. Al entrar en una biblioteca comunitaria o en una librería de calle, siento que participo de algo mayor: una red de ideas en movimiento. Una red que no se limita a la lógica del mercado, sino que se alimenta del sentido de pertenencia, de la escucha y de la convivencia.
Es hora de volver a ocupar esos espacios, de fortalecer redes, de crear juntos. La cultura no es algo que consumimos solos -es algo que hacemos girar, compartimos y vivimos en común.
Que las bibliotecas sean cada vez más centros culturales. Que las librerías sean cada vez más puntos de encuentro. Que la lectura continúe, siempre, circulando. Y que nunca perdamos de vista el poder transformador de estar juntos, con un libro en la mano y una idea en la cabeza.
André Palme, Head at Estante Virtual.




