09 noviembre 2006

Ramiro Pinilla

Llegar a casa de Ramiro Pinilla, situada entre valles de Getxo, es más fácil desde que el escritor ha roto su silencio. Los vecinos saben dónde vive y, al preguntarles, señalan con el dedo un callejón que parece sin salida pero que conduce al paraíso particular de este escritor inexplicablemente proscrito, aunque él lo niegue, por la sociedad vasca. Al atravesar la puerta de su casa, llamada “Walden” como el título de una novela de Thoreau, su jardín da pistas sobre el carácter de este hombre de 83 años enérgico, libre y salvaje. 

Acaba de recibir el  Premio Nacional de Narrativa 2006 por su novela “Las cenizas del hierro” (Editorial Tusquets), el tercero de una saga de 3.500 folios repartidos entre los tres volúmenes que conforman “Verdes valles, colinas rojas”, editados por Tusquets,  trilogía que se completa con “La tierra convulsa” y “Los cuerpos desnudos“. Por eso nos encontramos aquí, a punto de tocar el timbre, rodeados de ramas secas y cactus de metro y medio de altura abatidos por el viento del otoño. Pero este no es su primer premio; en 1960,  Pinilla ganaba el Nadal con “Las ciegas hormigas” y en 1972 quedaba finalista del premio Planeta con “Seno“. También en 2005 recibía el Premio Euskadi con “La tierra convulsa”. Sin embargo, su obra se ha ido forjando a la sombra y a través de «Libropueblo», una pequeña editorial fundada por él mismo y que sólo se distribuía en Bilbao y a precio de coste.

Su sentido del humor se descubre antes de conocerlo, al leerle a través de sus fieles personajes que no cesan de moverse en un mismo tiempo histórico y en una misma localidad.

– Sus anteriores novelas entroncan con su trilogía “Verdes valles, colinas rojas”,  y eso lleva a pensar que se ha pasado la vida escribiendo sobre los mismos personajes. ¿Por qué? ¿No acaba de contar lo que quiere o son su vehículo para contar lo que desea?

No he estado toda mi vida escribiendo sobre los mismos personajes sino centrándome en ellos. Repito personajes porque de cada uno de nosotros, personajes o ciudadanos, se podría escribir durante toda una vida, y sí, es cierto que he escrito ocho obras que preceden a esta historia porque ellas eran las raíces de lo que luego ha fructificado en “Verdes valles…”, es un mundo que  tenía ya concebido hace 30 años.

– Así que no es ninguna obsesión que tenga usted con la familia Baskardo…

Yo creo que no tengo obsesiones, excepto por la libertad. Lo que ocurre es que veo que mis personajes tienen aún posibilidades de contarme cosas.

– También es fiel a un tiempo histórico y al lugar en sus novelas, situadas a mitad del siglo XX (aunque en “Verdes valles…”  haya retrocedido más allá en el tiempo) y en la localidad de Getxo. Recuerda usted a Faulkner y su Yoknapatawa….

Es que yo soy un alumno de Faulkner. En los años 50 descubrí a Faulkner y conocí la literatura norteamericana, en un tiempo en que España era un sitio inhóspito culturalmente hablando. Sin embargo, en Bilbao acababan de abrir una biblioteca americana y yo tuve la suerte de conocer todos esos libros. Entre sus autores, quien más me impresionó fue Faulkner,  porque me fascinó, sobre todo, la apariencia que tenía como de que no quería contar nada. Y es que me resulta antipático que el lector descubra que el autor le está queriendo meter en sus sesos algo,  y Faulkner, con su lenguaje distante, a veces prolífico y a veces tortuoso, daba la impresión de que no le importaba que le entendieran los otros, que estaba escribiendo para él solo. A mí me cuesta que una novela acabe en sí misma: punto y final. Y eso de acabar una novela y empezar con otra totalmente distinta no me parece serio.  A los escritores se les exige dispersión, es decir,  que escriban hoy sobre un tema, mañana sobre otro, sobre una época determinada, luego sobre otra, y eso yo enseguida lo rechacé porque prefería que mis obras fueran hacia algo. Me gusta que mis personajes vayan hacia algo, vivan la misma historia de un pueblo, que tengan un sentido cerrado.  Siempre soñé con hacer algo parecido a Faulkner porque encajaba con mi manera de ser y de cómo concebía yo la narración.

– ¿Hemos de tomar esta trilogía como un testamento sobre la sociedad vasca?

Bueno, es cierto que la palabra “testamento” la he empleado alguna vez para referirme a esta obra. Y también es cierto que es una especie de “dejo constancia” sobre lo que yo pienso de la sociedad vasca y la sociedad en general, porque “Verdes valles…” no es sólo la visión del mundo vasco, sino mi visión del mundo en general. Aunque en ocasiones he utilizado el apelativo de mundo vasco, pienso que lo que yo aporto en esta novela es más universal.

– Y tiene un poco, digamos, de epopeya, de lucha contra un destino adverso…

Sí, porque aunque exagere un poco, “Verdes valles…”, en cierto modo, empieza hace millones de años cuando se produjo el salto de la mar a la tierra, y  aquí ilustro este inicio de la vida en la playa de Arrigunaga en Getxo. De hecho, ya en mi libro “Andanzas de Txiki Baskardo”, uno de los precedentes de “Verdes valles…“, mencionaba las épocas prehistóricas, pero este libro sí que era mucho más epopeya.

– En “Verdes valles…”  se le nota una simpatía hacia el proletariado, y esa simpatía choca con la figura de la dueña del caserío,  una nacionalista en su dimensión más empobrecedora.

Yo no soy nacionalista, y  los no nacionalistas pensamos que el nacionalismo es una discriminación de alguien. El nacionalismo es una fe, y yo temo todas las fes. Temo hacer algo por la fe, es decir: las fes no las elegimos nosotros sino que nos las dan. Todas. Tanto la fe política como la religiosa son un añadido. Entonces, ¿por qué todos los que vivimos en Euskadi tenemos que sentirnos vascos? ¿Por qué todos los que están desde el Mediterráneo para abajo tienen que ser islamistas? Es curioso. Nadie se ha parado a pensar por qué no hay 10 personas que no sean islamistas, por ejemplo. Y en España ocurre lo mismo, naces y te machacan ya con el sello de católico y en el caso del País vasco con el sello de vasco; eso, desde niño, y además no te preguntan nada y luego encima te piden cuentas. Por eso creo que las fes son nefastas, y que la sociedad y los hombres mejorarán cuando el hombre no necesite de la fe, porque eso significará que el hombre ha dejado de ser cobarde. Lo más terrible es afrontar la realidad: que somos una mierda. Eso, y el que nadie nos espere después de muertos, es muy difícil de aceptar.  La gente no puede aguantarlo, pero hay que aceptarlo ya que este es el camino. Aprender a pensar por sí mismos, esto es lo que hay que enseñar a las próximas generaciones de jóvenes, a tener el alma y los ojos bien abiertos; y mientras no se llegue a esto,  la sociedad no cambiará. Hay que entender que las fes son una maldición. Cuando la gente dice: “¡Vamos a morir por la patria!”,  la verdadera libertad es de uno; si tú eres libre, la patria es libre, pero no al revés.

– Con todas estas ideas,  ¿se ha sentido usted postergado por la sociedad literaria o por los grupos políticos de poder?

Yo no me he sentido postergado nunca. Hace 20 ó 30 años me alejé yo mismo de los circuitos comerciales editoriales decepcionado por su funcionamiento, pero a mí nadie me ha postergado. Yo siempre me he sentido dueño de mis destinos, ¡como decían los falangistas!  Sólo han podido cerrarme las puertas que ellos podían cerrarme, que son las menos.

– Sin embargo, ¿cree que los nacionalistas lo leerán?

Hombre, pues supongo,  porque en el mundo nacionalista hay gente muy culta. Ahora, dentro de los que me lean, a algunos les gustará más el libro y a otros menos, pero tendrán que reconocer que en mi libro no insulto a nadie, al contrario, creo que mi libro es muy condescendiente con el otro; trato de entender al otro, y eso es muy importante en este país en el que deberíamos tratar de entender al otro, al enemigo, al rival,  y yo creo que lo demuestro en la propia novela, y no con palabras de ensayo sino con comportamientos de personajes, y a través de ellos muestro respeto. Uno de los personajes más queridos por mí es Don Manuel, el maestro,  un nacionalista integral. Un individuo que no puede dejar de ser nacionalista pero entiende los errores del nacionalismo; de ahí su infelicidad y que viva un poco desquiciado, porque no es un ferviente nacionalista con una fe de carbonero; y a veces, cuando dialoga con Asier, el anarquista de izquierdas, y le pone en bretes con puntos históricos que no pueden ser rebatidos, pues sufre.

–  Usted describe su lenguaje como “invisible”. ¿Qué quiere decir?

Que llega al lector sin estorbos. Que no tiene descripciones, si describo algo es porque es imprescindible. Por ejemplo, es de noche. Y ahí queda; todo el mundo sabe lo que es la noche, un amanecer, el despacho de un abogado,  de un médico; ¿para qué describir esas cosas?  Son lastres. El lenguaje invisible significa la eliminación de lo superfluo, que va directamente al grano. Cuando me sale una frase bonita, la tacho y empiezo de nuevo. Sólo quiero frases sustanciosas que digan 2 ó 3 cosas a la vez. A mí me gusta respetar al lector y no me gusta vanagloriarme y decir: “mira, yo escribo bien y te lo voy a demostrar”.

– Por cierto, y en todo este tiempo que ha estado sin publicar, ¿de qué ha vivido?

Es que yo nunca he vivido de las letras. Yo he trabajado casi toda mi vida de administrador en la fábrica de Gas de Bilbao y por las tardes escribiendo los textos para cromos infantiles en la editorial Fer, pero cuando se enteraron de que había ganado el premio Nadal me echaron por estar en dos editoriales a la vez (Risas). También, por las tardes, escribía lo que yo llamo “las biografías malditas”, unas biografías por encargo y para las que me daban tres meses; sin embargo, yo las acababa en uno porque ¡necesitaba tanto el dinero! Las hacía de cualquier forma, sin ninguna investigación, cogía dos o tres libros previos al personaje y los fusilaba (Risas). Únicamente he vivido de la literatura cuando gané el premio Nadal y lo utilicé para pagar la hipoteca de la casa.

– ¿Qué opinión le merecen los premios?

Bueno, me parece que sirven para darse a conocer. Ahora, para un escritor que vende y que es reconocido, no les veo mucho sentido.

– Cuénteme, ¿cómo es posible que un joven de 37 años gane un premio como el Nadal y acto seguido renuncie a la fama y al dinero que todo eso conlleva?

Porque el trato que recibí por parte de la Editorial Destino durante 8 ó 10 años después de recibir el premio fue horroroso. Por entonces yo entraba en la literatura, así que el contrato que firmé con ellos, pues ni lo leí. ¡Tenía tantas ganas de firmarlo! Y  luego me di cuenta de que era un contrato leonino. Hoy, han pasado 45 años y ese libro todavía lo tiene la Editorial Destino, y lo peor de todo es que no lo publica. Así que “Las ciegas hormigas” ha desaparecido del mercado, no existe. Igual ahora, aprovechando el tirón, ¡los sinvergüenzas de ellos lo publican!

– Se le ve todavía enfadado…

¡Porque es terrible! Al parecer, como ellos dicen que tienen cien ejemplares en su almacén yo no lo puedo mover, y mientras dispongan de ejemplares de este libro en su almacén no tengo derecho a hacer ni una nueva edición ni a rescindir el contrato. Además, el trato que recibí de ellos era de desatención y desprecio, ellos decidían todo. Un día me consultaron algo: llamó José Vergés para decirme que querían llevar mi novela a la televisión; yo le dije que no, porque me pagaban una miseria, 15.000 pesetas, y que aquello era una burla. Bueno, me hicieron caso y no se hizo, pero al cabo de unos meses llaman al timbre de mi casa y cuando abro me encuentro a un director de una televisión alemana con todo el equipo de filmación diciendo que viene a hacer mi película. Llamo al señor Vergés y me dice: “Tú tranquilo, que está todo controlado“. La película se hizo y la debieron pasar por la televisión alemana, yo ya no me preocupé más. Bueno, esto y otras cosas hicieron que decidiera romper con este mundo porque, en definitiva, a mí me gusta mucho la paz y llevar las riendas de mi vida; por eso monté con mi amigo y también escritor Rafa Bilbao la editorial Libropueblo. Fue una locura, pero lo pasamos muy bien. Vivíamos una época de transición y pensábamos que saliendo a la calle se iban a arreglar las cosas. Pero los dos sabíamos que era un desahogo personal, que no tenía futuro.

– Y ¿qué es lo que le ha ofrecido la editorial Tusquets para que ahora publique con ellos?

Un contrato normal, además de publicar la novela en tres “tomazos” que cualquier editor no lo hace, es difícil que se arriesgue. Tusquets lo hizo y además me he encontrado con muy buena gente, donde hay respeto y una empresa común.

– ¿Qué piensa de la situación vasca y del actual “proceso de paz” impulsado por el gobierno?

Estoy con la negociación, con Zapatero. Alguien tenía que hacerlo. Yo tengo esperanza, creo que va a resultar. ETA y Batasuna se encuentran en un callejón sin salida, saben que con la violencia no van a conseguir nada, aunque siempre amenacen con ella. Porque después de treinta y tantos años han visto que así no se consigue nada. Por otro lado, aparecen los islamistas con sus tremendos terrorismos que dejan chiquito a estos otros. Entonces ETA ha tenido que decir: “Nosotros no somos terroristas”, porque estoy seguro de que a algunos les ha tenido que afectar. Han visto desde fuera el terrorismo. Porque hasta ahora nosotros lo veíamos siempre de fuera y ellos siempre de dentro, pero esta vez ellos lo vieron de fuera y se han dado cuenta de lo que es el terrorismo. Pienso que el camino político del terrorismo en Euskadi no tiene futuro. Pero la cuestión es que Zapatero debe otorgar una salida airosa al mundo abertzale, algo que quede bien ante sus bases. Esto va a ser difícil porque le han dado demasiadas metas, como la de la independencia. Los abertzales, a mi juicio, saben que el camino está cerrado pero no pueden claudicar. Pero remarco que hay que ofrecerles una salida airosa. De un modo u otro tiene que haber paz. Una paz sin violencia. Aunque tenemos que ser conscientes de que la verdadera paz política no existe, siempre va a haber enfrentamientos, pero sí una paz sin violencia. En el Ulster, aunque sea un problema distinto, lo han conseguido. Yo creo que aquí también se puede.

– ¿A qué partido político se adscribe Ramiro Pinilla? ¿Sigue usted siendo un rojo?

(Risas). Yo fui un compañero de viaje de los rojos, y estoy con  Izquierda Unida y PSOE. Soñadoramente estoy con IU, pero realistamente estoy con el PSOE, porque IU no puede hacer nada, de momento; sin embargo, el PSOE puede hacer muchas cosas, y de hecho el PSOE nos ha dado un país nuevo. Eso no puede negarlo nadie. Hasta el momento ha dado muchos pasos, sólo hay que ver cómo estaba el país hace 25 años y cómo está ahora. El PP no ha hecho esos cambios.  Se han hecho cosas en los derechos de los ciudadanos que no tienen vuelta atrás; por ejemplo, lo que está pasando ahora con las subvenciones de la Iglesia, eso es democracia. Y eso es maravilloso. Estamos teniendo un país nuevo.

– Haciendo una reflexión sobre lo que le ha ocurrido a Günter Grass, me pregunto si cree usted que los escritores deben ser un referente social y moral para la sociedad.

Unos sí y otros no. Yo nunca me erigiré en ejemplo moral para la sociedad. En el caso de Günter Grass, el problema ha sido que él lleva toda la vida poniéndose como ejemplo de conducta histórica y eso es lo que le ha matado, porque si no hubiera sido así se habría olvidado su pertenencia a las SS.

Cuando tenía yo 14 años estuve a punto de entrar en las tropas franquistas. Era durante la guerra civil. Imagínate, nos ofrecían a todos los chavales pertenecer a las “Flechas y Pelayos“. ¡Y yo estuve a punto de entrar!  Eso sería hoy una mácula, pues hubiese estado durante  tres años  recibiendo consignas falangistas cuando yo lo único que quería era tener un fusil de madera y hacer un poco de instrucción y nada más. Quiero decir  que hay circunstancias históricas en las que uno, sin querer, se siente implicado, pero al hombre hay que concederle sus virajes mentales, sus  virajes ideológicos y morales. La gente tiene que saber olvidar, y al final con Günter se impondrá el olvido.

– Usted que menciona tanto la libertad, ¿puede definirla?

Uno puede ser libre en un país que no es libre, hasta esa fuerza tiene la libertad. Vivimos en un país libre en occidente con democracias asentadas, pero la verdadera libertad la tiene uno mismo; si uno se empeña,  no podrán ir contra uno. Le podrán hacer flaquear, torturar, y aunque confiese lo que no quiere confesar puede recuperar su sentido de la libertad. Y ahí voy, al punto interior de sentirse libre. Esto es más importante que ser libre, incluso encontrar tu espacio dentro de una casa es ser libre. La verdadera  libertad se entiende en la soledad de uno mismo

Texto: Beatriz Celaya

OBRA DE RAMIRO PINILLA

1960 Las ciegas hormigas

1961 El héroe del Tonkin

1969 En el tiempo de los tallos verdes

1972 Seno

1975 El salto

1975 Guía secreta de Bizkaia

1975 Recuerda, oh, recuerda

1977 Antonio B., el Rojo, ciudadano de tercera

1977 Primeras historias de la guerra interminable

1978 La gran guerra de doña Toda

1979 Andanzas de Txiki Baskardo

1990 Quince años

1997 Huesos

1998 La estación de Getxo

2005 Verdes valles, colinas rojas, trilogía compuesta por:

·         La tierra convulsa

·         Los cuerpos desnudos

·         Las cenizas del hierro

2006 La Higuera (Octubre)

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