12 mayo 2006

El salmo de Kaplan de Marco Schwartz

La localidad caribeña de Santa María cuenta, entre sus habitantes, con unos vecinos más bien particulares cuyas raíces aún están bien enterradas en tierras de climas muy distintos. Y es que la ciudad alberga una comunidad judía a la que los patriarcas dedican todos sus esfuerzos y esmeros con el fin de mantener vivas y vigentes todas las tradiciones y costumbres de su cultura como si del último reducto de la esencia judía en el más recóndito lugar del mundo se tratara, a pesar de que las nuevas generaciones se empeñen en lo contrario.
Uno de esos adalides es Jacobo Kaplan, uno de los ancianos del lugar que, viendo cerca el final de sus días, busca un motivo que dé sentido a su vida y que además le permita morir en paz y tranquilo. A pesar de tener una esposa fiel y amante y unos hijos y nietos que le permiten refunfuñar y no estar de acuerdo en casi nada, a pesar de vivir cómodamente en un apacible lugar donde casi nunca pasa nada, a pesar de querer y saberse querido, Jacobo no está a gusto y decide que necesita protagonizar algo histórico, una hazaña capaz de vengar a su perseguido y castigado pueblo y ser recordada y reconocida durante siglos. Y es entonces cuando, a través de una especie de iluminación durante uno de sus duermevelas, comprende que los designios divinos lo han elegido para protagonizar la captura de un alto cargo nazi que, según parece, regenta un restaurante de playa en una localidad cercana a Santa María. Kaplan llevará a cabo su empresa con la ayuda de Wilson Contreras, quien intentará hacer ver al anciano, al más puro estilo quijotesco, las diferencias entre molinos y gigantes, lo que vemos con ojos y lo que vemos con el alma. No obstante su empeño, Jacobo Kaplan sabe y siente en lo más profundo de su ser que él, y sólo él, está llamado a ser el Gran Héroe del Pueblo Judío.
Ganadora del Premio La otra orilla 2005, El salmo de Kaplan de Marco Schwartz (Editorial Belacqva) es una de esas novelas que justifican el amor por la lectura. La arrebatadora naturalidad con la que está escrita consigue que todo sea tan creíble como compartible, llamando al lector a participar en la trama. La elegancia del lenguaje, su ternura, sensatez, sensibilidad y cariño con que la obra está compuesta provocan en quien la lee un surtido bien variado de sensaciones, capaz desde arrancar la carcajada con su afilada mezcla de ironía e inocencia hasta erizar nuestro vello con tanta emoción a flor de piel.
Aunque dejando siempre abierta la puerta de las sorpresas, la novela nos transmite la sensación de que todo en esta vida está justificado, establecido de antemano. La profusa utilización de refranes formando parte de las conversaciones de los protagonistas nos quiere hacer ver que todo está escrito, que todo tiene una razón de ser. De ahí que compartamos lo cotidiano, por cercano, y que cualquier extravagancia no sólo no nos sorprenda, sino que lleguemos a considerarla necesaria. El tratamiento de cada uno de los personajes es profundo y sincero, con tal entidad que funcionan en escena tanto individualmente como confrontados en sus enriquecedores diálogos, teniendo como eje al anciano judío: el idealista y metódico Kaplan con el borrachín aunque juicioso Wilson; el Kaplan defensor acérrimo de las tradiciones con su nieta Lotty, cuyo único pecado es ser una chica de hoy en día; el visionario Kaplan con su esposa Rebeca, que ama hasta tal punto a su marido que llega a ver lo que en realidad no ve sólo porque él sí lo hace. Y Elías, Isaac, y otros personajes con los que Schwartz conforma el retrato de una sociedad judía con sus jerarquías, sus costumbres, sus estamentos sociales, analizando el papel de la religión y el concepto de familia.
Me gustaría destacar algo infrecuente en la mayoría de las novelas: el tratamiento del silencio, todo lo que se dice sin palabras. En el caso de la música, los silencios suenan; no sólo hay que respetar su duración, también hay que saber escuchar su interior y entender su función dentro de la obra. En el caso de Schwartz, también suenan. Marco Schwartz, magnífico conversador y genial observador y “escuchador”, consigue atrapar nuestra atención tanto con lo que está escrito como con lo que no: los silencios, esas situaciones donde los personajes no cruzan palabra y sin embargo sabemos qué esta ocurriendo; esos momentos en los que, incluso imaginando una boca cerrada, somos capaces de escuchar mentes y corazones ajenos. Sin verlos ni oírlos. Y sin estar escrito. Un libro al que cuesta pasar la última página, por lo que allí se dice y sobre todo porque no quieres que se acabe.

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