29 mayo 2006

Conversamos con Vargas Llosa (Segunda parte)

Mario Vargas Llosa leerá hoy varios fragmentos de su nueva novela en el Teatro Romea de Barcelona. Ayer publicamos la primera entrega de una serie de reflexiones que hizó el autor en la presentación que tuvo lugar la semana pasada en Madrid. Ahora os adelantamos la segunda entrega.
Ha dicho que en las novelas Vd. aspira a ese afán totalizador. Desde un momento de euforia revolucionaria, ¿hacia dónde evolucionan ideológicamente estas personas? ¿Se vuelven conservadoras quizá?
El personaje masculino, Ricardo Somocurcio, es un ser apolítico, es un ser que no tiene el mayor interés por la política, es un ser sin grandes ambiciones. Hay una sola grandeza en su vida, y es su amor por la niña mala. Lo que quiere es vivir en París, una ciudad que idealiza desde que es niño, y cuando llega a París piensa que el mito corresponde a la realidad y entonces busca un trabajo que le permita vivir allí, pero ve con mucha distancia, incluso cierto escepticismo, los entusiasmos revolucionarios de su amigo Paul, que es el personaje principal del segundo capítulo, y de los muchachos y muchachas que pasan por allí preparándose para transformar América Latina en un mundo socialista, igualitario. Él ve todo eso con mucho escepticismo pero es amigo de ellos, incluso los ayuda en sus quehaceres, pero sin jamás comprometerse. Es un personaje un poco al margen. Pero sí hay un tipo de ilusiones, de pasiones de época que cambian considerablemente; cuando uno ve a esos jóvenes en París y luego ve a los jóvenes con los que se encuentra Ricardo Somocurcio en Londres en los años setenta son personajes completamente distintos: entre un Paul Escobar que se preparaba para hacer la revolución, que dedica enteramente su vida a prepararse de acuerdo a la fórmula de Fidel convertir la cordillera de los Andes en la Sierra Maestra; y Juan Barreto, el retratista de caballos en el swinging London, que vive la revolución hippie desde adentro convencido de que la revolución fundamental es la revolución de las costumbres, la revolución de la moral, una revolución individualista más pasiva que activa, hay un verdadero abismo que de alguna manera refleja una evolución, no la pérdida de las utopías sino la transformación de las utopías en cosas muy diferentes. La novela no es una novela política, a diferencia de La fiesta del chivo o incluso El paraíso en la otra esquina, la política aparece de una manera más bien marginal, lateral, en la medida que afecta a la vida de los protagonistas, pero ninguno de los dos protagonistas tiene el mayor interés por la política. Son traídos y llevados a veces por circunstancias políticas pero esa no es su vocación en absoluto.
Foto © Alfaguara


Haber recorrido estas ciudades donde Vd. vivió a través de la novela, ¿le ha permitido hacer un balance de su propia vida?
Bueno, no he hecho un balance de mi propia vida todavía, porque mi vida está todavía en movimiento y espero que haya todavía una buena cantidad de materiales. Pero sí me ha servido mucho vivir en esas ciudades para escribir esta novela, no hubiera podido escribirla como la he escrito sin la experiencia acumulada de esos años. Algunas de esas experiencias las viví de cerca y de adentro; otras las viví desde el costado, pero sí muy cerca como para entenderlas, valorizarlas, y sobre todo el tiempo me ha permitido ver la manera cómo esas experiencias dejaron secuelas muy profundas. Es muy curioso cómo, si uno piensa en los últimos cincuenta años, quizá las revoluciones más duraderas, las que han dejado una huella mayor en la humanidad, no son aquellas que se planearon como revoluciones, que se proyectaron con la intención de producir esos cambios, sino las que fueron resultando. Es el caso, por ejemplo, de los años setenta en Londres; allí sí se produce una transformación muy profunda de las costumbres, de la mentalidad, de la sensibilidad, de los gustos, de las relaciones humanas, y nada de eso fue previsto ni planificado, y sin embargo ha dejado una huella extraordinaria en lo que es las relaciones humanas. La vida del sexo, por ejemplo. Hay una frontera muy marcada entre lo que era la relación humana, lo que era la vida sexual, lo que era el reconocimiento de las identidades sexuales, de la diversidad sexual en la actualidad, y lo que ocurría en el pasado, donde todo eso era más bien clandestino y existía sólo en la catacumba. Esa es una transformación extraordinaria, una verdadera revolución, y eso ocurrió de alguna manera a partir de un cierto momento, pero nadie lo previó ni lo adivinó. Creo que ese es un tema muy recurrente en la novela, esa presencia de lo inesperado, de esa historia que se va haciendo siempre desbordando los cauces dentro de los cuales se la quiere confinar, y los protagonistas ni siquiera son conscientes aunque sus vidas también van evolucionando de esa manera, de acuerdo a lo que es la evolución de las costumbres, yo diría más de las costumbres que de las ideas.
La novela está escrita con una sintaxis muy amable para el lector; ¿no tiene pensado volver a formas más complejas como en libros anteriores?
Para mí la estructura, la forma de una novela está determinada siempre por la historia. Creo que la forma que mejor podría aprovechar esta historia era una forma más bien llana, directa, transparente, sin una gran complejidad en los puntos de vista, en la organización del tiempo. Si me pregunta por qué no tengo una respuesta racional, es algo mucho más intuitivo, algo que va saliendo. Yo tengo una historia que al principio siempre la tengo muy difusa, muy vaga, y a medida que voy dándole una consistencia, escribiéndola, voy descubriendo poco a poco pero a base de tanteo e intuiciones mucho más que de una planificación racional, una estructura, unos puntos de vista, una organización del tiempo y del espacio de la historia. Lo que yo trato es de evitar es que la forma parezca como el tema de la novela, que el lector tenga que estar mucho más consciente de la manera como le cuentan la historia que de la historia misma. Aquí yo quería que la historia de amor entre Ricardo y la niña mala fuera lo fundamental, lo central, lo que saltara a la vista, lo que tratara de seducir y hechizar al lector, y para eso fui sintiendo que el lenguaje debía ser lo más transparente, lo más claro, lo más preciso posible, con algunas pequeñas excepciones en ciertos periodos en que la naturaleza de los episodios exigía una cierta oscuridad. Pero en todas las novelas que he escrito la forma ha resultado siempre de la historia que quería contar y nunca al revés; nunca he planteado una novela para contarla de determinada manera o para hacer ciertos experimentos con el tiempo, con el lenguaje,… mi caso siempre ha sido al revés.
Cuando uno lee la novela tiene a veces la impresión de que la historia de amor es una excusa para pasear a los personajes por todo el contexto del que ya habló, pero esa transformación del mundo no llega a avasallar a esa historia de amor. ¿Cómo hace para que la historia de los dos personajes principales sea siempre la protagonista de la historia?
No creo que el contexto devore a los protagonistas; en todo caso, si salió así salió a pesar de mi voluntad, porque lo que he querido siempre en esta novela es que esa historia, la historia de amor entre Ricardo y la niña mala, fuera lo fundamental. Ahora, siempre he creído que la novela debe hacer un esfuerzo de totalización de la experiencia, es decir, no dar una visión absolutamente sesgada de la experiencia humana privilegiando un aspecto de ella y eliminando todas las demás. Me parece que en la novela es muy importante presentar la vida humana como una totalidad; el amor puede ser central en la vida de una persona, pero una vida no puede ser nunca sólo el amor. Lo mismo pasa con el sexo, el erotismo, sí puede ser central en la vida de una persona, pero si en una novela sólo hay erotismo o amor de eso resulta una sensación de irrealidad, y la sensación de irrealidad yo trato de evitarla a toda costa, porque tengo una vocación realista, y trato siempre de que, aunque haya un elemento que puede ser el que prevalece, la vocación política, la vocación artística, que eso no esté disociado del resto de las experiencias humanas, de todo aquello que conforma una vida.
La novela atraviesa distintas ciudades, distintas revoluciones, distintas formas de rebelión del ser humano. ¿Cree que en la actualidad queda alguna revolución por hacer o ya se está palpando una revolución más lenta, más callada?
Creo que siempre hay revoluciones por hacer. El día en que una sociedad piensa que ya alcanzó lo que tenía que alcanzar y quiere quedarse allí, significa que esa sociedad ha comenzado a retroceder, a involucionar, porque la vida es movimiento y siempre habrá cosas que reformar, que corregir, enmendar, mejorar, tanto en términos individuales como en términos sociales. El mundo cambia, a veces para mejor y otras para peor, y eso lo vemos hoy en día como lo veíamos en el pasado, quizá hoy en día de una manera más dramática que en el pasado.
Dice que ha intentado “refrescar” el amor en esta novela. ¿Cómo es el amor moderno según Vargas Llosa?
El amor es una experiencia fundamental en la vida humana, pero no se da de una manera idéntica en todas las personas, sino que corresponde mucho a la idiosincrasia, a la psicología, a la cultura, a la sensibilidad, a la imaginación de cada cual. Y pasa lo mismo con las épocas. El amor en una época significa determinada cosa; todavía nosotros nos movemos, al menos retóricamente, dentro de una idea del amor que patentó el romanticismo, con unos ritos, con un vocabulario, con unos usos y una mitología, que todavía están muy presentes en todas las versiones que la cultura, que las artes, que la literatura dan del amor. Ahora, en la vida real, el amor hoy en día sigue siendo una experiencia fundamental, pero adopta unas formas y unas características muy distintas de las que caracterizaban el amor en el siglo XIX. A eso me refería hablando de un amor en la vida moderna, un amor que se da en un mundo en el que la idea de la mujer ya no es la misma que se tenía en el siglo XIX, cuando había unas discriminaciones y unas jerarquías entre hombres y mujeres impuestas por una cultura que era más o menos aceptada. Hoy en día hay una situación muy distinta que se refleja en lo que es la relación amorosa, una relación mucho más libre de lo que lo era en el pasado, mucho menos condicionada por instituciones como la familia, los prejuicios del medio ambiente, de la clase social,… todo eso es lo que evoluciona y cambia en una relación y en unos sentimientos que están siempre allí, que forman parte de la experiencia humana. A eso me refería con la idea de describir un amor en términos de actualidad.
¿Qué le hizo pasar del ensayo y la novela histórica a la ficción autobiográfica?
Nunca sé por qué ciertos temas se me imponen en determinados momentos, la idea de esta novela me daba vueltas… Es una historia larga. La novela comienza en Lima en los años cincuenta cuando en un barrio de chicos y chicas de clase media aparecen dos jovencitas chilenas. Es una historia basada en algo que yo conocí y viví bastante cerca, cuando yo era un niño, y creo que desde entonces tenía la idea de escribir alguna vez una historia inspirada en ese recuerdo, en esas imágenes, y no lo hice, pero ese recuerdo siempre volvía una y otra vez. De allí parte esta historia. También tenía la idea hace mucho tiempo de escribir una historia de amor en este mundo moderno. En algún momento, no sé si mientras estaba escribiendo La fiesta del chivo o El paraíso en la otra esquina, la historia de las chilenitas, la historia de amor se mezclaron, se fundieron y me dieron la idea de una historia que comenzaría con la historia de las chilenitas. Ese es el proceso que han seguido prácticamente todos los libros que yo he escrito: algo me pasa en algún momento, eso me deja unas imágenes en la memoria que a partir de un momento dado se vuelven muy fértiles, muy estimulantes para empezar a fantasear algo a partir de ese embrión y luego eso se funde con otras experiencias o con alguna ocurrencia, o invención, o fantasía,… generalmente es un proceso muy largo, con grandes intervalos, hasta que un día comienzo a tomar notas y siento que ha llegado el momento, que esa es la historia que debo escribir. Pero nunca sabría explicarlo porque es un proceso en gran parte inconsciente, y eso me ha ocurrido con esta novela, exactamente igual que con todas las que he escrito antes.
¿Su personaje entonces existe?
Los personajes de las novelas existen en las novelas, no fuera de ellas, son personajes hechos de fantasía y de palabras y su existencia es una existencia absolutamente confinada al mundo de la novela, lo cual no quiere decir que no tengan modelos, que quien ha escrito esa historia no haya utilizado imágenes de su memoria de personas que conoció o personas que no conoció pero supo de su existencia porque le contaron… Pero no hay que creer nunca que es posible, aún cuando uno lo quisiera, trasladar de la realidad a ese ser de carne y hueso a un libro, convertirlo en un ser de palabras, en un ser de fantasía que vive en un entorno que es también de palabras y de fantasía. Esa mudanza ya significa una transformación esencial del personaje; o sea, que los personajes de la literatura son personajes de la literatura, no son personajes de la realidad, aunque tengan algunos modelos en la realidad.

Leave a Reply