16 julio 2006

Parménides de César Aira

Si algo hay que reconocerle a César Aira (Coronel Pringles, 1949) es originalidad y valentía en sus propuestas literarias. Hay a quienes les podrán parecer rebuscadas en exceso, presuntuosas y engolletadas, incluso. Pero este tipo de obras también tienen su público, no hay que engañarse, que desde luego no se encuentra entre a quienes les es suficiente con encontrarse un relato hipnótico y entretenido.
Aira pertenece a ese grupo de autores que han hecho de la novela misma y de las cuitas del escritor uno de los temas recurrentes de sus obras. Forman parte de él escritores como Enrique Vila-Matas o el último premio Cervantes, Sergio Pitol. En sus obras se aprecia un híbrido de géneros, una mezcla de ensayo, relato, libro de memorias y de viajes, que ha desemboca en una ampliación de los horizontes de la novela convencional.
Parménides (Editorial Mondadori) es la historia de un notable griego que requiere de los servicios de un escritor, Perinola, para dar forma a un libro “sobre la naturaleza” que será la culminación a una larga trayectoria profesional. Las reuniones entre ambos personajes se suceden, durante años incluso, pero el libro no termina de concretarse. Lo que empieza como una historia llena de numerosos y divertidos guiños al mundo literario, a la relación entre editores y escritores, entre “negros” y autores improbables, durante la creación de una obra, el proceso mismo se convertirá en la novela misma.
El autor desgrana a lo largo de la obra, la evolución del pensamiento y de las reflexiones de sus personajes frente a la tarea de escribir un libro. Así, llegará a al contrasentido de que, en este caso, no escribirlo será también escribirlo. “En realidad, escribir y no escribir se parecían mucho. Durante su juventud, Perinola había escrito mucho y no le había servido de nada. Desde que empezaron a pagarle por escribir, no había escrito nada (…) La explicación de esta paradoja debía estar en el estatuto ambiguo de la literatura respecto del mundo real” (p. 97).
Conociendo a César Aira, la naturaleza provocadora y llena de símbolos de su literatura, no nos extraña que haya escogido al filósofo presocrático Parménides para protagonizar su novela. En efecto, al igual que el personaje de la obra, escribió el conocido poema Sobre la naturaleza, también en hexámetros, y cuya máxima fundamental era “El ser es; el no ser, no es”. Solo que esta vez, en la ficción del autor argentino, esta obra fue encargada por el filósofo a un “negro”, que sugiere que escribir la obra también es no escribirla y que, para colmo, se llama Perinola; es decir, “peonza”.


En la Grecia presocrática, Párménides, el filósofo del ser, de lo inmutable, suponía la contrapartida a Heráclito, el filósofo del movimiento, del devenir, de lo sensible. Razón frente a opinión. Por eso no deja de ser una “travesura”, que sin duda alimenta la originalidad del planteamiento de la obra, que el filósofo del ser, de lo estable, sea ayudado en su tarea por alguien que personifica en su nombre lo cambiante y lo mutable. Este juego le permite a César Aira desgranar una reflexión genuina sobre el propio acto creador. Para Perinola, escribir es una ficción y la vida misma a la vez. Escribir es hacer frente a miedos, malentendidos, estados de ánimo, convicciones, juicios externos… “¿Qué poeta no está habitado por los poemas no escritos todavía?” (p.22).
No es la primera vez que Aira trata este tema. En su artículo La nueva escritura (1998) apuntaba el tema que ha formado parte de la mayoría de su obra. “Si el arte se había vuelto una mera producción de obras a cargo de quienes sabían y podían producirlas, las vanguardias intervinieron para reactivar el proceso desde sus raíces, y el modo de hacerlo fue reponer el proceso allí donde se había entronizado al resultado. Esta intención en sí misma arrastra los otros puntos: que pueda ser hecho por todos, que se libere de las restricciones psicológicas, y, para decirlo todo, que la obra sea el procedimiento para hacer obras, sin la obra. O con la obra como un apéndice documental que sirva sólo para deducir el proceso del que salió”.
Antes de Parménides, César Aira reflexionó en Los fantasmas sobre un edificio a medio construir y si la arquitectura de lo no-construido es como la literatura. En La liebre, uno de los personajes advierte que el cuento vuela sobre territorios discontinuos, con lo que, entendida así, una narración debe basarse en una selección de los tiempos narrativos. En El mago, el protagonista Hans Chans, ante el fracaso de no poder hacer un buen show, opta por escribir novelas; solo que las hace aparecer con un chasquido de dedos: piensa que nadie le pedirá cuentas por la trasgresión de ser un mago de verdad, ni que tampoco nadie podrá rastrear el origen de tantas novelas escritas tan rápido.
Quizá más cercana a la obra que estamos comentando sea Varamo, en la que Aira nos cuenta cómo un ficticio funcionario panameño, que nunca tuvo pretensiones de escritor, ni contacto con la poesía, escribió en una noche de 1923 la obra maestra de la moderna poesía panameña, El Canto del Niño Virgen. Narrada por un crítico literario que pretende hacer un recuento de la génesis del poema, en Varamo se detallan los rasgos circunstanciales de las horas previas a la escritura súbita e improvisada de aquel poema. Mientras asistimos a sus pensamientos y a la búsqueda de una idea preconcebida de la genialidad, Varamo llega a su casa y simplemente “se sentó y escribió», utilizando en el acto creador todo lo que circunstancialmente se había metido en el bolsillo durante el recorrido desde que salió del Ministerio.
En esto también Varamo es Perinola y otros muchos personajes. La cuestión de la escritura automática también ha preocupado al César Aira escritor. En una de sus últimas entrevistas en España sobre la publicación de Las noches de Flores manifestó: “Yo siempre creí practicar la improvisación más descarada e irresponsable, cercana a la escritura automática. Pero siempre mantuve una saludable desconfianza hacia ese «fondo salvaje» del pensamiento, del que al fin de cuentas no pueden salir más que los trillados lugares comunes que nos dictan las determinaciones sociales, históricas y familiares que nos han formado. Así que trato de que la improvisación corra por vías trazadas por la inteligencia”.
Este camino inteligente es el que no dejamos de vislumbrar en Parménides. Lejos de automatismos, César Aira planifica muy bien lo que quiere decir y con qué tipo de personajes. Es difícil no sonreírnos ante las reflexiones de nuestra peonza-guía ante el sorprendente encargo de Parménides. El encarna a alguien que nos es vagamente familiar: al cínico habitual, al enmascarado contemporáneo que desea convertir en hexámetros su prosaica existencia. Nos ha pedido que lo hagamos y, además, está dispuesto a pagarlo. ¿El qué? No importa.
“Es difícil dejar de inventar. Lo que temo que se agote son las ganas”, ha dicho de su obra César Aira. Autor prolífico, con unas treinta obras en su haber, en sus contadas entrevistas ha confesado que empieza muchas novelas, muchos ensayos, y que sólo ve la luz uno de cada cinco. Escribe “poco”, no más de una hora al día que se traduce en página o página y media. Por eso, en general, sus obras superan ligeramente las cien páginas.
Entre sus últimos libros publicados en España se encuentran Emma, la cautiva (Mondadori, 1997), Cómo me hice monja (Mondadori, 1998), La mendiga (Mondadori, 2002), Canto castrado (Mondadori, 2003), Una novela china (DeBolsillo, 2004), El bautismo (DeBolsillo, 2004) y Las noches de Flores (Mondadori, 2004).
Texto: Felipe Santos, colaborador de la Revista Dosdoce
Foto Parménides: Fichero wikipedia

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