26 julio 2006

Ángeles del abismo

Jesús Ferrero (Zamora, 1952) autor cuya influencia en las letras españolas se nota desde su primera novela “Belver Yin”, (Premio Ciudad de Barcelona 1982), editada hoy como un clásico en Alianza y Alfaguara, siempre ha puesto a prueba al lector. En su trabajo literario le siguen “El efecto Doppler” (Premio Internacional de Novela 1990), “El último banquete” (Premio Azorín 1997), “Juanelo o el hombre nuevo”, “Las trece rosas” (novela considerada por la crítica una de las cinco mejores del 2003) de lectura muy adecuada en este año, aniversario del inicio de la guerra, novela donde se cuenta el último periodo de vida de las trece chicas que fueron asesinadas por el franquismo junto con cuarenta y cinco hombres como venganza por el atentado a un militar fascista. En el territorio de la poesía puede leer sus libros “Río amarillo”, “Negro Sol”, “Ah, mira la gente solitaria”, y “Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola 2003). Es un autor cuya dedicación a la literatura crea lectores inteligentes. Su obra permite desarrollar lecturas diversas que se dan al descubrimiento sorprendente y a la interpretación a partir de estructuras, referencias míticas, clásicas y filosóficas, que son fuentes constantes para la ampliación de tales descubrimientos.  

Encontramos ahora en las librerías su última novela, “Ángeles del abismo”, en la que cuenta cómo un grupo de amigos en la pubertad, expuestos a la seducción sexual de un profesor, entraron en un laberinto del que habrían de salir trágicamente. Sólo uno de ellos, el narrador, que vio las maniobras que realizaba el adulto y pudo conocer por sus amigos los diferentes momentos por los que pasaban y el estado personal en el que quedaron al cabo de un tiempo, se le resistió. El fin encontrado por todos rotulará el carácter tormentoso de ese periodo como una época de aprendizaje, de iniciación a la vida, y para algunos la caída en sus abismos. Novela en buena parte dialogada, manifiesta el conocimiento dramático del autor, también ha escrito teatro, y su organización en cuatro partes con la disposición de los personajes y el desarrollo de la acción, nos traslada a una obra griega en la que el despertar al mundo, el conocimiento de éste, que es conocimiento de los otros y es conocimiento de uno mismo, empieza por la caída de los personajes en la corriente de alubión del azar,  caída sin defensas pero de la que el narrador, saliendo maltrecho, aún puede contar lo aprendido. Al lector se le entregan los indicios, los límites, los conflictos, en la primera página:  el jardín, los amigos, la hierba placentera, la sombra, que vistos a través del recuerdo en un sueño no se alteran por la presencia de la yedra, que poco a poco, de manera imperceptible, ha ido cubriendo la fachada de la casa, el muro divisor entre los habitantes del jardín y el resto del mundo, y ha cubierto también los árboles y ha llegado al borde de la piscina. Aislados todos estos elementos están expuestos al avance constante de lo que esta representa: “…la yedra cubre…”, “…la yedra trepa…”. Valentín, Jonás y Hans cortan el agua de la piscina, “se arrojan”, “caen como cuchillos”, siegan de un tajo, “el sendero…parte en dos el jardín”, hay algo a lo que se exponen desde su inocencia y que no conocen, algo que dividirá sus vidas y les llevará más lejos de lo que pueden en cualquier momento pensar. Mientras la imagen que se nos da en primer plano parece tranquila, detrás, en los significantes percibimos un peligro inminente. En un plano el jardín resulta una visión idílica, en otro plano el mundo duro y cotidiano está más allá del jardín, pero también el jardín, como hemos visto más arriba, se divide en dos partes, y los personajes, púberes, se ven divididos en dos situaciones críticas: la primera, crecen bajo una experiencia propia inocente, y la segunda, crecen bajo la experiencia de turbaciones y caídas peligrosas con, a su vez, dos salidas: o son destruidos, o maduran bajo la amenaza de ser destruidos. Jesús Ferrero nos ha vuelto a atrapar en la primera página con la vida, nos inocula la sospecha, la inquietud, mientras nos presenta una superficie de aparente tranquilidad el peligro se hace fuerte en lo desconocido. El protagonista recuerda como en un sueño. Entonces encontramos páginas que nos hacen poner el oído, escuchar, la voz del narrador, pasa a través de las páginas labrando surcos en las fibras que producen las sensaciones, los sentimientos, voz  en las páginas que proviene de la edad provecta, de cambios rápidos, edad quizás más verdadera y humana, cuya captación en la literatura ha sido en mil ocasiones intentada y la mayoría de ellas ha quedado recogida en trazos gruesos. Sólo una vez de cada tantas se filtra el brillo exclusivo de ese momento, de esa edad, y convierte un escrito en literatura; quizás esta novela de título paradójico “Ángeles del abismo”, de Jesús Ferrero, sea una de esas pocas en las que ha quedado reflejada la “masa confusa”, la turbiedad del inicio, la inconsciencia en el primer paso.  “Formábamos una piña, bajo las luces de neón, como si nos protegiésemos de la extrañeza del mundo más que del aire fresco de la tarde. Y cuando, tras la película, salíamos a la calle y el viento agitaba los ennegrecidos árboles y barría la ennegrecida plaza bajo la dulzona y espesa placenta de la noche, notábamos en el aire la latencia de un calor inexplicable, que era y no era el del amor, y que nos dejaba asombrados ante nosotros mismos.”

El peligro esta presente en las horas desocupadas, vacías. Es entonces cuando Diago, un hombre de apariencia liviana vigila a los jóvenes, escoge entre ellos al muchacho más frágil y le habla de forma suave y se le acerca: “…la crueldad, y otras potencias de parecida calaña, empezaban a concretarse y a tener cara.” La observación de las piezas de caza, la aproximación sibilina, la adulación interrogativa, las caricias entre palabras condicionantes, la sustracción de la voluntad del débil, la anulación de su autoestima, su paralización, su posesión. Dos personas, dos vidas, dos objetivos, dos intereses, y el número dos adquiere un significado especial. La propiedad de los Guridi, el jardín en el que juegan los jóvenes, se adentra en dos poblaciones, allí están unidas, pero también la atraviesa el río que recuerda en sus dos orillas al río mitológico en el que pasar de una orilla a otra es pasar de la vida a la muerte. Una ambigüedad turbadora. En el río se resolverá el conflicto. La calamidad se impone, el cómo se encuentra en la naturaleza del personaje dominante: “…porque aún no había ocurrido nada y a la vez todo estaba decidido.” Los sistemas de seducción presentan en la superficie sus aguas calmadas y por debajo… Máscaras, disfraces, trajes. El número tres encarnado en los tres amigos se va filtrando en la novela para susurrar al lector la presencia de “la otra vida”. El peligro abre paso al conocimiento. El narrador-protagonista se preguntará por los misterios profundos que hacen a la vida y a la muerte, sobre la inconsciencia del momento que contiene a una y a otra, y sobre las dos dimensiones del tiempo, el cronológico y el de la experiencia. Al final de esta reflexión el narrador buscará las palabras (la novela es una búsqueda a través del lenguaje) que se ajusten a la emocionante explicación desprendida del recuerdo, que al protagonista le parece un sueño en el que se encuentra “sentido a nuestra existencia”. Cómo ha cambiado la vida, la acción ha hecho que la elipsis  trazada por los personajes también la viva el lector. El lector tendrá presente el secreto del seductor, ¿cuántos jardines en los que la yedra se iba extendiendo poco a poco, aislando, preparando la caída del más débil inexperto, recordará?: así es como el lector se reconocerá en lo contado; la segunda “R” del arte, la revelación de lo que no vemos está en el fondo de la novela, Jesús Ferrero abre la puerta y dispone los elementos para que nos encontremos con ella. Novela donde el protagonista no se ha dejado llevar por el imprevisible azar, pero no ha podido impedir ser atraído por su corriente. En la lucha que ha establecido con esas dos fuerzas que han tirado de él ha conocido el por qué de otros finales. Novela, sí, de iniciación, de aprendizaje, de formación, como lo son “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister”, de Goethe, o ,“El gran Meaulnes”, de Alain de Fournier, la aquí comentada de Jesús Ferrero se suma a ellas. No deje de leerla.

Reseña elaborada por Ramón Pedregal Casanova

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