16 octubre 2006

Cartas clandestinas de un cartero casi enamorado

Un joven de contrato precario y sueldo mínimo, que comparte piso con otro como él y al que prácticamente desconoce, se siente inmerso en el vacío y en el desahucio personal. ¿Qué sentido puede darle a su vida? Frente a la estampa banal que se esparce a través de la televisión y otros medios, irrumpe de forma aplastante la marcha de las horas y los días de quien no encuentra cómo, ni con quien, ni por qué, ni para qué ser él mismo. Y los ritos diarios, todos los ritos, sólo sostienen lo que hay.

“Cartas clandestinas de un cartero casi enamorado”, ese es el título que Pablo Caballero, el autor, ha dado a esta novela. El protagonista encuentra en su habitación la novela de Celine “Viaje al fin de la noche”, título que rotula su vida de incomunicación, vida paradójica pues su labor es transmitir comunicaciones. El protagonista es cartero de Banco, lo que llamamos un cartero comercial. En el buzoneo encuentra la posibilidad de cubrir la necesidad de contarle a alguien, y por eso escribe cartas anónimas que deposita en cualquier buzón, ¿llegarán a otro en su misma circunstancia?, sea como fuere no podrá obtener respuesta.

El aislamiento también comprende la comunicación más absurda. El personaje es uno más dedicado al trabajo repetitivo y que anula, trabajo en el que la rutina le adelanta en el pensamiento lo que próximamente va ha hacer, y el lenguaje le advierte de cada uno de los actos que va a realizar.

El reparto tan rutinario sólo da para relacionarse en el pasar rápido ante porteros desconocidos, con información sobre el dinero de gentes desconocidas, mundos a cada cual más separados de él, como el de aquellos a los que buzonea sus propios escritos. Llega a escribir: “Raro dormir solo, comer solo, vivir solo. Rodeado de tres millones de interlocutores potenciales. Hablar solo por la calle”.

No hay comunicación porque el trabajo es una perversión de la esclavitud. Una muestra de esa perversión esclava a la que se somete y le rodea la encontramos en la voz de un compañero de trabajo cuando le pregunta “Cuánto tiempo llevas repartiendo cartas”, y él le dice “dos años”, el otro le asevera “llevas poco, yo llevo treinta y ocho años”. Se lo dice uno desgastado de cabeza, de mirada borrosa, de cuerpo melifluo, con fórmulas de pícaro para el trabajo y exabruptos machistas. Para despedirse le dice el experto: “mañana más”.

Y el “mañana más”, esa vida que adormece sus sentidos y anula su razón, se manifiesta ante él, vuelve la repetición que le insufla ese veneno anulador, que le hace incapaz de reaccionar ni ante el crimen. Ha perdido toda perspectiva, lo crítico y humano se le ha disuelto.

Los días transcurren en él de igual manera. Sólo un leve deseo, una ensoñación hacia la novia del que convive con él en el piso le lleva a hacer un mínimo gesto que, quién sabe si romperá la rutina y establecerá otra o quizás vuelva a la anterior, porque siendo coherente ¿podría salir del sitio que parece tener asignado?. Para entonces ya no escribe cartas anónimas, ha abandonado su búsqueda de interlocutor, también anónimo y también ajeno.

Novela que se levanta en un territorio de ideas contemporáneas, no porque esté escrita desde el pensamiento del escritor sobre nuestro tiempo, que también, sino porque arranca de nuestra sociedad todo aquello que nos enmudece y nos rebela.  Territorio de encuentro con lectores de hoy que quieren literatura, ficción, que les hable a ellos sin dramatizaciones gratuitas, rompiendo los límites formales de la novela antigua.

En “Cartas clandestinas de un cartero casi enamorado”, Pablo Caballero advierte de la fragilidad emocional de los individuos ya desprotegidos de toda conciencia y de toda perspectiva, viviendo el día a día cegador.

Es una novela cuya lectura provoca rechazo y rebeldía, que causa estupor. Habrá, con seguridad, quien desde el principio quiera cerrarla y mirar para otro lado, habrá quien desde el principio de su lectura querrá pensar que una novela no puede expresarse así, decirnos eso, ser como ésta, tan provocadora y tan fuerte. A más de uno le va a dar por pisotearla, por arrancarle las hojas, por quemarla o pegarle un tiro sólo por decirle en su cara de forma tan tremenda lo que le dice: cual es el sentido de su vida, de una vida así. Una novela comprometida con el presente.

Reseña elaborada por Ramón Pedregal Casanova.

Ramón Pedregal Casanova (Valverde de Jucar (Cuenca) 1951) estudió en la Universidad Complutense de Madrid Ciencias Políticas y en la Escuela de Letras. Asesor literario de la Editorial Lengua de Trapo. Dirige una Escuela de Literatura (Biblioteca Municipal. Las Rozas. Madrid) y  es profesor de novela contemporánea española y de relato breve en la Escuela de Letras. Tiene publicaciones literarias, reportajes, entrevistas, crítica, ensayo, en revistas y diarios como Revista Delibros, Añil (revista de cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha), Cuadernos del Matemático, El Cenital, Lateral, Platea, Diario Ya, Diario Lanza (Ciudad Real), La Nueva España (Asturias).

 

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