13 abril 2008

Una novena para un centenario

«Delante tenía ese papel. Se alzaba entre mí y un poder ilimitado, con un presupuesto para la orquesta, tantos conciertos y giras como quisiera. Dije: ‘¡Al diablo!’. Y firmé. Tenía una secretaria, una oficina. Era el paraíso a cambio de, quizás, dar un concierto para ellos de vez en cuando». Con aquella firma, quizá sin darse cuenta, Herbert von Karajan (1908-1989) incorporó a su biografía un hecho que condicionaría el juicio sobre su figura y toda su posterior e ingente obra. De alguna forma, siguió los pasos de Fausto en el drama de Goethe, con un Mefistófeles convertido en un régimen nazi que lo jaleó como una de sus grandes enseñas. El orondo Hermann Göring lo acogió como su director favorito, en gran parte para demostrarle así al presuntuoso de Goebbels que su inestable y taciturno Fürtwangler no era más que un director pasado de moda. La nueva Alemania necesitaba nuevos directores, después de la desbandada de los Kleiber, Walter y Klemperer. Karajan —así se lo confesaría años más tarde al biógrafo Roger Vaughan— no dudó en echarse a los brazos del enviado del maligno con el fin de hacer todo lo que envidiaría y desearía un director de orquesta que se hallaba en sus primeros años de trayectoria artística. En juego estaba su ingreso en la Ópera de Aquisgrán y un futuro en las mejores orquestas. “Dos almas ¡ay de mí!, imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe”.
Aquella decisión marcaría, para bien o para mal, toda su carrera como director. Un “sí, pero…” que ha llegado hasta nuestros días, cuando se celebra el centenario de su nacimiento. Partidarios y detractores han vuelto a salir a la arena para enjuiciar a quien fuera calificado por la crítica del Berlín nazi como “Das Wunder Karajan”. Lo paradógico es que, en realidad, a Hitler no le acabó de gustar nunca, sobre todo después de que se confundiera en una parte del Meistersinger wagneriano y le hiciera prometer a Winifred Wagner que aquel enjuto directorcillo no pondría sus pies en la sagrada Bayreuth mientras él viviera.
Con el fin de la guerra, Karajan comenzó a pagar parte del tributo por aquella firma. Fue desnazificado y se le prohibió dirigir en Alemania. Pero para entonces ya era el gran director que sin duda llegó a ser. Y ese hecho no pasó desapercibido para un Walter Legge que le ofreció viajar con él a Londres y poner en sus manos las huestes de la recién nacida Orquesta Philarmonia y comenzar a grabar el gran repertorio para la discográfica Emi. Bajo su batuta, la centuria londinense consiguió evolucionar hasta erigirse como una de las mejores orquestas del mundo. Mefistófeles le daba un respiro a Fausto, quien cada mañana debía hacer frente a unos atriles tras los que tocaban músicos que, no hacía demasiado tiempo, empuñaron fusiles para terminar con el régimen que lo encumbró. “Tú eres, al fin y al cabo…lo que eres. Ponte pelucas de millones de rizos; calza tus pies con coturnos de una vera de alto, y a pesar de todo, seguirás siendo siempre lo que eres.”
Lo que ocurrió después ya conocido. A la muerte de Fürtwangler en 1954, se hizo con el podio de la Orquesta Filarmónica de Berlín y desde allí reinó hasta su muerte en 1989 con casi mil grabaciones en su haber. Aquella relación estrecha y tormentosa a la vez con los músicos berlineses sólo se torció con la llegada de la clarinetista Sabine Meyer a la orquesta por exclusivo empeño del director. La formación no estaba preparada todavía —estamos en 1982— para admitir a la primera solista femenina de su larga historia y aquel frustrado intento marcó la distancia que le acercaría más en sus últimos años hasta la aristocrática Filarmónica de Viena, con quien se encontraba de forma habitual en el foso de Staatsoper y del Festival de Salzburgo. Afortunadamente, aquello cambió, sobre todo con quien heredaría el podio berlinés, Claudio Abbado, y hoy podemos ver a las mejores orquestas del mundo con generosas dotaciones de instrumentistas femeninas excelentes.

“¡Yo retroceder delante de ti, hijo del fuego! Yo soy Fausto, yo soy inmortal como tú…”. Casi no hay partitura conocida, si excluimos las escritas por la generación posterior a la Segunda Escuela de Viena, que no llevara al disco. Aquella obsesión le labró un considerable patrimonio y lo hizo omnipresente en las baldas de las tiendas de disco. Pero la contrapartida vino en forma de agotamiento progresivo, de saturación auditiva de parte del público que ya sólo veía en sus creaciones remedos efectistas de sus primeros registros. No había consenso. Así era Karajan, tan absoluto como su estilo de dirección: o lo amas o lo odias.
Para terciar o atizar aún más, quién sabe, la pugna entre filias y fobias, ha aparecido recientemente, gracias a EuroArts, una Novena de Beethoven en soporte DVD, grabada en directo en el concierto de la Nochevieja de 1977 en la Philarmonie en Berlín. El registro, dirigido por Humphrey Burton, nos acerca al maestro salzburgués en una de sus indiscutibles grandes noches. Somos testigos, durante setenta minutos, de su particular forma de construir el discurso sonoro, que llega a nuestros oídos contundente, nítido, bello, de gran intensidad dramática. De un primer movimiento que va in crescendo, apoyado en la poderosa cuerda berlinesa, jugando con los equilibrios y desequilibrios de la magistral partitura beethoveniana, pasamos al ostinato inicial del segundo, el control de las reverberaciones, hasta el lirismo y la delicadeza del eterno tercer movimiento. En el último, asistimos a la apoteosis coral de esta obra eterna, con un Van Dam pletórico en el fraseo y el conmovedor sonido que surge del empaste de estas cuatro voces excepcionales, que nos evoca la voz que ese otro coro místico que deja oír aquella frase del Fausto de Goethe: “Todo lo perecedero no es más que figura. Aquí lo Inaccesible se convierte en hecho; aquí se realiza lo Inefable. Lo eterno femenino nos atrae hacia lo alto”.
BEETHOVEN: Sinfonía num. 9 en re menor “Coral”. Anna Tomowa-Sintow (sop.), Agnes Baltsa (cont.), René Kollo (ten.), José Van Dam (baj.). Coro de la Deutsche Oper de Berlín. Orquesta Filarmónica de Berlín. Herbert von Barajan (dir.) Grabación en directo, 31.12.1977. 70 min. Subtítulos en español. EUROARTS – Unitel. Distribuido por Ferysa.
Texto: Felipe Santos

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