19 abril 2008

La lectura como obsesión

Según Kafka, no merece la pena leer un libro si éste no nos produce una gran conmoción. De acuerdo con esta opinión, los dos libros aquí reseñados Firmin de Sam Savage (Ed. Seix-Barral) y Una lectora nada común Alan Bennett (Ed. Anagrama) no merecerían ser leídos si no fuera porque ambos hablan de la conmoción que produce la lectura. Lo hacen además de una forma muy amena, a ratos incluso hilarante, y con empatía hacia sus personajes.

La vida de Firmin, una rata nacida en un lóbrego edificio que alberga una librería, está marcada por los libros desde sus inicios: Firmin empieza comiéndose el papel de los libros pero pronto descubre que disfruta más leyéndolos que comiéndoselos. Por su parte, la reina Isabel II de Inglaterra llega a la vejez sin haberse interesado nunca por los libros, pero un tropiezo fortuito con una biblioteca ambulante despierta en ella un apetito insaciable por la lectura. Para ambos, leer se convierte en una obsesión, en una forma de vida. Como ellos, cualquier adicto a la lectura reflexiona de vez en cuando sobre las razones y la finalidad de su adicción. Alan Bennett dice por boca de la soberana inglesa: “Leemos un libro para que nos confirme nuestras convicciones”.

Y precisamente estos dos libros no sólo constituyen un gran placer, sino que además nos confirman por qué y para qué leemos. Los dos tratan del efecto profundamente humanizador de la lectura. Firmin es una rata, la reina es un símbolo, la imagen de una institución; pero ambos se convierten en personas reales y vivas que sienten intensamente su singularidad sobre el rico telón de fondo, hecho de emociones, vivencias y reflexiones, que les ha proporcionado la lectura.

Texto: Elena R. Chamón, colaboradora de Dosdoce

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