13 mayo 2009

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

A pesar del poco tiempo transcurrido desde la aparición de la primera entrega de la trilogía Millenium, ya nadie duda de los poderosos efectos del huracán Larsson. Los hombres que no amaban a las mujeres se convirtió en ese libro del que habla todo el mundo, ha leído todo el mundo y a todo el mundo le ha gustado. Hasta tal punto que a día de hoy sigue siendo uno de los libros más vendidos, en competencia directa con su sucesor, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Y es que con el interés creado con el primero era evidente que el segundo arrasaría como lo ha hecho.

Sin desvelar ningún dato importante, diremos que la historia de «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina» comienza un año después de concluir la trama del primer libro. Muchas cosas han cambiado en las vidas de los protagonistas. Mikael Blomkvist se ha convertido, por fin, en un periodista reputado y disfruta de solvencia económica al timón de su revista, ahora reconocida por los otros medios de comunicación y gozando de éxito entre el público, lo que le permite escribir y tratar los temas que quiere sin que le preocupe la rentabilidad de los mismos. Es su gran momento para desarrollar el tipo de periodismo que le gusta: el de investigación, el de denuncia social, el que defiende a quienes no pueden hacerlo por sí mismos. Y lo más importante: siendo absolutamente independiente y sin tener que rendir cuentas a nadie.

Lisbeth Salander ha experimentado un cambio más radical. Se ha convertido en una mujer rica gracias a sus excepcionales dotes de hacker informática, y aprovecha esta oportunidad para hacer borrón y cuenta nueva. Se ha ido de Estocolomo, se ha inventado una nueva identidad e incluso se ha hecho alguna operación de cirugía estética para dar mayor credibilidad a su nuevo personaje y, de paso, parecer algo más femenina. Ahora está obsesionada por los libros de matemáticas y se ocupa de cuando en cuando en sus ratos libres de poner remedio a casos de maltrato a mujeres y algún que otro turbio asunto que requiera de sus drásticas soluciones.

Los caminos de Mikael y Lisbeth no han vuelto a encontrarse. Él ha intentado localizarla, pero ella estaba dolida y terminó poniendo tierra de por medio. Todo cambiará cuando, estando Mikael realizando un trabajo de investigación para un reportaje sobre trata de blancas, se cometen unos salvajes asesinatos sobre miembros de su equipo cuyas pruebas implican a Lisbeth como responsable de los mismos. Convencido de su inocencia, aunque a veces le resulte difícil, Mikael decide ayudar a su amiga a probarla. Es entonces cuando, dedicado en cuerpo y alma a sus pesquisas, descubrirá un sorprendente y oscuro pasado de Lisbeth que responderá a muchas de las preguntas que se había formulado durante tanto tiempo.

Así comienza el argumento de «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina», donde desde el principio queda patente el nuevo peso del personaje femenino con respecto a la anterior entrega. Aquí, Lisbeth Salander es omnipresente y omnipotente, es la protagonista absoluta que, además, parece tener poderes sobrehumanos. Y es que, así como en «Los hombres que no amaban a las mujeres»  resultaba un personaje convincente a pesar de sus enormes particularidades y llegábamos, como quien dice, a participar de sus actos, en este segundo libro es, a veces, difícil de creer. Si Larsson hubiera vivido para ver publicados sus libros podríamos pensar que el enorme interés (como así es) generado por el personaje de Lisbeth en “Los hombres…” le habría hecho sobredimensionarlo en “La chica…” respondiendo a un afán puramente comercial. De hecho, este segundo libro parece pensado para obtener un éxito rápido. En cualquier caso, todo esto son conjeturas. Larsson murió antes de ver sus libros impresos, y a pesar de todo trató así a la nueva Lisbeth. Sus razones tendría.

La inevitable comparación entre el primero y el segundo libro no ponen de acuerdo a sus lectores. Particularmente, me quedo sin duda con el primero, me parece más auténtico y, sobre todo, diferente a otras obras de este género. La redondez del libro es apabullante, mientras que en este segundo hay momentos que se escapan. Por ejemplo, teniendo en cuenta que forma parte de una trilogía y se presupone que ya se ha leído el anterior, no creo que sea necesario repetir tantas cosas de la primera entrega. Realmente tarda en arrancar, hay un cierto relleno que no parece necesario, y luego su final es tan vertiginoso que te hace estar pendiente de las hojas que te quedan por leer porque no crees posible poder cerrar tantas líneas abiertas en tan poco papel.

Otro aspecto que me llama la atención, y no para bien, es la continua relación de marcas comerciales: ordenadores, teléfonos móviles (ambos con sus correspondientes modelos y versiones), tiendas de ropa… e Ikea.  La descripción de cada uno de los muebles que Lisbeth se compra en Ikea con sus respectivos nombres no tiene demasiado sentido, a no ser, como antes decía, que responda a fines comerciales.

De todos modos, estamos hablando de un buen libro, de lectura fácil, amena y que, como el primero, resulta difícil de soltar una vez que lo has empezado. Sus personajes están muy bien trabajados y la línea argumental bien elaborada, aunque a veces aparezcan destellos de género fantástico con sus propios superhéroes. El ritmo, las excelentes descripciones y el interés por el detalle hacen que los libros de Larsson sean muy visuales y marcadamente cinematográficos. De hecho, la película sobre “Los hombres…” está a punto de estrenarse. Un libro, en definitiva, recomendable y entretenido, y cuyas 749 páginas no son obstáculo para que prácticamente se lea de un tirón.

Faltan ya pocas semanas para que aparezca el tercer y último libro de la trilogía Millenium, “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, y se han escuchado rumores de que es el mejor de los tres. Una estupenda noticia para todos quienes ya estamos tachando los días del calendario…

Texto:
  Iñaki Saldaña (Equipo Dosdoce)

 

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