15 marzo 2010

Seguiremos informando

Los 25 periodistas galardonados con el Premio Cirilo Rodríguez nos ofrecen, a lo largo de estas páginas, una de sus crónicas más famosas, acompañadas de un perfil escrito por personalidades del mundo de la prensa. Todo ello introducido por diversas reflexiones sobre los cambios que ha sufrido la profesión a lo largo del siglo XX y las perspectivas de futuro.

El periodista Aurelio Martín, coordinador del libro, está al frente de la dirección de Desarrollo de El Adelantado de Segovia, donde ha ocupado diversos cargos en el área informativa. Máster en Periodismo Digital y en Comunicación Corporativa e Institucional Web 2.0 por la Universidad de Alcalá de Henares, desde la presidencia de la Asociación de Televisiones Locales impulsó la puesta en marcha de estos medios de comunicación en España y ha trabajado con Pretesa (Grupo Prisa) en la creación de Localia. Corresponsal de El País y colaborador de diferentes medios, como la Agencia Efe. Premio del Club Internacional de Prensa en Televisión, entre otros galardones, es habitual en conferencias y mesas redondas sobre comunicación, ahora centrado en el fenómeno de Internet. Coordina la organización del premio de periodismo “Cirilo Rodríguez”, para corresponsales o enviados de medios españoles en el extranjero, que convoca cada año la Asociación de la Prensa de Segovia. Ha dirigido el documental “Cronistas del planeta”, relacionado con los veinticinco años de este galardón.

Reproducimos a continuación el prólogo del libro "Seguiremos informando", escrito por Aurelio Martín, quien nos lo ha cedido gentilmente con el fin de compartirlo con todos los lectores de Dosdoce.

Prólogo

Seguiremos informando

Por Aurelio Martín

En estas páginas se construye una historia con varias historias contadas por gentes apasionadas con lo que hacen, enamoradas de su profesión, poniendo todos sus sentidos y absorbiendo cada instante, por muy crudo y peligroso que sea, para trasladárselo después limpiamente, como su mirada, a lectores, oyentes o telespectadores.

El ejercicio que realizan es muy sencillo: ir al sitio y contarlo, ofrecer las claves para que se pueda comprender lo que ocurre y que se sepa discernir entre realidad y demagogia fácil provocada por alguna precipitada interpretación política o de grupos de presión, o de algún titular elaborado exclusivamente con cifras impersonales y frías.

Es un trabajo incómodo, que termina siendo odiado por cualquiera de las partes en un conflicto, pero que precisa de profesionales que sean capaces de aportar testimonios cargados de luz, valor y humanidad; porque también hay corazón, una parte de ternura hacia los más débiles, hacia quienes sufren en situaciones extremas de conflictos bélicos o catástrofes.

Hace pocos meses, durante un homenaje de sus compañeros, el maestro de reporteros y jefe de la “tribu” Manu Leguineche resumía todo esto con una frase, en su silla de ruedas, mirando al público desde el escenario: “He terminado aquí sentado, para demostrar que las guerras se pierden siempre”.

Al final, un reportero termina desnudando al mundo, pero este ejercicio de salir a la calle y escuchar le va desplazando a la soledad, a su paisaje interior, dibujado con horribles imágenes que aparecen con el tiempo, las que le ha tocado vivir para llevar su mensaje, pero que regresan inevitablemente. Y es que, como Manu, la entrega a la causa conlleva la entrada en el club de los faltos de cariño, de quien ha dado todo pero que termina pasando el platillo, como un mendigo, para recoger algún beso perdido, si es que no se ha quedado en el camino.

Todas las historias, crónicas o reportajes que se recogen en estas páginas, han sido elaboradas por periodistas que llevan a gala haber sido ganadores del premio de periodismo en memoria de Cirilo Rodríguez, que mostró a España, a través de la radio, la Norteamérica de los sesenta y los setenta. Son ya 25 años de un galardón, que convoca la Asociación de la Prensa de Segovia, que trata de destacar los mejores trabajos realizados por corresponsales o enviados especiales de medios españoles en el extranjero.

Quizá no estén todos, pero la representación es extraordinaria; y con la idea común de que con el trabajo que han elegido están defendiendo la esencia del periodismo, ahora que parece que nos precipitamos al deterioro y al final del reporterismo, por diversas cuestiones, principalmente derivadas del hundimiento económico, además de una crisis coyuntural en el sector y de una desorientación a la hora de encontrar modelos de negocio en una época de cambio, encabezada por Internet y protagonizada por la participación de los ciudadanos.

Aquí ya no sólo hay una voz y los demás escuchan, sino que aparece el diálogo y se profundiza en la democratización de los medios. Extraordinario, pero debe seguir existiendo el profesional que haga prevalecer el servicio público y los derechos fundamentales ante cualquier otro interés sectorial. Nos está tocando vivir una revolución, estamos en el ojo del huracán, desorientados, con capacidad mermada para la reacción y el análisis, pero, por fortuna, quedan personas que se encargan de recordar cuál es el camino del que no hay que salir.

En ese homenaje segoviano a Leguineche, en mayo de 2009, todos los premiados aprovecharon para suscribir un manifiesto –que hizo suyo la Federación de Asociaciones de Periodistas de España- donde se concluye que los “Cirilo Rodríguez”, su larga lista de galardonados y finalistas son una muestra de otra esperanza, “la nuestra”, de que este maravilloso oficio que comenzó con Heródoto, sigue muy vivo a pesar de las múltiples crisis, el mileurismo, los recortes de plantillas y la invasión del espectáculo en lugar de la información honesta y equilibrada en la que se da voz a todas las partes, no sólo a la que conviene.

Al texto no le faltan citas de Ryszard Kapuscinski, Don Hewitt, uno de los grandes en EEUU, creador del programa 60 minutos de la CBS; Bill Keller, director del The New York Times, o de quien llegara a la final del premio, en 2001, José Comas, que hablaba del periodismo ratonero (de ratón del ordenador), del corta y pega para ser más exacto, donde se confunde el negocio con la actividad porque, recurrir a la Red, a veces sin consultar más fuentes, es menos costoso que desplazar miles de kilómetros a un enviado o fijar un corresponsal en la zona.

Este manifiesto, que no debería ser otra cosa que la voz de la conciencia de toda una profesión –“nuestro trabajo no es ajustar balances sino contar historias, y éste no está en crisis”-, no hacía más que recordar algo tan sensato, ahora olvidado deliberadamente por algunos, como que el gran periodismo, el imprescindible, nació para incomodar.

Primero a los jefes del mismo periodista, pero sobre todo a los poderes públicos y económicos, tan dados a la desmesura.  “Nuestro trabajo”, dicen los corresponsales premiados, “es fiscalizar, investigar, descubrir lo que se quiere ocultar, servir a la ciudadanía (…) En nuestra mano está mimar ese periodismo para que los ciudadanos sigan siendo ciudadanos, y no meros consumidores, y para que los poderes sea cual sea su naturaleza, se sientan vigilados”.

Han sido cinco lustros de premios  -“son nuestros Pulitzer”-, donde se reconoce una forma de entender este hermoso oficio, una forma de estar en él. Lo hemos celebrado con un documental, con testimonios e imágenes que nos colocan en la realidad del planeta, entre la última mitad del siglo XX, a partir de la guerra de Vietnam,  y los primeros años del XXI, con la llegada del presidente Obama a la Casa Blanca. 

Ahora, hemos querido recoger en un libro los textos que aportaron valor a sus autores a la hora de ser destinatarios del premio, con un perfil de cada uno de ellos, elaborado por otros premiados o por compañeros y personas cercanas. Al final, se han implicado en esta obra más de cuarenta profesionales, en su mayoría los primeros de la lista de quienes hacen periodismo en España.

Estábamos contentos de poder contar con una familia al completo –todos los premiados viven- pero, recordándonos la realidad a base de clavarnos al suelo, mientras elaborábamos esta edición perdimos a uno de los grandes, al maestro y amigo Pedro Altares, miembro permanente del jurado desde la primera convocatoria, cuando se les ocurrió la idea, allá por 1984, a gentes como Javier Giráldez, Isabel Marsans o Atilano Monterrubio, en torno al Centro Segoviano de Madrid que presidía José Luis Bernal, para luego pasárselo de inmediato a la asociación de periodistas, con el fin de que permaneciera la memoria de Cirilo Rodríguez, pero también de reconocer el esfuerzo que se realiza en una de las áreas más difíciles del reporterismo.

En torno a veinte días antes de que el humorista Forges lo dibujara ascendiendo con cuatro alas, la forma en la que se marchan “los buenos”, Pedro Altares nos dejó su aportación a esta publicación, a modo de introducción, que completa su hijo Guillermo (Willy), como si fueran dos pinceladas diferentes en un mismo lienzo, pero que en su conjunto nos harán entender de dónde venimos, dónde estamos y a dónde podemos ir. Gracias Pedro por tu apoyo.

Habrá quien sólo debata para ver si a este libro se le ubica en la ciencia de la Comunicación o en la de Historia, pero trasciende de esos ámbitos. Es una recopilación del trabajo de aquellos que son conscientes de su responsabilidad, que están donde hay silencio, como recordaba Ramón Lobo mientras trabajaba en el manifiesto, empleando las palabras de la periodista estadounidense Amy Goodman: “Sin periodistas no hay noticias. Sin información, aumenta la impunidad”. Así que ¡seguiremos informando!

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