02 noviembre 2011

Recorriendo el Museo del vino

Saliendo de la ciudad de Logroño -sí, la tan famosa por su calle del Laurel, por la hospitalidad de sus gentes y su excelente gastronomía-, nos dirigimos a la Villa de Briones, también en La Rioja. Pasamos por el pueblo de Torremontalvo y sin duda todo aquel que tenga la suerte de visualizar ese paraje, se prometerá a sí mismo que la siguiente excursión será a esa localidad.

Unos kilómetros después, por carreteras entre viñedos, al fin se encuentra un cartel que reza: Bodegas Dinastía Vivanco, Museo del vino. La entrada, cuando menos, impresiona. Da la sensación de ser la mismísima puerta a Versalles. Cipreses por doquier, parterres, agua…y mucho, mucho parking.

Y no es para menos; al parecer, el museo que alberga esta bodega es lugar de peregrinación para todos los profesionales y amantes del mundo del vino.

Entrando en la recepción de Vivanco nos recibe Iván, un amable sumiller de, al parecer, gran renombre. Será el guía a lo largo de toda la visita.

Tras ver un breve video introductorio en una salita, se pasa a una zona donde guardan innumerables objetos que nos hacen retroceder a lo largo de cientos e incluso miles de años; lo que más llama la atención es una gran prensa del siglo VIII, una de las primeras piezas que adquirió el propietario de la bodega, Pedro Vivanco. Después de ésta, pueden observarse vasijas del año 4.000 a.C, objetos egipcios (aunque estos eran más conocidos por la cerveza que por el vino), también objetos griegos, cultura importante en el mundo del vino (cultura también que mezclaba el caldo con agua para generalmente tomarlo tras las reuniones). Por si fuera poco, es posible además ver cómo eran los primeros vidrios de la historia. Incluso la edad media tiene su rinconcito, pues los monjes de aquella época tenían la hegemonía de esta preciada bebida. Por supuesto también hay lugar para la evolución del vidrio tras la revolución industrial.

Mientras se ven todas estas reliquias, Iván va metiendo un poco en harina al oyente: cuenta por qué por ejemplo en Brasil es más complicada la viticultura que en La Rioja: porque en Brasil apenas hay diferencia de una estación a otra, las temperaturas son muy regulares, con lo cual no llega la estación fría en que las plantas dejan caer sus hojas y entran en letargo. Se pasan el año produciendo. Al no haber descanso, la planta normalmente acaba muriendo. También explica que la primera incursión de La Rioja en el vino fue gracias a los romanos, que lo trajeron a la península.

Otra cosa importante de la que habla es de las denominaciones de origen,  que surgen por primera vez en el año 1926. Explica cómo se hacía antaño la vendimia, cosa que por cierto llama la atención, pues la hacían ¡solamente las mujeres! Otras curiosidades que aprendemos es que Portugal es actualmente el país más importante en la producción de corchos, aunque también advierte que cada vez es más usual el empleo de material sintético para la elaboración de estos cierres.

En otra sala diferente, las riquezas que rodean al visitante no hacen otra cosa que deslumbrarlo. Platos antiguos, estatuas, libros, cuadros, mosaicos, copas de oro, de plata, bandejas… Destaca un singular rincón en el que pueden observarse tres magníficos cuadros, uno de Sorolla y dos de Picasso, junto con una jarra también del artista cubista. Todo ello relacionado, cómo no, con el vino.

¡Por no hablar de la impresionante colección de sacacorchos! De todos los tipos, formas, colores y materiales.

Es imposible calcular grosso modo el valor artístico y económico que guardan estas paredes.

Por otro lado, siempre se ha escuchado eso de roble francés y roble americano, pero ¿cuál es la diferencia? Otra duda que para el visitante deja de serlo. Iván dice que la diferencia principal entre uno y otro es que la madera del francés tiene muchos más poros y más grandes que la del americano, lo cual hace impensable su corte mediante sierras y por lo tanto hay que seccionarlo. Debido a eso, el precio aproximado de una barrica de roble francés viene a ser de unos 800 €, mientras que la de americano casi la mitad. Eso sí que es una gran diferencia.

Después de la breve clase de esta parte de la silvicultura, se pasa a lo casi más divertido de la visita: una “cata de olores”. En esta parte del museo hay unas cintas con aromas en las que se restriegan unos papelitos y se juega a adivinar de qué se trata. Violetas, piña, tierra mojada, petróleo, pino, eucaliptus, miel… Es increíble descubrir que un olor te es totalmente familiar sin saber exactamente a qué corresponde.

Cabe destacar, y mucho, que todo el recorrido interior del museo está pensado también para invidentes. En el suelo hay un camino de baldosas con diferente rugosidad a las demás, de tal forma que la persona en cuestión puede caminar entre las obras y pararse a tocar alguna de ellas.

Después de eso y de ver mucha más maquinaria antigua, se sale a la calle, concretamente al “Jardín de Baco”. Para el que no lo sepa, Baco era el dios del vino. No es difícil deducir qué tipo de jardín era este; un jardín de vides. Vides traídas de medio mundo. Es algo así como un jardín botánico de la vid. Una colección en la que te encuentras uva española, francesa, alemana e incluso china. Tras el paseo por los jardines de nuestro dios favorito, Iván invita a dirigirse hacia la bodega propiamente dicha. Se camina entre macizos de lavanda hasta llegar a una modernísima plataforma de cristal dentro de la cual espera un ascensor que lleva bajo tierra, al primer sótano, donde, según comenta, se empieza la elaboración del famoso vino Dinastía Vivanco.

El sumiller explica todo el proceso, desde que se descarga la uva hasta su descanso encerrada en botellas de cristal a oscuras. Esta bodega no deja de ser una caja de sorpresas: las tinas donde se guarda el vino para su primera fermentación no son de metal como estamos acostumbrados a ver, sino que son de madera al igual que las barricas, aunque no por ello ancladas en el pasado; todo ello está informatizado: la luz, la humedad, la temperatura…

Por último, y para quedarnos literalmente con un buen sabor de boca, se deleita al visitante con una pequeña cata de crianza y de reserva.

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