25 mayo 2017

Internet está salvando la cultura, no matándola

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Elegant female backpacker using mobile digital tablet computer reading guidebook app searching information on Bangkok wat pho temple in Thailand travel, vía Shutterstock

Hay muchas voces que aún hoy siguen alzándose contra Internet a la hora de establecer la relación de la Cultura con la Red. Para algunos, ha supuesto un decaimiento de la cultura, una desvalorización.

Esta posición muchas veces academicista y conservadora -en gran parte erigida desde el desconocimiento de las posibilidades de Internet como herramienta de ofrecer y ensalzar la cultura y en base a aspectos negativos, muchas veces anecdóticos y que tienen que ver más con el comportamiento humano que con la red-, olvida, por ejemplo, como hechos artísticos y culturales de todo el mundo y con mayores dificultades para tener visibilidad, ahora pueden tener un espacio propio de expresión y alcance, llegando a hacer crecer comunidades enteras que de otro modo hubiera sido muy difícil poner en contacto.

El punto se suele poner en un hecho generalizado en cuanto a los contenidos en Internet: cómo toda una generación se acostumbró a no pagar por acceder a la cultura, especialmente las empresas de noticias, tales como revistas y periódicos. Toda una generación de lectores crecieron con el hábito de no pagar por nada.

Como señalaba Farhad Manjoo hace unos meses en el New York Times, ese argumento comienza a dejar tener vigencia. La prueba es que plataformas de suscripción tales como Netflix, HBO, Spotify o Apple Music, entre otras, no paran de sumar usuarios de pago (Spotify anunció que su base de suscriptores aumentó en dos tercios en el último año, de 30 millones 50 millones; Apple Music ha conseguido 20 millones de suscriptores en aproximadamente un año y medio; y el último trimestre de 2016, Netflix sumó siete millones de nuevos suscriptores). Pero la gente también está pagando por contenido de menor audiencia y menos amigable.

Han tenido que pasar 20 años, como señala Manjoo, para que los contenidos digitales comiencen a encontrar formas de monetización, en parte gracias a amoldar los nuevos hábitos de los consumidores a la construcción de nuevos modelos de negocio. Más allá iniciativas de naturaleza multinacional, otros modelos como el crowdfunding y las plataformas dedicadas a él, por ejemplo, están dando la posibilidad de que mentes creativas puedan llevar a cabo sus proyectos culturales (libros, apps, obras de teatro, conciertos, restauraciones, películas, animaciones, etc.) y darlos a conocer en todo el mundo.

Por su parte –y esto ya comienza a ser un factor familiar desde hace años- Facebook, Instagram, Youtube o Twitter, por mencionar redes generalistas y no especializadas en cada campo cultural, dan espacio a artistas de todo ámbito y les permiten establecer un contacto directo con su potencial público.

Al margen de la monetización, tanto la cultura popular como la de más alto alcance, si se quiere hacer esta distinción, han encontrado en Internet el espacio necesario para llegar a audiencias que antes sólo podían quizá alcanzar a contactar a través de postales o la televisión. Desde una pequeña galería de arte concreto (por ejemplo digital) al Museo del Prado y su excepcional web actual, Internet les ha dado herramientas con las que muchos usuarios de cultura online hemos pasado horas gratificantes. Por no hablar de proyectos como Open Culture -por nombrar sólo uno-, que nos alimenta cada día infinitos recursos de cultura abierta.

El debate da para mucho, pero cualquiera que haya vivido antes de la era Internet sabe que para intentar matar a la cultura no ha hecho falta esperar a su llegada.

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