24 enero 2006

Eloy Fernández Porta

¿Cómo refleja la literatura una nueva realidad caracterizada por la psicosis social, el espectáculo mediático y la estética del cuerpo? Golpes, Ficciones de la crueldad social  reúne en sus páginas a una nueva generación de nueve escritores españoles que se vienen replanteando estos temas a través de sus relatos. Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974) es uno de los principales promotores de esta iniciativa y autor del prólogo de este  libro, así como varios libros de relatos Los minutos de la basura  (1997) y Caras B. De la música de las esferas (2001).  Os adjuntamos la entrevista que  hemos realizado a Eloy que os permitirá conocer con más detalle  esta excelente muestra de nuevas aproximaciones literarias.

¿Cuál es el estado de salud de la escena literaria independiente en España?

Lo diré en forma de eslógan (repítase quince veces al día, como un mantra): las propuestas literarias más relevantes, y más innovadoras, sólo se encuentran en espacios alternativos a los grandes grupos editoriales. Por si el eslógan no suena lo bastante mesiánico, añadiré que, a día de hoy, estamos asistiendo al final de un modelo de concepción, presentación y difusión de los productos culturales. Este modelo estaba dirigido a un supuesto «lector medio» al que se intentaba persuadir, desde los mass media, para que consumiera una serie de simulacros de producto cultural –o «libroides», como los llamaba Gilbert Sorrentino. No me refiero a los bestsellers, sino al modelo de cultura que han propuesto los grandes grupos, que tienen una idea rigurosamente kitsch de la edición. Aunque este tipo de literatura kitsch seguirá existiendo en el mercado, tenderá a desaparecer de la Historia literaria en mayúsculas. Y esto no sólo porque se esté generando una «conciencia estética» exterior a las grandes corrientes del mercado, sino porque el mercado mismo se ha ido complicando y sofisticando, de manera que el antiguo «lector medio» ha desarrollado exigencias más específicas, que sólo puede ver satisfechas en los medios de comunicación alternativos

A partir de aquí, habría que distinguir entre las «obras creadas desde la independencia» y la «escena independiente» propiamente dicha, que en nuestra literatura no está tan establecida como en las artes visuales o en la música pop (www.barcelonareview.com/32/s_efp.htm). Si hablamos de novela, para mí la Historia de la literatura española reciente no son libros como los de Millás o Marías, sino obras como Circular de Vicente Luis Mora, I love you Sade de Juan Francisco Ferré o Efectos secundarios de Germán Sierra. Si libros como estos –y las editoriales en que aparecieron- no han tenido aún tanta resonancia como merecen es porque todavía hay cierta reticencia, por parte de algunos, a pensar en términos de «escena alternativa» claramente diferenciada de la oficial. En definitiva, diría que estamos en un momento de transición, en que, alrededor de obras tales como las que he mencionado, se está acabando de articular una conciencia diferencial, con discursos, medios y argumentos distintivos.

Hemos detectado una nueva corriente de escritores pertenecientes al subgénero denominado realismo sucio. ¿Es una etiqueta comercial de las editoriales para designar a una generación joven de escritores? ¿Qué hay de realismo y cuánto de sucio en las formas literarias que han asumido ese nombre en España?

Desde hace ya algunos años los lectores y colaboradores de revistas y editoriales underground empezamos a notar la pujanza de un nuevo modelo de relato breve que, si bien recogía algunos elementos del realismo sucio norteamericano, ponía un énfasis mayor en los temas de extremitud, en las diversas formas que adopta la violencia, y en la crítica social. No se trata sólo de un tipo particular de cuento, sino de toda una estética, que tiene sus equivalentes en poesía –en lo que Antonio Orihuela ha llamado «realismo radical»- y en cómics –en autores tan distintos como Miguel Ángel Martín o Miguel Brieva, que son, cada cual a su manera, materialistas críticos. La antología que hemos coeditado Vicente Muñoz Álvarez y yo mismo, Golpes. Ficciones de la crueldad social, es un muestrario de esta estética. Como comenta Vicente en una entrevista sobre el libro (www.barcelonareview.com/43/s_efp.htm), con Golpes nos hemos propuesto sacar a la luz una parte de la Historia secreta del relato español, que venía gestándose desde mediados de los años noventa. Golpes recoge textos más o menos afines al realismo tal como se puede entender este término en nuestra época, y que van desde la hiperrealidad hasta el experimento, pasando por el retrato psiquiátrico. El otro día, al releer algunos de los relatos, caí en la cuenta de una cosa que no había advertido al preparar la edición, y es que casi todos los autores del libro describen y ponen en solfa alguna forma de jerarquía, sea sentimental, laboral, sexual o psicológica. ¿Un libro antijerárquico? Pues sí, y si a alguien le parece que «antijerárquico» es sólo una etiqueta sensacionalista o comercial, mejor que se gaste el dinero en otra cosa.

En tu obra abogas por una revisión crítica de la sociedad actual de consumo de la que aparentemente disfrutamos. ¿Crees que el realismo de la crueldad social es una vía para analizar y cuestionar la actualidad? Y si es así, ¿crees que los escritores son referencia social y moral (como conducta frente al mundo que perciben) ante los lectores?

Bueno, tú lo has dicho muy bien: al criticar la sociedad de consumo no podemos perder de vista que también la gozamos, incluso en el sentido freudiano. Eso es lo que distingue a los autores reunidos en Golpes de algunos otros que hacen, simplemente, literatura documental. Buena parte de la narrativa contemporánea se sitúa en un ilusorio espacio ético exterior a la dinámica del consumo, como si el escritor no tuviera nada que ver con los criterios de valor y marginación creados por los media, o como si pudiera contemplarlos como el visitante de un parque de atracciones que ve girar un carrusel de productos y marcas. Una de las premisas de la idea contemporánea de literariedad es: vivimos tiempos sobreacelerados y la literatura es el refugio de la lentitud. Escribir sobre la crueldad social es cuestionar esa premisa y admitir que tu forma de pensar y de follar, tu cuerpo y tu concepción del tiempo han sido acelerados a la velocidad del consumo. En este sentido, si algo tienen en común los autores incluidos en Golpes es que todos ellos evitan tanto el discurso de la víctima («soy una víctima de la marginación social; no tengo ninguna responsabilidad en tanto que víctima») como el del vate («vivimos en el mundo del pragmatismo inmanentista», como dice el Cardenal Rouco). No se limitan a «criticar el consumo», sino que analizan su propia implicación en él, y este análisis suele implicar un discurso sobre la brutalidad. Por lo demás, mis modelos de referencia social y moral suelo encontrarlos en los animales (www.caminosdepakistan.com/pdf/3/palindrido.pdf).

En tu obra indicas que casi ya no hay diferencia de clases sociales, que la mayoría de la gente vive sin saberlo (o reconocerlo) en una especie de simulacro de clase media. No obstante, la mayoría de la gente vive desesperada por alcanzar un supuesto estatus social en la sociedad, familia, amigos, trabajo, etc. ¿Qué quieres decir con que «la clase media ha dejado de existir» y qué consecuencias tiene tal percepción del mundo en que vivimos?

Aunque ayer noche no ví las noticias, me parece que la diferencia entre clases sigue vigente. Es más: creo que se ha extremado hasta el punto de borrar el eslabón entre los dos polos. Una de las consecuencias la he apuntado ya en la primera pregunta de esta conversación: la figura del «espectador medio», que representaba a la totalidad de la esfera social entendida como clase media, tiende a desaparecer, y el «producto para todos los públicos» está en recesión ante las especializaciones y precisiones del gusto. Una segunda consecuencia es la pérdida de confianza en los valores de probidad intelectual y proyecto político que tradicionalmente habían caracterizado a la clase media. El auge de la cultura basura, que por lo general entendemos como «el kitsch de los pobres», es una muestra evidente de la pérdida de identidad de clase del espectador. Creo que en este asunto la literatura juega un papel importante, porque uno de los objetivos principales de la novela comercial contemporánea es reafirmar la conciencia de clase, hacer que el lector se identifique como persona «culta», «con valores» y superior a otras personas que no leen novelas. La literatura que a mí me interesa leer, y escribir, es la que maneja los extremos de la expresión verbal, desde la retórica hasta el punk, y descarta ese tranquilizador grado medio de la escritura.

Poco a poco vemos que más creadores están de vuelta hacia lo real, no sólo en la literatura, sino también en el cine, en el teatro. Nos parece un fenómeno interesante; ¿crees que la gente está harta de ficciones, que hay un claro agotamiento del simulacro?

En primer lugar, diría que la estética de los últimos treinta años -esto es, la estética posmoderna- casi siempre valoró las cualidades formales por encima de las temáticas y el efecto por encima del objeto. Es evidente que desde los últimos años del siglo XX esta idea del arte ha sido sometida a distinos exámenes y críticas, tanto artísticas como teóricas. Por decirlo a la manera tradicional, estamos pasando de un «momento barroco» a un «momento clásico», en que se vuelve a dar prioridad a los temas sobre las formas y al estilo directo sobre la complejidad formal. Un fenómeno secundario de este proceso es la creciente sociologización de la creación artística, cada vez más patente, tanto en la decisión de los artistas de valorar los temas «sociológicamente representativos» sobre los temas «irreductibles» como en la tendencia del espectador, e incluso del crítico, a hacer lecturas de contexto, de género, de clase. En el discurso de las artes plásticas se habla cada vez más de nuestra época como el momento del giro sociológico.

Cuando en la introducción a Golpes propongo el término «retorno a lo real» como posible clave para leer el libro no me refiero al «realismo» al uso, sino al sentido que aquel término tiene el psicoanálisis: la experiencia traumática, el momento en que se abre un vacío en la cadena de significados. El relato de Salvador Gutiérrez Solís, «La memoria del fotógrafo», lo expresa muy claramente, por medio de la mención una foto que representa un acto de violencia que es sustraído al espectador, que no es representable. A partir de aquí, creo que la antología muestra un repertorio bastante amplio de heridas y traumas: psicológicos, afectivos, laborales y, desde luego, físicos. Volviendo a la pregunta, creo que la gente sí está cansada de un cierto tipo de ficción entre edulcorada y psicologista que parte de la base de que hablar de conflictos públicos es de mal gusto.

Hoy en día vemos que hay mucha supuesta literatura que sabe a periodismo y muchos periodistas que van de escritores. ¿Qué está pasando?

El periodismo ya había conquistado la literatura desde hace bastante tiempo, al hacerla dependiente de los criterios que los periodistas improvisan y de las ideas que, a todas luces, no tienen. Que además de eso los periodistas asuman la tarea de escribir novelas ya es pura redundacia. Es como si me dicen que la Prensa se ha casado con la Corona: «Ah, pero ¿no estaban casados ya?» Si la prensa es el discurso dominante (en la ideología, en la retórica y en la estética), entonces la única relación digna que la literatura puede mantener con ella es crítica.. En este sentido, creo que las páginas electrónicas que satirizan la prensa, como la ya clásica www.theonion.com, o www.cibercerdo.com, son verdaderos modelos literarios.

Ahora mismo estoy ultimando la edición de otra antología que aborda toda esta cuestión. Se situla Mass Media + Máquinas y reúne relatos, poemas, cómics y ensayo breve, de autores españoles recientes, que muestran distintas caras de la cultura creada por los medios de comunicación. La publica una editorial de Barcelona, Laia, y estará en la calle a finales de año. No es una antología tradicional, sino más bien un sampler, en que he ido tomando textos de distintos géneros para hacerlos dialogar entre sí. Para mí todos estos géneros son formas particulares de una orientación general del arte contemporáneo, que podríamos llamar postmedia porque se ocupa ante todo de las nuevas tecnologías y de los medios tradicionales.

La idea de vanguardia va perdiendo sentido en Europa, mientras que en otros países vemos cómo la escena literaria va tendiendo puentes hacia otras artes, hacia las nuevas tecnologías, hacia otros lenguajes; ¿qué nos está pasando en la vieja/nueva Europa?

La idea de la decadencia de las vanguardias, ¿a quién beneficia? ¿Quién sale ganando con ella? Creo que en los últimos tiempos el reconocimiento de las formas innovadoras en arte y en literatura ha estado demasiado influenciado por teorías de la vanguardia como la de Peter Bürger, que postula una decadencia histórica de la estética vanguardista, supuestamente causada por su propio agotamiento interno y por el «rapto mercantil» de sus principios. No soy el único que está en contra de esa idea. En primer lugar, las vanguardias no fueron una seta en el monte de la Historia: fueron una consecuencia directa de los movimientos artísticos de fin de siglo, que a su vez derivaban del Romanticismo. Las «vanguardias históricas» terminan en los años cuarenta, pero la Historia de las formas innovadoras continúa. En segundo lugar, la vertiente comercial e incluso decorativa de los movimientos vanguardistas estaba presente desde sus principios. El año pasado pude ver en el Museo de la Publicidad de París una expo de anuncios de los años veinte, casi todos ellos realizados por artistas que hoy son parte del canon; a nadie se le ocurrió, en su día, decir que esos anuncios marcaban «la comercialización de las vanguardias y su muerte».

Los discursos del tipo «ya no hay nada nuevo» no hacen sino favorecer la idea de la novedad creada por los medios de comunicación, en contra de la idea de lo nuevo creada por el arte. Hay una parte de la «verdadera novedad» que puede parecer más presente en Estados Unidos, porque la cultura norteamericana –me refiero a su Alta Cultura- siempre ha mostrado una gran capacidad para retomar, adaptar, reformular y popularizar los recursos heredados de la tradición vanguardista europea. La literatura posmoderna, tal como se elaboró allí desde los años ochenta, es un buen ejemplo de esa práctica (www.revistasculturales.com/articulosLeer.php?cod=39). De todos modos, eso fue un fenómeno relativamente excepcional dentro de una cultura, la norteamericana, que en general traduce poquísimo y está cerrada a cal y canto a las influencias exteriores. Todo esto no quita para que, como tú apuntabas, la vieja-nueva Europa «envidia a un pariente lejano inventor / de la crema de cacahuetes», según dicen unos versos de Raúl Herrero.

Cada día nacen en Internet decenas de revistas digitales, weblogs literarios, editoriales digitales, etc. ¿Crees que Internet ampliará la comunidad literaria? ¿Ayuda a descubrir y/o dar a conocer nuevos talentos?

Internet parece estar en una etapa especulativa-destructiva en que, mientras va decidiendo para qué sirve de veras, se dedica a dar el finiquito a otros medios. Para matar el rato, nomás. Las páginas gratuitas de noticias no están aún establecidas como fuente de información, pero ya están dejando obsoletos a los periódicos en papel. Los weblogs están probando-probando, aunque hay algunos la mar de divertidos (www.gachasattiffanys.blogspot.com), pero ya han logrado que los novelones autobiográficos parezcan cosa de otro siglo. El columnista de opinión que escribe en un diario o en una revista se nos aparece ahora como un pobre pelafustán sometido a absurdas restricciones de espacio, tema y tono (en comparación con el que escribe en un foro o en una página personal). A mí toda esta destrucción sin objeto me pone de muy buen humor.

Más en positivo, diría que la comunidad literaria que mejor ha aprovechado las posibilidades de la red es la de los poetas. En realidad las ha aprovechado tanto que se está empezando a convertir en una comunidad distinta: la de los artistas multimedia que hacen poemas, vídeos en flash y diseño digital. Me di cuenta de esto cuando un relato que publiqué en The Iowa Review Web, con ilustraciones de Kosinski, apareció descrito en un portal como «poema en prosa» (www.uiowa.edu/~iareview/tirweb/feature/fernandez/). En este sentido, internet es el lugar donde se están reencontrando la literatura y las artes visuales, que llevaban varios lustros sin hablarse casi. Todo esto sucede en un ámbito metamediático, experimental y de difusión reducida: la red no crea nuevos lectores, pero sí renueva los hábitos culturales de los que ya había.

Texto: Redacción Dosdoce

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