10 febrero 2006

Unai Elorriaga

Con tan sólo 27 años, Unai Elorriaga (Algorta, Getxo, 1973) recibió el premio Nacional de Narrativa 2002 por «Un tranvía en SP», su primera novela y que él mismo tradujo del euskera al castellano. Ahora, tras el ajetreo del premio y la promoción de aquella novela, presenta su segunda obra, «El pelo de Van´t Hoff.» (Alfaguara), en la que vuelve a deleitarnos con una prosa fascinante, de ritmo hipnótico. Un verdadero soplo de aire fresco en la narrativa contemporánea.

P – La importancia del juego en el libro, planteado casi como un divertimento y explotado por el dossier de prensa,¿ puede empañar un poco otros niveles de lectura?

Parece que el libro se limita a la cuestión del juego, tal y como lo plantea el dossier de prensa y la contraportada. Sin embargo, el libro es mucho más que eso. Tiene reflexiones mucho más duras, aunque estén aparentemente dibujadas de forma lúdica y juguetona, ahí se habla de cosas muy importantes: hay un cementerio … Todo el mundo que lea el libro entenderá que hay cosas esenciales en la vida. Es juego, sí, pero es más que un juego.

P – Tu prosa tiene una gran carga lírica. No sólo en las imágenes sino también en su ritmo. Y, no obstante, he leído en algún lugar que la poesía no te acaba de convencer, que le falta algo. Quería que me ampliases un poco este comentario.

Yo con la poesía tengo una relación un poco extraña. Me gusta la poesía, pero veo que, o no entiendo todo lo que hay que entender y no llego a meterme dentro, o entiendo todo y me parece que falta algo. Y lo que le falta es lo que tiene la prosa, la prosa engancha. Yo conozco a mucha gente que lee novela, lee cuento y que realmente se emociona, que es muy importante en sus vidas lo que lee en prosa. En cambio, la poesía es tan … aquí un detallito, aquí otro … Un libro de poesía es una cosa tan etérea, que pasa y no te deja ese poso. Sin embargo, si tú trasladas esa poesía a la prosa, al poso propio que ya tiene la prosa por narrar una historia larga en la que te metes, conoces a los personajes, se le añade la fuerza que tiene la poesía para mover lo de dentro, las emociones.

P – Al leer el libro, me vino a la cabeza «Juegos de la edad tardía», de Luis Landero, también Nacional de Narrativa. En ambos se reivindica el juego como parte fundamental no sólo de la infancia sino de la madurez, aunque cada uno desde una perspectiva distinta.

De Landero, he leído un único libro, «El guitarrista», que era finalista cuando estuve de jurado del Nacional de Narrativa, el año pasado. Pero la verdad, tengo que reconocerlo, no leo mucha literatura actual. Porque hay tanto para leer que está ya escrito y sabemos que es bueno… Porque si coges a Faulkner, a Kafka … sabes que vas a leer un libro bueno, está ya avalado por muchos críticos y por mucha historia. Porque si seguimos hablando de un libro escrito hace setenta, ochenta años eso significa que es bueno. Por eso, hay tantas cosas buenas que coger para leer que no me arriesgo a coger un libro actual y decir a ver si éste es bueno, pero si tengo diez mil libros buenos, ¿para qué voy a coger uno que no sé si va a estar bien?.

P – Por lo que dices en tu libro, para jugar. Coger un libro actual que desconocemos y probar a ver si nos gusta, también es una forma de jugar, ¿no?

Sí, sí, también lo hago. Ahora, hace poco, he leído dos libros de gente para mí desconocida: el primer libro de Rubén Gallego, «Blanco sobre negro», que me pareció una maravilla de libro; y uno de Nicholson Baker, que ha salido hace poco, un autor estadounidense, hay tres o cuatro novelas publicadas en castellano, que está muy bien. También me arriesgo, pero me arriesgo lo menos posible. Quiero decir, yo también juego con Kafka. Si me meto a Kafka, igual mi interpretación es diferente de la de un determinado crítico. Es decir, no es ir a lo seguro, quedarme en los clásicos y ya está. Es una cuestión de asegurar, jugando.

P – El hecho de traducir tu propia obra, tú escribes primero en euskera, te permite profundizar en ella, tomar distancia. ¿Cómo juzgas tu obra en castellano tras haberla escrito en euskera?

Es difícil, la traducción es muy difícil. Porque el tono, el ritmo que has conseguido en una lengua, conseguirlos en la otra… Es una relación extraña la que tienes con el libro. Pero, a su vez, también tiene su parte buena, su parte de aprendizaje. Cuando tú estás traduciendo lo que tú mismo has creado encuentras cosas que ni siquiera sospechabas que habías introducido en el libro. Y tiene la ventaja de tener ya la crítica en euskera, y saber cómo la han acogido los lectores. Eso es una cosa muy dura cuando estás escribiendo tú solo en casa y eso no lo ha leído nadie, sólo tú, y estás creando un mundo que igual la gente flipa y dice, esto es una mierda, tienes muchas dudas. En cambio, cuando estás traduciendo ya al castellano y ya ese libro está en la calle, la gente te está dando una respuesta, es muy bonito corregir lo que no ha gustado y hacer hincapié en lo que ha gustado. Que es lo que he hecho en «El pelo de Van´t Hoff.». Por eso yo creo que es mejor la versión en castellano que en euskera.

P – A medida que avanza la novela, el ritmo de la escritura nos va hechizando, pero, a la vez, mantienes con gran sentido el desarrollo de la trama. ¿Cómo llevas esta relación entre fondo y forma? ¿Te lleva mucho encontrar el tono adecuado a la historia?

Eso viene, porque lo que tú dices, hay un fondo y a la vez, hay una música por encima de ese fondo. Y es verdad. Bueno, no sé si hay que hacerlo así, pero yo sí lo hago así. Yo tengo muy, muy pensada la historia que voy a contar, y los personajes antes de empezar a escribir. Entonces, yo sé muchísimo más de lo que luego cuento. Pero doy pistas, o creo que doy las suficientes pistas, para que el lector se vaya metiendo en ese fondo. Por lo que sugiero, insinúo, eso es algo que se usa mucho en la literatura popular: de repente, sueltan algo, y, ¡pac!, te das cuenta de que éste se ha liado con ésta, ha habido una historia, etc. Y lo dicen con una palabra, o dos, con una estrofa. Entonces, es un poco eso. Saber perfectamente cómo es la historia y, luego, sugerir, dar pinceladas, un poquito de música, para que la gente sepa de qué va la historia.

P – ¿Conoces, por tanto, todo lo que les ocurre a sus personajes?,¿lo sabes todo de ellos?

Por ejemplo, con todo esto del premio, la traducción del libro, no he tenido tiempo de sentarme a escribir el tercer libro. Y la idea del libro me surgió allá por 2002, pero no es ahora hasta 2004 que no he podido comenzar a escribirlo. O sea, que imagínate si no habré pensado sobre el libro. Tengo tal cantidad de datos en la cabeza que los rasgos generales sí que los conozco perfectamente. Ahora, cuando estás escribiendo, de repente, se te ocurre algo o ves una película y dices, coño, esto es buenísimo y lo incluyes. Pero son pequeñas notas de color, porque la estructura está ya previamente dibujada. Lo esencial ya está desde el principio.

P – Ya que antes hablamos de lo importante que es la recepción por parte del público, ¿qué significó el hecho de recibir un premio de la importancia del Nacional de Narrativa con tu primera novela? ¿Influyó de algún modo en tu forma de escribir?

No, yo he tenido siempre la suerte de hacer lo que he querido en literatura. Veo mucha gente que no hace lo que quiere, dicen: claro, hay una tradición literaria de siglos, y nos tenemos que amoldar a esto. A mí no me manda nadie, no vivo de esto. Yo hago lo que me gusta y si, de repente, quiero no poner un punto o una coma, o hacer un párrafo sin puntos ni comas, pues lo hago. Siempre he hecho lo que he querido, y, de hecho, en el tercer libro que estoy escribiendo ahora, sigo haciéndolo. Igual dentro de cuarenta años, si sigo por aquí, pues no me atreva y diga, pues si ya he conseguido esto, voy a seguir igual. Pero por ahora, no. Y mira, este premio, pues es una pequeña ayuda, para poder hacer y seguir haciendo. Si no, Alfaguara, probablemente, no se habría fijado en mí.

P – Desde tu escritura en euskera, ¿cómo ves ese boom de hace algunos años acerca de las literaturas periféricas en el que siempre aparecían los mismos (Manuel Rivas, en gallego, Bernardo Atxaga, en euskera y Quim Monzó, en catalán) como si no hubiese nadie más escribiendo en gallego, euskera y catalán?

Creo que la gente tiende a mezclar un poco las cosas. Cuando la gente ve que una lengua es pequeña, pequeña me refiero en cantidad de hablantes, porque las lenguas son todas iguales: igual de ricas o igual de pobres, tienden a pensar que su literatura también tiene que ser pequeña. Y eso yo creo que es un tópico y una confusión. Porque se puede hacer de una lengua pequeñita la mejor literatura del mundo y, al revés, de una lengua gigante, la peor literatura del mundo. Yo creo que en euskera se ha hecho desde los 70, 80 muy buena literatura. Te diría, incluso, diez escritores en euskera que estarían entre los mejores de la literatura europea de las últimas décadas. Lo que pasa es que la gente no se lo cree. La gente necesita un héroe, entonces un héroe es Atxaga, un héroe es Rivas. No puede captar a diez personas que escriban igual de bien que Atxaga, con la cantidad de libros que se publican, pues no puede asimilarlo todo, y entonces, se elige a uno. Atxaga decía que parece que Unai está tomando el relevo, ya está bien de que me llamen a mí para todo, y a ver si le llaman un poquito más a Unai. Pues, es eso. Yo creo que hay muy buena literatura, ahora que no se vea, eso ya es otra cosa. Igual el que no ve, es porque no quiere ver.

P – Frente a algunos autores que tratan de diseccionar la realidad, parece ser que tú tratas de diseccionar los elementos con los que miramos la realidad. Estás más interesado en los modos de mirar, en este caso, el lenguaje y sus posibilidades.

Es verdad, es verdad. Si algo tienen que aportar los escritores, no sé si es mucho o poco, es una manera diferente de mirar. Parece que muchas veces en literatura es eso, coger la realidad y estudiarla. A mí me dicen: y porqué no tratas el problema que hay con la política en el País Vasco. Pues porque yo ahí no tengo que aportar nada, ya lo aporta un político en un libro, su manera de ver las cosas. Yo lo que quiero aportar es cómo veo yo la vida y lo que a mí me interesa de la vida, y lo que quiero que le interese al que esté leyendo. Claro, si todos leyésemos a Faulkner, Kafka, Rulfo y escribiésemos igual que ellos, pues no aportaríamos nada. Tenemos que leer, que conocer y, luego, aportar nuestra manera de ver el mundo. Y eso es lo que hace diferente a nuestra literatura, y lo que hará diferente a la literatura dentro de cincuenta años.

P – Comenzaste escribiendo cuentos, y ahora te has centrado en la novela. Quería que me hablases un poco de la transición del cuento a la novela ¿Cómo ves la relación entre ambos?

Como casi todo el mundo empecé escribiendo cuentos por una cuestión de cantidad. Vas escribiendo textos pequeños: descripciones, notas, personajes. No vas a comenzar escribiendo, del tirón, doscientas páginas de una novela. Yo leía mucho Cortázar, sobre todo sus cuentos, y aquello me maravillaba. Intentaba hacer lo mismo con mis cuentos. Tenía la idea de publicar primero los cuentos y si aquello tenía éxito, que algún editor me dijera, puedes dar el salto a la novela. De repente, surgió una beca para escribir novelas, allí en el ayuntamiento de Getxo. Tú presentabas veinte páginas de una novela, y si te aceptaban, pues te daban la opción de publicarla. No gané, pero un editor se fijó en mí y escribí la novela «Un tranvía en SP» (Premio Nacional de Narrativa 2002). Y fue lo primero que se publicó. Es muy diferente las ideas que tienes para un cuento y las que tienes para una novela. Claro, si quisiera publicar ahora los cuentos que tengo escritos de antes, tendría que corregirlos, darles mil vueltas, porque tampoco puedo publicarlos tal y como están. Y ahora lo que me apetece es escribir novelas.

P – Ya que antes hablábamos de la musicalidad de tu prosa y el interés por el ritmo, quería preguntarte por tus gustos musicales y en qué medida te influyen a la hora de escribir.

Eso queda muy bien. Cortázar decía que escribía a ritmo de jazz. Y es muy elegante. Yo lo diría muy a gusto, pero no es el caso. La música tiene su ritmo y la prosa tiene su ritmo. Aunque a mí me gusta mucho la música, no creo que tenga nada que ver. Quedaría muy elegante decir que para escribir escucho a Wagner. Y que sigo su ritmo. Pero no, no es así. Al menos en mi caso. Yo creo que cada arte tiene su ritmo.

P – Para terminar, la televisión, un elemento aparentemente enfrentado a lo literario, como algo excesivamente prosaico, banal, adquiere en tu novela una entidad importante como suministrador de ideas, de metáforas. ¿Porqué está tan mal vista la televisión en literatura?

Es un tópico. A mí me enfada mucho cuando dicen, bah, es que la televisión es una mierda. No, no, la televisión es una cosa que nos ofrece la posibilidad de ver algo que normalmente no podríamos ver. Nosotros sabemos cómo viven en África por la televisión. Si hemos visto cómo corre un guepardo, es porque lo hemos visto por televisión. El otro día leía un libro del siglo XIX, había un personaje que estaba maravillado porque hablaba con un vecino suyo que había estado en África, y le contaba cosas de África. Para él, eso era otra visión del mundo. Nosotros tenemos la suerte de poderlo ver por la televisión. La televisión es un medio que nos ha servido para engrandecernos. Y hoy en día parece que la televisión no sirve para nada. La televisión sirve, y por lo menos a mí me da muchas ideas. Yo le tengo que agradecer mucho a la televisión. Lo que pasa es que decir esto por parte de un escritor parece que no es muy elegante.
 

Entrevista realizada por Alfonso Fernández (fonete@yahoo.es)

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