01 mayo 2006

¿Para qué sirve la poesía? (Prólogo para una posible defensa de la poesía)

La pregunta: ¿Para qué sirve la poesía? es la pregunta fundamental y fundacional de cualquier posible teoría o crítica de la poesía. Si hay algo común a todas las invenciones humanas es su carácter de herramienta, su utilidad (aunque, para que no quedase norma sin excepción, alguien tuvo la ocurrencia de inventar la corbata). Por tanto, y en cuanto creación humana, la poesía existe porque sirve para algo, es útil por definición. Pero la pregunta no es baladí: preguntarse para qué sirve la poesía es preguntarse qué es la poesía.

Intentar responder tal pregunta con cierta solvencia nos llevaría mucho tiempo. Conformémonos con dar algunas notas que nos acerquen a una respuesta. Hay algo cierto: nos preguntamos ¿para qué sirve la poesía? pero esa no es una pregunta que nos hagamos habitualmente referida a otras creaciones humanas: no nos preguntamos para qué sirve la rueda, el microscopio, el telescopio ni el periscopio. ¿Por qué nos la hacemos sobre la poesía, por qué nos cuesta responderla?

Cierto es que la utilidad de la poesía es diferente a la de, pongamos por caso, el automóvil. El automóvil ayuda a resolver un problema práctico. La poesía, por su parte, produce placer (es útil para producir placer), y además tiene valor de experiencia, enseña algo sobre el mundo. Pero también es cierto que hay cosas que sirven para algo en un determinado momento y luego ya no sirven más. Sobre esas cosas sí nos preguntamos, de modo similar a como lo hacemos acerca de la poesía. Así que quien se pregunta: ¿para qué sirve la poesía? puede dudar de su utilidad hoy en día. Aceptemos la duda y veamos para qué servía, entonces, en el momento en que fue creada, sin perder de vista que la pregunta ¿para qué sirve la poesía? está íntimamente ligada a otras dos de mayor alcance: ¿para qué sirve la literatura? y también: ¿para qué sirven las artes?

La pregunta es, pues: ¿Para qué servía el babilónico Poema de Gilgamesh, verdadero ‘poema antecessor’ de cuanta literatura vendrá después? No es difícil aventurar cuál era esa utilidad: oír el poema entretenía y a la vez enseñaba algo, tanto de forma directa (el poema ilustra sobre cosas concretas) como de forma simbólica (el poema inculca una visión del mundo). Nada muy lejano del prodesse et delectare que proclamaban los latinos. ¿Para qué servían las pinturas rupestres? Había en ellas una invocación mágica, se esperaba que favoreciesen la caza; pero eran también una representación de la realidad. Y en esta dualidad realidad/magia, o realidad/imaginación, esta la base de todas las artes.

Es lícito definir, pues, el arte (y la poesía) en sus orígenes como una representación de la realidad que nos enseña sobre algo concreto (la caza, por ejemplo) y nos ofrece una visión del mundo (una enseñanza de carácter general), con carácter mágico (tiene el poder de influir sobre la realidad) y que además es hermosa y deleita.

Sin embargo, hablamos de épocas que se pierden en la noche de los tiempos. Puede decirse que esas funciones fueron durante mucho tiempo exclusivas del arte. ¿Lo son hoy? ¿Son hoy siquiera características propias, en exclusiva o no, de la poesía? Lo son: esa definición que he esbozado es perfectamente aplicable a un poema, pongamos por caso, de Auden. Pero ya no sólo la literatura enseña entreteniendo; y hay más: el entretenimiento se ha desligado de la enseñanza. El entretenimiento sin enseñanza es una de las creaciones por antonomasia del siglo XX, ejemplificada por la televisión mejor que por ninguna otra cosa (también hay entretenimiento sin enseñanza en el circo, en el deporte…). Incluso la literatura ha perdido, en buena medida, la “obligación” de enseñar, aunque aún hoy libros de gran consumo mantienen la coartada de la enseñanza, por más que sea una enseñanza “a la violeta”: El código Da Vinci, por citar un caso reciente, obliga a manejar el alfabeto griego, lo que sin duda satisfará la limitada sed (pero sed, al fin y al cabo) de conocimiento de cierta mayoría.

Esto ocurre de forma más evidente con el arte: el arte contemporáneo ha derivado más que en ninguna otra época hacia el lado de las artes decorativas.

¿Existe la poesía que no enseñe nada, la poesía “de entretenimiento”? No me atrevería a llamar de otro modo a la poesía, por ejemplo, de ciertos libros de Ángel Guache. ¿Debemos seguir llamando a eso poesía o debemos darle otro nombre? Esa es otra cuestión, que llevaría más tiempo. Digamos, y baste por ahora, que no toda la poesía ha perdido el ingrediente de enseñanza, es más, que puede decirse sin errar que sigue siendo uno de sus dos ingredientes fundamentales.

Pero, y he aquí otra pregunta de órdago: ¿qué es lo que enseña la poesía? ¿Cuál es su relación con la filosofía? ¿Se distingue de ella sólo en buscar la belleza de la forma? No, no es así. La poesía tiene una relación con el pensamiento que no necesariamente tienen la escultura o la pintura (ni siquiera la novela) y que nunca tiene la música (dejando de lado el pensamiento matemático, al que no nos referimos ahora). La filosofía usa la lógica y la argumentación como caminos para llegar a una conclusión. La poesía, por su parte, no desdeña el razonamiento, pero extrae la conclusión no utilizando con las premisas la matemática, sino la intuición. Creo que todos podemos estar de acuerdo en esto. De hecho, mientras que la filosofía busca alcanzar conclusiones, la poesía a menudo se ha dedicado a darle vueltas a las cosas. La filosofía quiere cazar la perdiz, la poesía, marearla.

Esto explica que, mientras que los filósofos han fundado modos de vida, han indicado (o al menos lo han intentado) cuál es la forma correcta de vivir, los poetas nunca han llegado a formular normas de ese estilo: aunque Marcial y Virgilio hablen de un ideal de vida, lo que hacen es expresar poéticamente ideas que ya habían sido enunciadas filosóficamente. ¿Dónde estriba la diferencia? No es sólo que la poesía diga de forma más hermosa las mismas cosas que dice la filosofía: es que la poesía concede tanta importancia a lo que dice como a la forma en que lo dice. Horacio era, a su modo, un formalista ruso. La filosofía trae el conocimiento: la poesía provoca emoción. No estamos tan lejos, ya se ve, de Aristóteles. Habría que recordar también aquello que Ingeborg Bachmann intuyó leyendo a Hölderlin: la poesía empieza allí donde termina la filosofía.

En cierto modo, la filosofía mira hacia delante, busca entender lo que va a ocurrir. La poesía mira hacia atrás: intenta entender lo que ocurrió. “Se canta lo que se pierde”, escribió Antonio Machado. Claro que tampoco falta quien entiende la literatura como “el mejor corcel para escapar de la vida” (la frase es de Flaubert), lo cual supondría perder el anclaje fundamental, la realidad. Decir eso es un “exceso de literatura”, una “perversión” que se ha dado más en la narrativa que en la poesía.

¿La poesía, para qué sirve? Digámoslo ya: sirve para emocionar mezclando conocimiento y reconocimiento. No sólo la poesía emociona. La vida emociona más que ninguna poesía: la poesía, y quiero definirla así, es el reflejo de esa emoción mayor de la vida, que la poesía revive. Y por eso cuando cualquier otra manifestación artística (el cine, la narrativa, el arte) nos emociona, decimos de forma espontánea que en ella hay poesía.

Hemos hablado, es cierto, de la utilidad de la poesía desde un único punto de vista: el del lector. Para delimitar con exactitud la utilidad de la poesía habría que tratar también de la utilidad que tiene para quien la escribe (nadie negará su capacidad terapéutica), refiriéndonos aún al individuo; y de su utilidad para el hombre en cuanto colectivo, de la contribución de la poesía a la historia. Refiriéndose al estudio de la Historia, Aristóteles dice que la poesía es “más científica y seria que la Historia, porque la poesía tiende a dar verdades generales mientras que la Historia da hechos particulares”. Y esa verdad general es una mirada a vista de pájaro sobre la historia, menos detallada pero mejor orientada. La poesía puede, además, influir en la Historia. Seamus Heaney ha estudiado con acierto este aspecto que ahora apenas apuntamos.

Concluyamos, pues, que es indudable la utilidad de la poesía. Otra cosa es que no sea imprescindible: es tan prescindible como la rueda. Pero no seríamos como somos sin ella.

Texto: Martín López-Vega

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