24 julio 2006

El hijo del acordeonista

La última novela de Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista (Alfaguara), reclama lectores dispuestos a participar en un diálogo de voces que hablan de un sinfín de emociones: de afectos y traiciones, de  amor y de muerte, leyendas de paraísos y costumbres perdidas, la memoria de la Guerra Civil y la dramática transformación de  víctimas a verdugos. Esta supuesta sinfonía de voces y emociones de los protagonistas que discurren por toda la novela es, al final, una misma vaoz: la del autor.

Son novelas de "auto-ficción", como las de Javier Marías o Enrique Vila Matas, donde el autor crea una tensión comunicativa con el lector al indagar en su memoria y en su olvido. Se inspiran en la realidad de sus vidas, pero como aún no pueden hablar con total franqueza, lo convierten en mundo imaginario. "De alguna forma hay que decir la verdad… Joseba lleva veinte o veinticinco años repitiéndolo. Además hace causa de ello y considera que la imposibilidad afecta a todas las personas; lo confiesen o no; lo disimulen o no". Estos autores crean en sus novelas una gran riqueza narrativa alrededor del "yo", a través de la cual investigan en su memoria con una mirada tranquila y tratan de hacer "justicia poética" con su pasado.

En El hijo del acordeonista, Atxaga se centra en la historia de dos amigos: Joseba (Etxeberria) y David (Ramontxu), el hijo del acordeonista. Desde los años treinta hasta finales del siglo XX, desde Obaba hasta California, de la infancia en la escuela a los infiernos de la Guerra Civil y de la violencia, el autor aborda el tema de la memoria, la nostalgia, la amistad y también de la tristeza del que deja su tierra sabiendo que no volverá. Y en el centro de la novela, las transformaciones de las vidas de los protagonistas en la que aparecen temas tan conflictivos como la política vasca o el comando ETA.

En las novelas de Atxaga se leen cosas que no se leen en otros libros, son como pedazos de su propia existencia. Cada personaje de la novela es un mundo. Escribe para la gente que no puede leerle; sus antepasados, sus recuerdos, su idioma, su pasado. El lenguaje -la materia con la que modela sus ficciones- se convierte en El hijo del acordeonista en el auténtico protagonista. «Los sonidos del campo, los olores de la casa, los colores de un amanecer, las manos con las que el herrero doma el metal o el carpintero la madera son sensaciones que hay que saber nombrar para retenerlas y que el paso del tiempo no las sepulte». Es su manera de darles de nuevo una vida y de recuperar su memoria.

Atxaga maneja con soltura y naturalidad la técnica de la fábula como monólogo interior de sus personajes, acercándonos a un mundo que vivió, que ha asumido y que quiere que no se olvide. El hijo del acordeonista utiliza varios escenarios símbolos como el escondrijo que se utiliza en las Guerras Carlistas y en la Guerra Civil, y que después se convierte en zulo. "Este espacio va a desaparecer, esa es mi hipótesis", apuntó Atxaga en la presentación del libro, quien también se mostró convencido de que la violencia etarra sigue "por inercia", ya que, desde su punto de vista, "no hay una fuerza que la empuje". También utiliza el simbolismo de las mariposas para hablar de la resurrección del Euskera.

En su afán por reinventar las leyes internas de la novela, el pasado se funde con el presente en una estructura polifónica en la que los temas y motivos avanzan y retroceden para descubrir el interior de la condición humana de los protagonistas y de los problemas de la vida. Atxaga construye sus novelas en el filo de lo real y lo ficticio, de la ficción y la literatura, de la autobiografía y la historia. "La verdad adquiere en la ficción una naturaleza más suave, es decir, más aceptable". La mirada de Atxaga selecciona lo mirado en el pasado y lo cuenta de una forma ajustada a sus emociones de entonces y de ahora. Reconstruye un pasado tratando de buscar una respuesta a su vida.

Aquellos que busquen una representación real de lo que ocurrió en aquella época y de la situación actual del País Vasco, no van a encontrarla en esta novela. Algunos críticos literarios han manifestado que "la beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible El hijo del acordeonista como testimonio de la realidad vasca" (Ignacio Echevarría, Babelia, El País). En este sentido, Echevarría critica que "esta novela  plantea el desarrollo del terrorismo vasco reducido a un conflicto de lobos y pastores, un problema de ecología lingüística y sentimental, al margen de toda consideración ideológica." Desde nuestro punto de vista, el autor no ha buscado elaborar una tesis relacionada con el origen y complejidad de este tema, más bien Atxaga ha querido describir el desarrollo del terrorismo vasco a través de las voces de sus personajes, donde no importa tanto la reconstrucción de los hechos como los enfrentamientos, experiencias y transformaciones que asumen como seres humanos enfrentados con los errores de su pasado. " sino indagar en cómo se rompe la base de la ética, eso que soporta la vida humana… Mi convicción es que se rompe prácticamentes. No me preocupaba tanto el caso de ETA, ni que los sujetos se den cuenta", manifestó Atxaga en la presentación del libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Particularmente, creemos que no debemos pedir a la literatura que salde las cuentas de la política.

Muy relacionado con este tema y las críticas vertidas sobre la obra de Atxaga, surgió hace un par de semanas  en Barcelona una polémica sobre si los escritores deben tener un compromiso social con la sociedad en la que viven y con la gente que los leen. Existen todo tipo de opiniones al respecto. Según Carlos Fuentes "el escritor no está obligado con la política, sino con la imaginación y el lenguaje". José Saramago proclamó "Compromiso social, todo; referente moral, lo que ustedes digan". Arturo Pérez Reverte escribió recientemente un artículo sobre este tema en el diario El País donde concluía: "que exista, e incluso que sea necesario, no implica su obligatoriedad,….sería espantoso un mundo literario poblado exclusivamente por saramagos".

Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951) se licenció en Ciencias Económicas y desempeñó varios oficios hasta que, a comienzos de los ochenta, consagró su quehacer a la literatura. La brillantez de su tarea alcanzó su punto más alto  cuando su libro Obabakoak recibió el Premio Euskadi, el Premio de la Crítica, el Prix Millepages y el Premio Nacional de Narrativa. A Obabakoak le siguieron novelas como El hombre solo o Esos cielos, y libros de poesía como Poemas & Híbridos (cuya versión italiana obtuvo el Premio Cesare Pavese de 2003). Su obra ha sido traducida a veinticinco lenguas. La edición en euskera de El hijo del acordeonista ha recibido el Premio de la Crítica 2003 y el Premio Euskadi de Plata. Bernardo Atxaga es ya uno de los creadores de mayor hondura y originalidad en el panorama literario de este principio de siglo.

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