20 enero 2007

Coloquio sobre Dante

La poesía y la geología tienen una fuerte relación. En las palabras que Osip Mandelstam (Varsovia, 1891 – Siberia, 1938) emplea cerca del final de su Coloquio sobre Dante (Editorial Acantilado), hay algo más que una acertada y originalísima aproximación a la Divina Comedia. Con ello Mandelstam no sólo desbarata las lecturas académicas de Dante, sino que enuncia de un modo genial su visión poética: «La mejor de las claves para comprender el colorido de la Commedia es el interior de una roca de montaña, ese espacio de Aladino oculto en ella, esa luz de faroles, de candiles, de arañas que penden de las guaridas que, para los peces, la roca contiene.»

Imagen en absoluto casual, en absoluto impersonal, La Piedra es el título del primer poemario de Mandelstam (1913), es su emblema, su signo, y a decir verdad el de la mejor poesía nacida en el siglo XX. Lo mineral se alza como una guía perfecta que aúna crítica y poesía. El mismo Mandelstam cita un precedente poético: «Las deliciosas páginas que Novalis dedicó a la labor de los mineros y capataces de las minas concretan la correlación entre la piedra y la cultura; cultivando la cultura como la roca, la alumbran desde la piedra-clima.» Aplicada la imagen a la lectura de la Commedia, resulta adecuarse en varios aspectos y no sólo en el más evidente: el detenimiento del tiempo. La introducción de la analogía geológica en la tercera sección del ensayo resulta de lo más significativo: «Ahondando en la medida de mis posibilidades en la estructura de la Divina Commedia, llegué a la conclusión de que todo el poema es una sola estrofa, única e indivisible. O, para ser más exacto, no una estrofa, sino una figura cristalográfica, es decir, un cuerpo.»

La perfección de la composición interna del poema del florentino no ha de ser percibida sólo por las impresiones, ya que tiene unas significativas correspondencias matemáticas: la mayoría de los cantos comprende once o veintidós estrofas, y tiene en total cien cantos (33+33+33+1), que son los cien nombres de Dios; posee también una estructura ternaria, que no sólo conforman los tres libros: Infierno, Purgatorio, Paraíso, ya que se le une la naturaleza de las estrofas: tercetos, el mismo número que las personas de la Trinidad. Siendo el tres y el once los números clave de esta estructura, el crítico puede hacerse esta pregunta ¿en cuantas secciones se divide el Coloquio sobre Dante? Once, la representación de la Fede Santa a la que pertenecía Dante, también el único número primo que satisface la identidad de sus dígitos, que parece traer a primer término un tema netamente acmeísta: «A=A». El ensayista no ha dejado nada a la casualidad, la naturaleza simbólica de la estructura cristalina del poema del florentino es también aquí el eje del ensayo, el eje de la mirada del lector, del poeta mismo.

En las excelentes notas del libro sobre la naturaleza de la palabra se apunta también a un significado profundamente personal, la piedra no sería otra cosa que la «palabra poética», en última instancia su posibilidad de ser humano, de construir la cultura. Mandelstam, nacido judío y bautizado cristiano en 1911, poco antes de la publicación de su primer libro, dotaría de sentido a las palabras del Evangelio según San Mateo: «te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.» Bajo esta perspectiva no sería sólo la admiración por ese monumento literario que es la Divina Commedia lo que habría animado al líder del movimiento acmeísta a escribir este ensayo, sino también una honda motivación trascendente.

El valor místico y poético de la piedra también pareció animar el espíritu de otro de los grandes ensayistas del pasado siglo, Roger Caillois, autor de La escritura de las piedras: «Hablo de piedras más viejas que la vida y que moran después de ella en los planetas apagados, después de tener en ellos la fortuna de despuntar. Hablo de piedras que ni siquiera han de esperar la muerte y sin nada que hacer más que dejarse limar por la arena, el diluvio o la resaca, la tormenta, el tiempo.»

Pero no sólo es la piedra, la palabra, el elemento nuclear del arte. La piedra ha constituido el centro del origen de la cultura, de la primera edad del hombre. Ha sido, también el centro de algunos descubrimientos, por ejemplo, en el retorcido giro del destino que lleva a las tropas de Napoleón, distribuidoras del espíritu racionalista francés a hallar la piedra Rosetta, gracias a la que podríamos acceder al lenguaje críptico, espiritual y necrófilo de los egipcios, o en el descubrimiento de viejos mares petrificados, de selvas oscuras ya congeladas para el tiempo.

La piedra, la palabra, es el núcleo del acmeísmo; así aparece en el primer manifiesto del movimiento, La aurora del acmeísmo escrito por el propio Mandelstam (sobre la naturaleza y su palabra): «¿Qué loco estaría dispuesto a construir si no creyese en la realidad de su material, cuya resistencia sabe que debe vencer?»

Pero ¿cómo se conecta aquel manifiesto de juventud con este audaz ensayo? ¿cuál es la intención del ruso? «Elegí a Dante como tema de este coloquio… porque es el más grande y el más indiscutible maestro de la materia poética convertible y mutable, el más temprano y al mismo tiempo el más fuerte director químico de lo que sólo existe en las mareas y en los oleajes, en las crecidas y en las bordadas de la composición poética».

Otro de los ejes sobre los que orbitan los textos de Mandelstam es la analogía musical, tanto en la propia naturaleza de los poemas: ritmo, cadencia, sonoridad, como en sus propiedades internas, representadas muy especialmente por la armonía. No en vano compara el poema de Dante a la Pasión según San Mateo de Bach. La armonía es concebida en el caso de los tres artistas como el punto de unión entre el individuo y los universales propios del cristianismo.

Pero además, en el caso del poeta ruso, esta armonía está fuertemente conectada con el propio material artístico, del mismo modo que en 1924 el príncipe Louis Victor de Broglie postulaba la identidad sólida y ondulatoria de la materia física, en 1933 El coloquio sobre Dante realiza exactamente la misma unión en el plano de la materia poética. Una relación de yuxtaposición característica de la poesía de vanguardia, que años más tarde Roger Caillois revelaría como esencial, propio de la naturaleza de lo que denominó «ciencias diagonales», ciencias que «se entrecruzan con antiguas disciplinas y las obligan al diálogo». Esta concepción sinestésica del arte y de la materia, relacionaría a Mandelstam no tanto con Johann Sebastian Bach, sino sobre todo con el iluminado autor de poemas musical-visuales que fue Alexander Scriabin, al cual había dedicado un ensayo de juventud y cuya obra artística conocía perfectamente.

Lo sonoro en el poema no consiste sólo en los atributos musicales de la voz, también en la naturaleza verbal de la propio expresión. Así, Mandelstam comienza su Coloquio sobre Dante con una cita que condensa aún más, en un solo verso el sentido que dirige la progresión de la Divina Commedia: «Così gridai colla faccia levata…» (Así grité, mirando hacia la altura…); el grito se refiere al dolor por Florencia, la mirada lanzada desde el centro del Infierno está dirigida a la cumbre, hacia Beatriz y hacia el Paraíso.

La obra del florentino tiene, además de esa enorme profundidad espiritual un fuerte sentido político, no en vano, en el círculo más profundo del averno es donde ubica a los traidores a la patria. Pero el precio que pagó Dante, güelfo blanco, por su compromiso fue alto, es el exilio que describe en el canto referido: «Todo lo que más amas, sin tardanza / has de dejar; y es ésta la primera flecha que el arco del destierro lanza.”. Un destino que compartiría Ossip Mandelstam, que un año antes de su muerte, en su destierro de Voronezh, escribía el siguiente poema “Me extravié en el cielo. ¿Qué haré? / El que está a su lado, que responda. / Más fácil os sería, novenas de Dante, / Hacer girar los discos atléticos. // No me separéis de la vida: ella sueña / Ahora con matar y halagar / Para que en los oídos, en los ojos y en las órbitas / Golpee la nostalgia florentina. // No me coronéis, no me coronéis / Con un afilado y halagüeño laurel; / Mejor: ¡desgarrad mi corazón / Con el reclamo añil de una esquirla!»

Mandelstam había pagado con el silencio y el destierro la crítica abierta a Stalin; deportado a Cherdyn, en la zona norte de los Urales, un lugar con inviernos a veinte grados bajo cero, donde está enrejado hasta el cielo de los patios y que aún hoy es una de las cinco regiones donde se encierran a los presos de por vida; entonces controlados por perros, y ahora por salvajes «unidades especiales». Allí, aislado de todos y de todo, trató de suicidarse sin éxito, lo que motivó junto con la intercesión de Pasternak su traslado. Apenas año y medio después, ya muerto Ossip, Nadezhda -su mujer- comenzó una vida nómada, custodiando los documentos sin publicar de su marido, hasta que la montaña se separó de los ojos de la bestia del Kremlin; quien, de acuerdo con la justicia de Dante, se encontrará en el mismo infierno que el Papa Bonifacio III y su legión de güelfos negros. Sólo entonces pudo volver a Moscú, volviendo Mandelstam a ser publicado –pero sólo en Occidente. Poco antes de morir legó sus escritos a la Universidad de Princeton; de mismo modo que Beatriz había logrado el ascenso desde los infiernos del florentino, Nadezhda rescató al Orfeo ruso del pozo del olvido. «Così gridai colla faccia levata…»

Unos pocos años más tarde de la muerte de Mandelstam, su amiga Anna Ajmatova, escribió los siguientes versos: «Se debatía y lloraba Magdalena, / su discípulo predilecto se había vuelto de piedra. / Pero a donde la Madre sufría en silencio, nadie osó levantar los ojos.»

Por José Antonio Redondo, (París, 1967) es crítico literario y fundador de Hotel Kafka, centro para la educación en artes y literatura.

Leave a Reply