02 septiembre 2007

Hacia los confines del mundo

Hacia los confines del mundo” de Harry Thompson (Editorial Salamandra) es una excelente novela de aventuras que nos introduce en los aspectos más interesantes de la Teoría de la Evolución de Charles Darwin a través de un relato sobre una travesía en barco que tiene como misión cartografiar el Hemisferio Sur.

Si el nombre de Charles Darwin es conocido por todos, la figura del escocés Robert FitzRoy ha quedado relegada al olvido. Esta novela hace justicia a la labor de este excelente marino por su contribución a la mejora en la navegación marítima, sus descubrimientos científicos y su visión en el ámbito de la meteorología. El almirante FitzRoy contribuyó de un modo significativo al avance de la ciencia. Si no llega a ser por los esfuerzos económicos, gastó más de seis mil libras (el equivalente a unas 400.000 libras de hoy en día) en costear el erario público en provecho ajeno,  las grandes obras del señor Darwin y otros descubrimientos suyos quizá no hubieran visto la luz, y por ello debemos estarle muy agradecido.

A los 23 años de edad,  Robert FitzRoy es nombrado capitán del Beagle. Aunque su misión es cartografiar las costas de Tierra de Fuego, él alberga otros proyectos igual de ambiciosos: demostrar la igualdad de los hombres de distintas razas y ratificar la teoría del origen del mundo tal como lo describe el libro del Génesis.  En otoño de 1831 FitzRoy admite a bordo de su barco a Charles Darwin, de 21 años y aspirante a clérigo, que le acompañará en esta famosa expedición.

Durante los cinco años que duró esta travesía, del 27 de diciembre de 1831 a 2 de octubre de 1836, FitzRoy recorre varias veces el Cabo de Hornos, Nueva Zelanda y diversas islas del Pacífico, cartografiando sus costas y registrando varias mediciones relacionadas con fuerzas de los vientos, las fases de la luna y las mareas. Durante este largo viaje, FitzRoy defiende en sus conversaciones con Darwin sus creencias religiosas, así como su defensa a ultranza de la existencia del diluvio universal. 

En el camarote de al lado en un barco de menos de 15 metros de eslora,  Darwin obtiene las pruebas de la teoría que a la vuelta le haría famoso: huesos fósiles de mamíferos, arrecifes de corales, diversas especies de tortugas, etc. La teoría de la evolución de Charles Darwin supuso un verdadero hito en la historia del pensamiento. Al desplazar a Dios como creador único de la especie humana, el gran naturista británico transformó radicalmente la visión que el hombre moderno tenía de sí mismo, iniciando una revolución conceptual cuyas consecuencias perviven hasta nuestros días.

Tras la publicación del libro El origen de las especies (1859), Darwin se enfrentó a una furiosa reacción de la comunidad científica en la cual participó FitzRoy. Éste enviaba cartas al director del Times en las que defendía  la palabra del antiguo testamento y firmaba como “Senex”, un seudónimo tomado del proverbio latino Nemo senex metuit Iouem (un hombre viejo debería ser temeroso de Dios). Para el Capitán del Beagle, “la ciencia y la religión tendrían que haber sido la misma cosa: la primera, un simple medio para interpretar las verdades absolutas de la segunda; pero Darwin había conseguido que la religión se pusiera en contra de la ciencia, había ido tan lejos como para suponer un mundo ateo”.

Al igual que hoy en día, la prensa escrita tenía mucha influencia, pero poca credibilidad,  al someterse a los intereses empresariales de los hombres adinerados de Londres. El prestigioso The Times publicó con regularidad editoriales que arremetían contra el trabajo de FitzRoy y ridiculizaban los pronósticos del tiempo, como si pertenecieran a una seudociencia absurda con menos base científica que las predicciones de un horóscopo. No resultaba difícil adivinar quién estaba detrás de esas críticas: cada vez que una flotilla de barcos pesqueros o buques carboneros se quedaba en puerto por un aviso de tormenta de FitzRoy, los propietarios de estos barcos y mercancías perdían dinero. Estas personas tenían contactos directos con el director de The Times. A través de la publicación de editoriales y artículos en contra del sistema de predicción meteorológica lograron que en 1865 el Gobierno británico retirara los fondos de este proyecto y clausurara el sistema de alerta de tormentas. En la actualidad algunas instituciones siguen ignorando la contribución que realizó esta persona al proceso de pronóstico atmosférico: “Con toda la tecnología de satélites que tienen a su disposición, la Oficina Meteorológica Británica consigue acertar el 71% de los pronósticos de lluvia de las próximas 24 horas; pero la compañía privada Weather Action, que utiliza el sistema de manchas solares descubierto por FitzRoy como base de sus pronósticos, consigue acertar en un 85%”.

Es una pena que el autor de esta maravillosa obra, Harry Thompson (1960-2005), muriera tan joven, víctima de un cáncer, dado que es un  excelente narrador de aventuras. Durante 20 años trabajó como productor y guionista de programas de televisión que el tiempo ha convertido en clásicos. Las 816 páginas que constituyen su única novela son leídas de forma amena gracias a su soberbia capacidad de novelar una extensa documentación técnica y biografía científica, aportándole con destreza narrativa grandes dosis de imaginación.

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