21 septiembre 2008

Abadía Pesadilla

<!–
/* Style Definitions */
p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal
{mso-style-parent:»»;
margin:0cm;
margin-bottom:.0001pt;
mso-pagination:widow-orphan;
font-size:12.0pt;
font-family:»Times New Roman»;
mso-fareast-font-family:»Times New Roman»;
mso-ansi-language:ES;
mso-fareast-language:ES;}
a:link, span.MsoHyperlink
{color:blue;
text-decoration:underline;
text-underline:single;}
a:visited, span.MsoHyperlinkFollowed
{color:purple;
text-decoration:underline;
text-underline:single;}
@page Section1
{size:595.3pt 841.9pt;
margin:70.85pt 3.0cm 70.85pt 3.0cm;
mso-header-margin:35.4pt;
mso-footer-margin:35.4pt;
mso-paper-source:0;}
div.Section1
{page:Section1;}
–>

La editorial El Olivo Azul acaba de editar una de las novelas más conocidas y celebradas de Thomas Love Peacock, Abadía Pesadilla, una divertida sátira del romanticismo escrita al modo de las obras de los maestros Aristófanes y Rabelais. Varios poetas –Shelley, Byron, Wordsworth y el propio Peacock, presentados en la novela con otros nombres, siempre hilarantes– se encierran en la vieja mansión familiar de uno de ellos. Recitan poemas, viajan mentalmente a Grecia, reflexionan sobre el trascendentalismo y se sienten inquietos por dos jóvenes y bellas mujeres cuya presencia en la casa da lugar a un tremendo enredo.

El autor desarrolla en esta obra todo su genio literario, parodiando el género romántico y satirizando a poetas e intelectuales de la época amigos suyos y, lo que quizás sea más importante, a sí mismo. El libro, además de tratar sobre el romanticismo y los románticos desde dentro, lo hace desde una de las líneas creativas reivindicadas por dicho movimiento: el juego, la broma, la autocrítica y el ingenio.

Thomas Love Peacock –Weymouth, 1785 – Lower Halliford, Inglaterra, 1866– fue un poeta y prosista satírico inglés. Helenista, romántico, íntimo de Shelley, cultivó varios géneros: poesía, con poemarios como Palmyra o El genio del Támesis; obras de teatro como Los tres médicos o Los diletantes; y ensayos como su famoso y polémico Las cuatro edades de la poesía, que provocó que su amigo Shelley escribiera su Defensa de la poesía.

 

Peacock, a quien sus amigos llamaban «el risueño filósofo», es recordado, sobre todo, por su vena satírica que plasmó en novelas como Abadía Pesadilla o el Castillo de Crotchet. Sus sátiras, ejemplos paradigmáticos del estilo con que se cultiva ese género en las letras anglosajonas, destacan por su fino humor intelectual y su actitud bienhumorada, alejada de todo cinismo y empeño puramente destructivo, y han sido muy admiradas por autores posteriores como Jerome K. Jerome, Wodhouse, Chesterton y Katherine Mansfield.

Con el propósito de presentar a nuestros lectores Abadía Pesadilla y fomentar su lectura, hemos solicitado a la editorial El Olivo Azul el permiso para publicar el estupendo prólogo de Carlos Pardo  “Una noche en la sátira” que precede al libro.

Prólogo: Una noche en la sátira

¿Recuerdan la película Un cadáver a los postres? Les resumo: un grupo de detectives rivales —entre otros Colombo, Miss Marple, Poirot y Sam Spade— es convocado a una cena presidida por un millonario interpretado por Truman Capote. Les invitan a un crimen y aún no saben quién será la víctima. ¿El mayordomo sordomudo? ¿El mismísimo y maquiavélico anfitrión? Pues ahora imaginen que los protagonistas de esta historia fueran las figuras más destacadas de la literatura inglesa de comienzos del siglo XIX y tendrán Abadía pesadilla. Los detectives son el poeta romántico Shelley, el opiómano y trascendentalista Coleridge y la autora de Frankenstein, Mary Shelley. El cadáver es el romanticismo.

 La pluma que ideó esta farsa hacia 1816, se preció de ser sencilla como una hierba y de haber mantenido el humor, el buen humor, en una época en que el «último grito» era de queja. Thomas Love Peacock —si los nombres marcan, imaginen llamarse algo así como Tomás Pavoreal del Amor— vivió el auge del Romanticismo, ese peculiar conflicto entre la bruma y el espejo, entre el futuro cibernético y la restauración de ruinas medievales.

Peacock nació el 18 de octubre de 1785 en Weymouth, hoy ciudad turística del sur de Inglaterra. Si es verdad que la biografía de un autor añade poco a la obra, no importará que digamos que su padre fue comerciante de vidrio, huérfano que presumía de una familia de abolengo, y su madre, hija de un estratega militar. Tampoco que sepamos de su precocidad literaria, digna de la atención de los círculos literarios del momento, ni de su aclimatación a las ideas de moda, la filosofía alemana y el renacido orgullo de la poesía septentrional. Con veintipocos, Peacock puso su grano de arena en el oasis del exotismo inglés con un extenso poema, Palmira (1805); colocó una piedra más en la poesía lírica con El genio del Támesis (1810); y vertió el azogue de nuevas lágrimas en la laguna del pesimismo norteño con La filosofía de la melancolía (1812), pomposo título para un poema. Esta fue su prehistoria pedagógica, de la que surgiría, pocos años después, un corrosivo apetito por burlarse de sí y de sus compañeros de lúgubre viaje, como siempre que de la ingenuidad nace endiablada la ironía. Thomas Love Peacock pasó a convertirse en el mejor humorista del movimiento romántico con sátiras como Don Proteo (1814) y esta Abadía Pesadilla (1819), la más popular de sus novelas.

Si es verdad que los chismes envejecen, tampoco vendrá al caso que refiramos el germen biográfico de esta Abadía, y que no fue sino la amistad con el joven atractivo, el voluntaria o involuntariamente humorístico —sus biógrafos no se ponen de acuerdo— Percy Bysshe Shelley. Pero es que si quitamos a una vida todo aquello que es superficial, no queda nada. Peacock descubrió en Shelley al amigo y al interlocutor, y adivinó en él los límites sublimes a los que podía llegar la apuesta por el sentimiento, con la razón bajo la alfombra. Así, el protagonista de Abadía Pesadilla no es otro que el joven poeta Shelley, convertido en un Hamlet sin grandeza, un moderno Hamlet sobreactuado, un Hamlet literato y vanidoso. Terminada la obra, Shelley y Peacock no volverían a verse. Peacock se fue a la India en 1819 a trabajar en la East India Company junto a James Mill, el politólogo padre de John Stewart Mill. Shelley murió ahogado, como dice la leyenda, en las costas de Italia un 8 de Julio de 1822, poco antes de haber cumplido treinta años. Peacock, tras una dilatada vida de educador epicúreo, de moralista simpático, y algunas obras reseñables, murió en 1866, se diría que en otro siglo.

Los ingleses han mostrado una buena práctica en el arte de reírse de sus manías. Al modo de las caricaturas del genial William Hogarth, convierten ese radical humor que llamamos negro, humor desarraigado, en una herramienta de crítica social. Algo así como la creencia pragmática de que si este mundo es un infierno, la mejor manera de cambiarlo es reírse en las barbas del mismísimo Satanás. Pero dejándole la duda de si es una broma o educación exquisita.

Otra cualidad paradójica de la sátira —que gusta servirse de las paradojas— es que su atadura al tiempo en que fue escrita le ha asegurado en muchas ocasiones la supervivencia después de que el modelo fuera olvidado. Así, hoy seguimos disfrutando del ingenio de Aristófanes, Plauto, Cervantes, Swift o Jean Paul, aunque la diana de sus dardos críticos se haya borrado. Por debajo de las características del modelo parodiable, una sátira siempre lo es del totalitarismo del estilo que pasa por realidad, de la misma realidad vertida en los escuetos digestivos del cliché.

Pero hay otro motivo por el que esta Abadía Pesadilla no ha perdido buena parte de su elocuencia: estamos lejos de haber enterrado al movimiento romántico, esplendor y miseria de la literatura occidental. Los genios, los absolutos estéticos, el abandono del pacto público, la abstracción del lenguaje profesional, las poses de artista y los eslóganes juveniles… El romanticismo hizo mercancía de cambio del pesimismo que aún es rentable: ¿Te duele el yo? Pues escribe. Mientras que la literatura continúa persiguiendo ese sueño que repite el inteligente Señor Hilarántez: «Reconciliar al hombre, tal y como es, con el mundo, tal y como es».

 Carlos Pardo 

Leave a Reply