Enrique Vila-Matas
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Por Beatriz Celaya
Enrique Vila Matas estuvo en Bilbao presentando su último libro “Dietario voluble” (Editorial Anagrama), un cuaderno de notas personal que abarca desde el año 2005 al 2008. Y yo acudo a entrevistarlo. Cuando nos encontramos frente a frente en una esquina del hall del hotel donde se hospeda, a él no le gusta el espacio que nos han asignado para que se realice la entrevista – hace frío, dice- y pide un sitio más acogedor, y yo me alegro de dirigirnos hacia un lugar donde lo voy a tener todo para mí. A puerta cerrada. Quiero empezar la entrevista diciéndole que siempre que veo que ha publicado un nuevo libro me alegro de saber que todavía no le ha atacado “El mal de montano”, pero al cerrarse la puerta de nuestra sala –click– y quedarnos él y yo solos, se me olvida la pregunta. Su presencia se impone.
Se sienta hablando de la primera vez que lo invitaron a Bilbao, “hace ya muchos años”, apunta. Su literatura por entonces era considerada por la crítica literaria como literatura “light” porque no hablaba de los grandes temas. Debió ser por eso por lo que, en esta aparición pública, ni siquiera le dieron habitación en el mismo hotel donde se hospedaban los otros escritores. Y sin embargo, su literatura, por la que los grandes críticos no apostaban, ha permanecido. En 2001 recibe en Venezuela el premio internacional de novela Rómulo Gallegos por su obra “El viaje vertical”. Pero fue “Baterbly y compañía” el libro que lo llevó a la fama: “algo que no había previsto para nada– indica -, pero el lector se identificó mucho con el personaje que quería escribir y no escribir y provocó muchos comentarios, y ha quedado como mi seña identificativa”.
Beatriz Celaya: Vivimos momentos difíciles inmersos en guerras, terrorismos, crisis financieras, cambios climáticos. Desde su condición de intelectual, ¿cree que puede hacer algo para concienciar a la sociedad para que se produzca un cambio?
Enrique Vila-Matas: Hice un artículo durante las últimas elecciones españolas en el periódico El País que llamó la atención porque se desvió de lo que se estaba diciendo sobre el poder y las elecciones. Expliqué en este artículo, que se llamaba “Qué hacer”, el papel de la élite intelectual, lo que los rusos llamaban en el siglo pasado “la inteligentzia”. Hoy en día ha desaparecido este papel de las minorías intelectuales aristocráticas que dirigen el pensamiento; antes del siglo XIX iban juntos el legislador y el poeta, pero en un momento dado se separan, y después del siglo XX, cuando pasamos de Thomas Mann a Kafka, Kafka explica la soledad del individuo ante la potencia del Estado. ¿Qué puede hacer un solo individuo o unos individuos frente al poder estatal? El intelectual reconoce entonces su posición desvalida, y la propuesta que yo hacía en el artículo mencionado es la de la resistencia. Entonces, Álvaro Pombo me contestó, preguntándome a través del periódico El País, que cómo hacía yo para resistir en casa. Bueno, pues yo pongo resistencia escribiendo, es la única forma posible. Con un punto de vista moral hacia el lenguaje, hacia las palabras y lo que digo, y cumpliendo con mi trabajo con una actitud moral frente a la sociedad haciendo lo que uno puede. Canetti contaba que se había encontrado con un texto de un intelectual alemán cuando estalló la II Guerra Mundial que decía: Si yo pudiera haber impedido esta guerra… ¡Pero qué desvarío!- pensó Canetti-. ¿Cómo un solo intelectual puede impedir una guerra mundial? Y aquí está la precariedad de lo que hacemos. Lo que somos hoy los ciudadanos de hoy en día frente a estos Estados potentes. ¿Qué podemos hacer? Tabuchi habla de resistencia de bolsillo, es decir, llevar la resistencia como se puede llevar un móvil, siempre en el bolsillo, a todas partes, comunicarla siempre, y en este punto llevar la resistencia del poder del Estado frente al individuo.
B.C.: ¿Y no crees que sea injusto que a los escritores se les exija no sólo escribir bien sino ser un referente moral para la sociedad?
Enrique Vila-Matas: Cuando tenía veinte años a esto se le llamaba “este quiere arreglar el mundo”. Yo creo que esto se reduce a eso: ¿puedo yo arreglar el mundo? Yo solo no, está claro. Pensar que vas a cambiar algo es muy complicado; ahora bien, tienes que pensar que puedes parar la Segunda Guerra Mundial por ti solo porque eso es lo que te mueve. En Barcelona, una chica que se llama Isabel Núñez, en su blog (http://isabelnunez-zbelnu.blogspot.com cuenta la historia del azufaifo: iban a derribar la casa de enfrente de la suya y con ella un árbol chino centenario, el único árbol chino que había en Barcelona, el azufaifo. Isabel inició entonces, a través de su blog, una campaña a la que se fue uniendo gente del barrio para conseguir lo que parecía imposible: que la constructora no derribara aquel árbol. Lo consiguió, después de un año de increíble lucha. Es el único ejemplo que conozco ahora de alguien que se empeña en una cosa que aparentemente es banal y, sin embargo, lo consigue. No sé si lo consiguió porque en su misma calle viven los padres del alcalde de Barcelona o qué. Pero yo inicié también una campaña parecida a través de mis textos porque tenía también delante de mi casa una palmera e iniciaron una construcción en este solar y se llevaron la palmera, así que intenté hacer lo mismo y no salió. Sin embargo, creo que hay que luchar por cosas pequeñas.
B.C.: En “Dietario Voluble” hablas mucho sobre tu ciudad, Barcelona, y no muy bien…
Lo hablaba el otro día con Quim Monzó, estar en un lugar muy céntrico de la ciudad, Barcelona, y ver ya no sólo que no conoces a nadie, sino que todos a tu alrededor son turistas, que tú eres el único de la ciudad; es una sensación horrible. En la rueda de prensa de la presentación de este libro un periodista me preguntó: “¿Qué harías si fueras alcalde de Barcelona?” Y a mí me salió espontáneo: “Dimitiría”, dije. Dimitiría, no sólo por lo que hemos hablado antes de lo de Kafka y todo eso, sino porque como alcalde no podría prohibir el turismo, ni que la gente visitara la ciudad o a Gaudí. Pero lo que sí creo es que sí se puede legislar para hacerlo algo mejor. Simplemente, ante el poder lo que haría sería darle la espalda, claro.
B.C.: Es complicado definir tu obra. ¿Puedes hacerlo tú por mí?
Enrique Vila-Matas: Se ha hecho una tesis sobre mi obra, y la chica que la ha hecho viene a decir que, aunque no lo parezca, hay una coherencia desde el principio hasta el final.
Yo siempre digo, y no sé si se me entiende, que yo no produzco libros sino que estoy realizando una obra desde el principio. Lo que pasa es que la voy entregando a través de libros, pero todos están conectados y van avanzando en un sentido. El mismo movimiento de escribir es el que va dando sentido a la obra.
B.C.: Leyendo tus libros el lector aprende mucho. ¿Es tu intención ser tan didáctico?
Enrique Vila-Matas: Sí, empecé a oírlo hace unos años y no me gustó, porque claro, no tenía previsto esto. El crítico literario más importante de América latina, Christopher Domínguez Michael, habla de que he creado un canon. Yo hablo de unos escritores que no son los escritores oficiales, no son Saramago, ni García Márquez, ni Vargas Llosa o Carlos Fuentes. Yo he hecho una especie de familia literaria que es un canon personal que, en realidad, es un acto involuntario de continuidad de la especie del canon que creó Borges en los años 40, cuando redescubre a escritores olvidados y estos vuelven a ser leídos porque Borges los incluye dentro sus libros. Así que lo que yo he hecho es una labor crítica dentro de la obra, incorporando una serie de autores que forman parte de mi familia y que van y vienen y reaparecen y pasan a ser personajes míos. Alguien ha dicho que les he creado una segunda vida. Kafka tiene una segunda vida a través de mis libros. En mi página web http://enriquevilamatas.com/ hay un texto que leí en la Universidad de Monterrey, en México, donde explico este procedimiento a través de las citas manipuladas de escritores. A mí me interesa siempre dónde está el escritor olvidado, no leído, que no está de moda porque no le publican las editoriales, y siempre he huido de los que yo llamo los figurones. Jules Renard dice: “Hay grandes escritores y escritores buenos; seamos de los buenos”. Me gustan los escritores que no están en el foco central, porque en la sombra hay escritores tan interesantes como los que no han sido enfocados.
B.C.: ¿A qué aspiras como escritor?
Enrique Vila-Matas: A la máxima ambición literaria, siempre. Si supiera que ya había escrito la cima de mi literatura, lo dejaría. Pero estoy todavía en esa aventura cada vez más apasionante para mí, y de hecho el libro que estoy haciendo ahora me parece el más ambicioso de todos, y así necesito que sea; si no, no tendría sentido.
B.C.: ¿Qué regla sigues para leer a nuevos escritores? ¿Cómo los descubres?
Enrique Vila-Matas.: Parto de la base de que me interesa todo, así que me fijo en cualquier libro que esté a mi alcance, que son muchos a lo largo del día, y en todos puedo encontrar algo. Inmediatamente encuentro algo que me remite a otro algo que me pueda interesar a mí. Trabajo continuamente entre los libros. Sé distinguir perfectamente entre los que son muy buenos y los que no.
B.C.: ¿Qué piensas del panorama editorial actual?
Enrique Vila-Matas: Que ha cambiado muchísimo desde que empecé a escribir hasta ahora. Actualmente se potencia un tipo de literatura fácil y que el público pueda leer, y por ese motivo es complicado que una persona de 20 ó 25 años que sea un poco genial y que tenga un proyecto interesante y una propuesta nueva entre en el mercado literario hoy en día.
B.C.: Y la nueva era digital ¿qué opinión te merece?
Enrique Vila-Matas: No me lamento demasiado porque lo veo como algo inevitable. Estamos en pleno traslado de la era Guttenberg a la era digital, y es inevitable. A mí me parece que se habla mucho de los cambios técnicos que se van produciendo, pero lo que no ha cambiado, ni cambiará nunca, es que la operación de leer la hace una sola persona con su cerebro, y para eso no hay ninguna máquina nueva inventada; por mucho que cambie, la lectura en sí seguirá siendo una operación personal.