La flor roja
La editorial Nevsky Prospects acaba de publicar una pequeña joya, La flor roja, de Vsévolod Garshín (traducción de Patricia Gonzalo de Jesús), «la esperanza de la literatura rusa» según Iván Turguéniev. Preciosas ilustraciones de Sara Morante para una cuidada labor de edición que siempre ha caracterizado a esta editorial.
La flor roja es un relato mágico sobre la obsesión y la locura. Con la fuerza de la ficción psicológica de Fiódor Dostoievski, con quiene se le suele comparar, la prosa de Garshín nos va envolviendo de forma sutil e inmediata. Uno de los relatos que mejor definen el estilo de este autor, ya que
combina la profundidad psicológica con la prosa realista.
En un hospital
psiquiátrico ucraniano, un paciente se obsesiona con tres flores rojas
que crecen en el patio, y llega a convencerse de que son la fuente de
todos los males del mundo. La descripción de su creciente locura
traslada el relato desde una forma narrativa realista hasta el estudio
psicológico o el relato fantástico.
«Casi se había olvidado de la florecilla, pero al retirarse del jardín y subir por la escalinata la vislumbró de nuevo, en la espesura de la hierba, oscurecida y que ya empezaba a cubrirse de rocío, como dos ascuas rojas. Entonces, el paciente se quedó rezagado respecto al tropel y, después de colocarse tras el guarda, esperó el momento propicio. Nadie lo vio saltar la valla, agarrar la flor y esconderla aprisa junto al pecho, bajo la camisa. Cuando las hojas, frescas y cubiertas de rocío, acariciaron su cuerpo, él palideció como un muerto y, aterrado, abrió los ojos como platos. Un sudor frío descendió por su frente».
Vsévolod Mijáilovich Garshín (1855-1888) nació en una familia de
militares de la nobleza. Su educación se vio interrumpida por la guerra
de 1876 contra los turcos, en la que luchó como voluntario. Recibió una
herida en la pierna y comenzó a escribir durante su convalecencia. En
1880 comenzó a dar muestras de inestabilidad mental, que condujeron a
que lo encerraran en una serie de hospitales mentales. En 1888 se
suicidó en San Petersburgo. Su producción literaria al completo es
bastante limitada, y consiste en unos veinte relatos cortos y varios
artículos periodísticos. Sin embargo, como prosista se merece un lugar a
la altura de sus contemporáneos más prolíficos: sus relatos sobre la
guerra son comparables a los de Tolstói, y su ficción de corte
psicológico está a la altura de la de Dostoievski. Además, Turguéniev lo
consideraba su sucesor.