26 febrero 2020

Sobre la polémica del libro ‘American Dirt’ (Tierra Americana)

Por José Antonio Vázquez

Hace unas semanas se abrió un debate en Estados Unidos a propósito de la publicación del libro American Dirt (Tierra Americana), de Jeanine Cummins. Un libro que cuenta de la historia de una madre y un hijo que huyen de la violencia de un cartel en México e intentan llegar a Estados Unidos.

La polémica se desata a raíz de una reseña complaciente en el New York Times escrita por una escritora -Lauren Groff- que además luego se arrepiente de haberla escrito. La causa  de esto es que ni ella como crítica ni Cummins como escritora tienen –señala ella misma- el suficiente bagaje o conocimiento de la situación de la inmigración mexicana en Estados Unidos.

El trasfondo de toda esta polémica –que ni es nueva ni debería ser tanta la polémica- es hasta dónde un escritor puede escribir sobre determinados temas, en este caso sensibles como es la inmigración, sin el conocimiento suficiente y además habiendo autores hispanoamericanos que sí que pueden escribir sobre ello de manera más cercana y precisa. Incluso con la difícil experiencia de haberlo vivido.

En todo esto se confunde la crítica con la edición. Algo que pasa con demasiada frecuencia. ¿Puede un escritor escribir sobre cualquier cosa? Obviamente sí, luego estará el editor para cuestionar o no el valor de una obra para ser publicada. Si lo hace, luego está el crítico y lector para volver a juzgarla. ¿Es mejor que una persona que haya vivido la experiencia de la inmigración sea quien escriba una novela semejante, como sugieren muchas voces? No necesariamente.

Primero debemos recordar que aunque sea un tema real, no deja de ser ficción. Si sólo las personas que sufren o viven determinadas experiencias pueden ser la que las escriban, la historia de la literatura hubiera sido pobre en perspectivas y, además, más historia subjetiva que ficción narrativa.

Otra cosa es que haya escritores o novelas mejores sobre determinado tema, como parece que es el caso, y se ensombrezcan a favor de voces con “más gancho”, más conocidas, o con mayor probabilidad de terminar siendo bestsellers, aunque su calidad no sea la misma y los conocimientos sobre según qué aspectos del tema tratado dejen mucho que desear con respecto a la realidad.

Sin embargo, esto es algo que sabemos que sucede continuamente. Vemos como año tras año dan premios casi de encargo a personajes televisivos donde se tratan temas absolutamente manidos, repletos de clichés, porque saben que lo que vale es el nombre del autor (a veces ni autor), y no lo que haya escrito.

Al final lo importante es si la obra es verdaderamente buena. Tras esto, si el editor, al dar paso a su publicación, ha pensado en si es tal cosa o si a cambio de una obra mediocre las ganancias van a merecer la pena por ser fruto de alguien más o menos conocido o con mayor o menor tirón.

Aquí entra la labor de los críticos para desenmascarar este tipo de actitudes y para desvelar los males que deberían haber puesto al editor sobre alerta, en caso de que este último quisiera realmente una buena obra y unas ventas aseguradas.

En el asunto que nos ocupa, Parul Sehgal, del propio New York Times, criticó el libro por motivos tanto morales como literarios: en Tierra Americana, las “raíces profundas de estas migraciones forzadas nunca son interrogadas”. Se aduce a que no hay autocrítica desde una perspectiva norteamericana al tema de la inmigración mexicana en el país, y sí mucha superficialidad.

La misma denuncia que se le hace a Groff como crítica al ser condescendiente con el libro y no hacer públicas estas claves en su reseña. Pero muchas veces los escritores no son lo suficientemente críticos con los suyos como lo es un crítico profesional, y no siempre, porque ya sabemos cómo funcionan algunas críticas “profesionales” dentro de grupos editoriales mediáticos.

No se trata tanto de si Cumins debería haber escrito o no el libro sin saber lo suficiente sobre la inmigración. Eso que se llama ‘apropiación cultural’ en Estados Unidos y de lo que también ha sido acusada no es más que otro ejemplo de su exceso de corrección política para justificar males anteriores, pero que puede ser un arma de doble filo, como la doble moral.

Como decía, no está garantizado que una persona que ha vivido la dura o extrema experiencia de la inmigración lo pueda escribir mejor que otra que no lo haya sufrido, al menos de manera novelada; un ensayo o un diario sería otra cosa. Si esto se quiere traducir en colonialismo, estamos confundiendo los términos de manera más que notable.

Para salir al paso algunos editores y escritores han defendido el derecho a la ficción –estaría bueno-, pero han pedido respeto cuando se trata del tema de otras culturas. Es algo que se da por hecho, pero que llevado a según qué términos, puede inducir a la censura o, lo que es peor, a la autocensura. Insisto en que son los editores los que deben decidir qué obra se publica y cuál no. Es una de sus funciones básicas.

Quizá deberían replantearse su función cuando eligen obras mediocres a cambio de un éxito asegurado. Que una obra salga a la venta es porque así lo ha querido un editor, y no el autor, a menos que se autopublique.

En Pen America han sido más tajantes defendiendo el derecho a la ficción y a poder escribir lo que se crea, si bien señalan que “como defensores de la libertad de expresión, rechazamos categóricamente las reglas rígidas sobre quién tiene derecho a contar qué historias (…) si el intenso debate alrededor de este libro puede catalizar un cambio concreto en cómo se obtienen, editan y promueven los libros, el debate habrá logrado algo importante [totalmente de acuerdo]. Es hora de apostar, proporcionar recursos y elevar un grupo más amplio de voces inmigrantes para hablar por sí mismos y sobre sus experiencias [totalmente de acuerdo, si son realmente buenos para ser editados, y no tanto únicamente por su condición de inmigrantes o cualquier vicisitud sobre la que recaiga la trama del libro].

Hay autores españoles que ha situado sus historias en Hispanoamérica, pretendiendo usar sus diferentes variantes del español, sus tradiciones culinarias, su cultura, etc., y lo han hecho tan mal que han sido los propios lectores los que han llamado la atención en las redes sobre tales errores que también son fruto de una pésima documentación. Lo que no ha visto un editor, lo pueden ver los lectores.

Posiblemente con Tierra Americana exista polémica porque hay un asunto muy delicado de fondo. Además, el departamento de marketing no ha ayudado mucho poniendo ejemplares del libro como si estuvieran frente a un muro del gusto de Trump, rodeado de alambre de espino, como se ve en la segunda imagen que acompaña a este texto. De nuevo la editorial tiene más que decir aquí que el propio libro sobre la ‘falta de sensibilidad’.

Prestar más atención a las voces que vienen de fuera, no mirar tanto (o en absoluto, más bien) si el autor en ciernes va a quedar bien en la foto de la contraportada o en televisión, y comenzar a llevar líneas editoriales más valientes y menos mediáticas serían un buen comienzo para ayudar a que le lleguen a los lectores las mejores historias. En todos los sentidos.

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