09 noviembre 2023

Al rescate del contenido

Imagen en Freepik

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La mayor parte de las editoriales atesora en sus publicaciones un potencial del que no siempre se es consciente. Los contenidos que conforman las obras casi siempre tienen un valor en sí mismos que va más allá de la obra a la que «sirven», a la que sostienen.

Pues bien, me atrevo a decir que actualmente los contenidos de la mayoría de publicaciones están absurdamente presos en sus publicaciones.

Absurdamente, porque su potencial es muy valioso, incluso considerando el coste de su extracción, tratamiento y normalización. Absurdamente, porque las tecnologías para su uso, disfrute y explotación están más que maduras hace décadas. Absurdamente, porque las editoriales han perdido la oportunidad de evolucionar e innovar al renunciar a la tecnología sin siquiera saberlo. Y absurdamente, porque hace ya unos años que existe al menos una forma de matar varios pájaros de un tiro.

¿Información o activo?

«La información» está en los documentos que produce una editorial, sin duda. Pero esos documentos están en formatos de producción –las artes finales– que la mantienen cautiva e inutilizable. Y como tal, sólo podemos conjeturar sobre ella tal como lo hacíamos allá por 1990. Para que se convierta en un activo de la editorial hay que caracterizarla, procesarla y hacerla interoperable. Y hay que hacerlo de forma integrada, cotidiana y sostenible.

Todas las publicaciones –casi todas– están formadas por conjuntos de patrones de información dispuestos en las páginas de forma que nuestro cerebro las pueda relacionar, interpretar y decodificar al instante. Esos patrones y relaciones se pueden secuenciar y disponer fácilmente en el mundo digital, apoyándonos en la semántica y en la tecnología.

Delegación tecnológica

Pero para ello las editoriales deben adoptar un papel activo en la estrategia digital. Y no lo han estado haciendo. Aunque no por falta de iniciativa. Estudios como el de Marta Magadán Díaz y Jesús L. Rivas García nos dicen lo siguiente:

«Las editoriales consideran que han asumido tantos riesgos comerciales y estéticos al crear nuevos contenidos que no pueden afrontar riesgos técnicos adicionales. Como consecuencia, son reacias a invertir directamente en proyectos I+D y prefieren adoptar soluciones técnicas contrastadas. Este proceso está dando lugar a una dependencia involuntaria de las innovaciones externas, que están condicionando la evolución real del sector.»

Y así ha sido. En 2010 Adobe convirtió a InDesign en una herramienta de authoring digital (DPS) y lo borró del mapa en 2016. Y si Adobe –el oráculo de la edición profesional– cierra su santuario, todo el sector va a considerar que no hay más futuro. Y si alguien insistió en avanzar, allá estaban muchas empresas de desarrollo en horas bajas que se tiraron al cuello del mercado editorial con sus herramientas para periódicos, que implantarían alas de avestruz a sus clientes, quemando la tierra por muchos años. El digital first fue el tiro de gracia para el contenido en papel, condenándolo a prisión permanente.

El ingrediente secreto

Decía antes que tener el contenido encarcelado en los límites de su obra es absurdo. A menos que haya forma de extraerlo y tratarlo fácilmente. Si el proceso tiene un coste elevado, por bonito que sea… no es aplicable. De hecho, ésa fue la piedra con que tropezó Adobe con DPS: el authoring que proporcionaba DPS había que pagarlo en horas de ejecución. Horas de personas que debían formarse, idear las versiones digitales de los productos papel, ejecutar los procesos y subir y revisar los resultados. Ese coste extra, unido a los cambios conceptuales que se requerían dentro de la editorial, era un obstáculo muchísimo más aparatoso que los márgenes exigidos por Apple y Google. Adobe no consiguió –pese a todos sus empeños– poner en marcha el authoring como modelo de digitalización. En ningún rincón del planeta.

Sin embargo, a la tecnología, al I+D, a la semántica y a la interoperabilidad del XML sólo les faltaba un ingrediente para constituir una alternativa al authoring mucho más escalable: la experiencia de campo. Hoy en día es posible convertir el flujo habitual de una editorial en un flujo de contenido que sirva de alimento a muchos sistemas informáticos. Es decir, que el proceso editorial de toda la vida se convierta en el de digitalización, en el de entrenamiento de una AI, en la base vehicular de una batería de servicios (educativos, financieros, técnicos…) o en todo ello y más.

Esto supone unos ahorros importantísimos en procesos ya existentes, pero para mí va mucho más lejos. Establece escalabilidad para procesos antes inasumibles. Abre la posibilidad a la diversificación del negocio y nuevos retornos de la inversión.

Y todo ello gracias a una sola cosa fundamental: la «extracción» ordenada, documentada y sistematizada de cualquier contenido en un formato interoperable. El rescate de los contenidos.

Por Daniel Perera, Director general de QSYSTEMS.



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