¿Preferimos lo auditivo?

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El crecimiento de los audiolibros bien podría reflejar la naturaleza auditiva innata de los humanos. Lo admito, el titular es un poco sensacionalista, pero aquí hay una observación seria.
Los humanos somos criaturas primordialmente orales. Hablamos y escuchamos de manera intuitiva desde una edad temprana. Nuestra civilización comenzó con una tradición oral, transmitiendo historias, conexiones, aprendizajes y sabiduría, así como también prejuicios y malentendidos de vez en cuando.
Por otro lado, debemos aprender activamente a escribir y leer, y la variedad de habilidades en esto es mucho más amplia que lo que logramos al hablar y escuchar. Entonces, ¿podría ser que el crecimiento de los audiolibros (y otros formatos de audio) que estamos viendo simplemente refleje nuestra naturaleza auditiva innata de los humanos? ¿Estamos fundamentalmente programados para responder mejor a los pensamientos expresados con nuestros oídos que con nuestros ojos?
En un mundo inundado de texto -correos electrónicos, documentos, mensajes de texto de WhatsApp, notificaciones de Slack, comentarios breves en hilos interminables- uno podría preguntarse si la lectura se ha convertido en nuestro modo predeterminado de interacción. Pero ¿siempre fue así?
El lenguaje humano comenzó con el sonido. Como expongo en mi libro Shimmer, Don’t Shake – How Publishing Can Embrace AI (disponible en inglés, árabe y muy pronto en mandarín, español, griego, tamil y uzbeko), mucho antes de que los primeros alfabetos se grabaran en arcilla o papiro, contábamos historias alrededor de fogatas, transmitíamos tradiciones mediante cánticos y recordábamos nuestro pasado a través de historias orales.
El lenguaje hablado probablemente surgió entre hace 50.000 y 150.000 años. ¿La escritura? En su obra fundamental Orality and Literacy: The Technologizing of the Word, el antropólogo Walter J. Ong argumentó que la alfabetización cambió fundamentalmente la conciencia humana, pero también que la cultura oral moldeó nuestras mentes de forma profundamente social y mnemotécnica. Estamos hechos para hablar y escuchar. Leer y escribir, como dice Ong, son tecnologías que tuvimos que aprender.
La evidencia es clara en el desarrollo infantil. Adquirimos el lenguaje a través de la escucha y la imitación. Nadie enseña a un niño pequeño a hablar en el sentido formal: lo absorben, casi como por arte de magia. Leer, en contraste, debe enseñarse explícitamente. Implica decodificar símbolos abstractos, asociarlos a fonemas y activar redes visuales y de procesamiento del lenguaje en el cerebro. Es un trabajo arduo. De hecho, la comprensión lectora suele estar por detrás de la comprensión auditiva hasta bien entrada la adolescencia. Eso no es un fallo. Es biología. Como dice la neurocientífica Maryanne Wolf: “No nacemos para leer”. El cerebro lector es un atajo neuronal -sorprendente, sin duda, pero no innato.
La neurociencia moderna respalda esta inclinación auditiva. Estudios con imágenes de resonancia magnética funcional (FMRI) han demostrado que escuchar una historia activa no sólo aspectos cognitivos del lenguaje en el cerebro, sino también áreas emocionales y sensoriales: sentimos más cuando oímos. El audio transmite prosodia, tono, ritmo y matices. Una pausa puede implicar duda. Un suspiro, tristeza. El texto sólo puede aproximar esto con puntuación y formato.
Curiosamente, algunos investigadores han encontrado que las narrativas auditivas a menudo se recuerdan con mayor viveza que las escritas. ¿La razón? El lenguaje oral evolucionó junto con técnicas de memoria: rima, repetición, aliteración, todo diseñado para fijar las palabras en nuestra mente. Estamos programados para recordar sonidos.
Si en verdad somos criaturas auditivas en el fondo, la era digital resulta muy comprensiva. La explosión de medios de audio -podcasts, audiolibros, notas de voz, asistentes virtuales- sugiere que, incluso en nuestro mundo saturado de pantallas, estamos regresando a nuestras raíces orales. La audiencia de podcasts en Spotify ya rivaliza con la de música. Los audiolibros crecen más rápido que los libros impresos. Millones se duermen con guías de meditación, resúmenes de noticias o ensayos extensos leídos en voz alta. Lejos de estar obsoleta, la voz humana vive un renacimiento.
Aquí también hay una cuestión de practicidad. Escuchar es más ambiental: puedes absorber ideas mientras paseas al perro, viajas o lavas los platos. Pero también es más íntimo. Una historia bien contada, hablada directamente al oído, es una conexión diferente. Imita la intimidad evolutiva de contar historias junto al fuego o confesiones susurradas.
Una nota personal: me encanta escribir. Me encanta leer. Soy fan de acurrucarme con un libro y leer, sin interrupciones, toda la noche. Pero reconozco que nuestro mundo actual se caracteriza por lo que llamo “interactividad multimodal”. Simplemente no parece que podamos hacer solo una cosa a la vez.
Esto plantea la pregunta de si el libro impreso y escrito, fuera de línea y monomodal, realmente se sincroniza con cómo funciona nuestro cerebro y cómo ha sido entrenado hoy en día. ¿Es esta la razón por la que, preocupantemente, la lectura está en declive? ¿Podría ser que lo auditivo sea la mejor manera de asegurar que las futuras generaciones se enamoren de obras escritas que no se entregan en palabras impresas en una página?
Hay una dimensión más a considerar: la confianza. Confiamos más en las voces que en el texto. ¿Por qué? Porque la voz revela intención. Transmite emoción, cadencia, vulnerabilidad. Una frase como “Estoy bien” puede significar cosas radicalmente diferentes según cómo se diga. En texto, es plana. En sonido, está viva.
Eso puede explicar por qué las notas de voz son tan populares entre las generaciones jóvenes, y por qué los equipos remotos a menudo recurren a la voz o al vídeo cuando importa la claridad. Incluso en los negocios, el tono puede lograr lo que los puntos clave no pueden.
Entonces, ¿necesitamos más lo auditivo? Sí, pero no a expensas de la lectura o la escritura, sino como un reconocimiento de nuestra naturaleza más profunda. El cambio hacia lo auditivo no significa rechazar la alfabetización; significa abrazar una comprensión más completa de cómo absorbemos, nos relacionamos y recordamos la información.
También significa que podemos evitar el anacronismo en la edición. No sólo necesitamos ser más auditivos, también necesitamos ser más multimodales.
Artículo de Nadim Sadek. Fundador y CEO de Shimmr AI (Publicado en inglés en The Bookseller)