13 abril 2009

Alberto Reguera

El pintor Alberto Reguera (Segovia, 1961) acaba de sumar dos éxitos más con sus últimas exposiciones en España que, además, han coincidido en el tiempo: Campo de visión, en la Galería Antonio Machón (Madrid) y Escenario de la Pintura, en la Galería Manolo Alés (La Línea de la Concepción, Cádiz). De ambas ha obtenido los mayores elogios por parte de la crítica especializada y en ambas ha mostrado su obra más reciente este artista completo que, pese a dominar el oficio, se empeña en experimentar e investigar todas las posibilidades del arte con tal de seguir aprendiendo.

Aprovechando su estancia en Madrid (el pintor tiene estudio aquí y en París), el equipo de Dosdoce se trasladó al estudio de Alberto Reguera, donde nos enseñó lo último en lo que está trabajando, y posteriormente nos concedió una entrevista en la que disfrutamos, además de por sus palabras y por el relato de sus vivencias en el mundo del arte, por la satisfacción de comprobar que aún quedan artistas de los de verdad, de los que creen en lo que hacen, de los que disfrutan con su trabajo, de los que se emocionan por poder hacer en la vida aquello para lo que sólo unos cuantos estaban destinados, por muchas piedras que encontraran en su camino. Alberto es uno de ellos, y aunque ya lo sabíamos nos lo ha confirmado.    


Entrevista a Alberto Reguera

España siempre ha sido un país muy visual (no tanto musical), se han mimado más las artes plásticas que otras artes. ¿Qué has encontrado fuera que no había aquí?

He encontrado caminos más abiertos y menos piedras en el camino. Efectivamente, España es un país que da muy buenos artistas  -Alemania y España yo creo que son los países que más símbolos de la pintura han dado-. España tiene muy buenos artistas pero ha faltado un empuje continuado, porque sí ha habido intentos de promocionar el arte español y se han hecho cosas con muy buena intención, pero lo que ha fallado es que no ha sido un plan de ayuda continuada a los artistas plásticos importantes; se les ha conocido puntualmente, pero no ha habido un plan continuado. En cambio, lo que he encontrado en otros países que no he encontrado aquí es, para empezar, mucha más independencia a la hora de juzgar la obra artística en sí, separadamente del personaje. Es algo muy importante que he encontrado en Francia: que te valoran aunque no te conozcan, y aquí parece que tienen que conocer a la persona para luego valorarte, valoran más el objeto en sí, ahora que se habla tanto del objeto o la desaparición del objeto en el arte.

Otro aspecto importante que he encontrado fuera es que hay más convivencia de las diferentes corrientes que se pueden manifestar en el mundo del arte, son más permisivos con la idea de que pueden convivir diferentes corrientes eclécticas en el mundo del arte, en cuanto que aquí dicen “ahora hay que ir por esta dirección” y se empeñan en que tienen que ir por esta dirección. Y en estos países como Francia, Reino Unido e incluso ya Singapur valoran mucho más las individualidades, la personalidad y las características que van definiendo a cada artista, ya saben que no hay corrientes. Aquí en España hay una idea de “qué es vanguardia”, “qué es y qué no es contemporáneo”. Allí son más abiertos en el hecho de pensar que contemporánea puede ser una pintura, por ejemplo, mientras que aquí, generalmente, y si vemos lo que se expone en algunos museos, piensan que no es así. Digamos que los veo más abiertos incluso dando una vuelta de tuerca a la historia del arte. Saben que moderno, contemporáneo o de vanguardia puede ser igual un pintor que un artista conceptual.

Y otra gran diferencia que he encontrado fuera sería ya la propia experiencia personal, y es que ha sido mucho más fácil y fluido fuera que dentro. Al contrario que otros artistas que se fueron a Francia y se quedaron (era otra generación), yo me empeñé en quedarme también en España, en no cerrar en España, porque veía (estamos hablando de hace más de veinte años) que aquí se estaban produciendo muchas cosas, que empezaba a haber una cultura muy importante, que la gente tenía mucho interés por la cultura y que no era la España que algunos pintores que ahora tienen sesenta años me estaban dibujando. Yo estaba conociendo una España diferente, y entonces pensé que me tenía que quedar aquí, y de hecho vivo entre París y Madrid. Y estoy muy satisfecho de haberlo hecho, porque aquí han ocurrido cosas muy importantes en el mundo de la cultura, incluso a veces superando a países que son señeros en este mundo.
 

La pintura que sobrepasa los límites del lienzo o del soporte, la transformación del espacio… Partiendo de la pintura y explorando todas las dimensiones como lo haces, ¿te has planteado hacer escultura?

Esta es una pregunta interesante, porque la gente me dice que ya estoy en el límite entre la pintura y la escultura. Y yo siempre he reivindicado la utilidad de la pintura en nuestros tiempos. Todos los impactos visuales a los que estamos sometidos podrían dejar a la pintura en un lugar muy frágil. Pero yo trato de demostrar que la pintura hoy en día nos puede ofrecer mucho, siempre y cuando se pinte sin olvidar todo lo que está pasando en la creación actual (el video, el plasma…), sin ignorar todas las innovaciones que ocurren en otros soportes. Hay que exigirle mucho a un pintor hoy en día, y si hubo una crisis en la pintura fue por culpa de que muchos pintores en determinados años se adocenaron en un mundo demasiado estético y no había nada detrás que impulsara, con una base y un armazón realmente conceptual, lo que querían expresar, se quedaba solamente en la estética.

Volviendo a lo que dices, yo siempre he reivindicado que soy pintor y que soy un pintor con volumen, y aunque nunca me he planteado hacer escultura estoy ya rozando el mundo de la escultura. Me planteo seguir haciendo pintura, pero instalada en el espacio que la circunda y dialogando con el espacio y con el espectador. Por eso mi respuesta a tu pregunta es no, no me he planteado hacer escultura porque quiero explotar todas las posibilidades  espaciales que me da la pintura, arriesgándome a situarla en otras circunstancias que no son las tradicionales.

Yo soy un pintor que pinta atmósferas con volumen. El secreto está en que yo alargué los lados del cuadro, y parece como que en ellos yo pegara un corte transversal y estamos viendo, como en una urna de cristal, todos los entresijos y toda la materia que allí está fluyendo, como si estuviéramos viendo todo lo que pasa dentro del cuadro, eso es lo que yo quiero expresar. Esos pigmentos que se mueven, esa materia, esas superposiciones de capas… digamos toda la materialidad de la pintura. Alargué los lados del cuadro con la idea de dar más profundidad a la pintura y a partir de ahí ya casi se creó una “pintura objeto”, que nunca fue una escultura. De hecho es mucho más amplio el lado central que los lados, y eso la define como pintura, pero es verdad que es una pintura tridimensional.

Te interesa más el movimiento…

Me interesa más el movimiento que nuestro ojo le otorga al paisaje visual que construye. Cuando el visitante está viendo una instalación pictórica, o incluso un cuadro, está viendo diferentes cuadros en un solo cuadro, es una visión poliédrica de la pintura. Pero incluso cuando haces una instalación, el espectador está construyendo un personal campo de visión, por eso se llama así mi última exposición, “Campo de visión”. Nosotros tenemos dos ojos, y están constantemente en movimiento. Una foto nunca te dará la misma impresión que cuando tú estás paseando por esas pinturas, puesto que al situarte en uno u otro lugar estás construyendo diferentes paisajes pictóricos dentro de esa pintura global, y hay mucho movimiento. Y es que el secreto es, precisamente, el movimiento. El secreto es el diálogo que se establece entre el espacio, la materia pictórica y el espectador.

Dices que tus obras de pintura expandida tienen sentido en el espacio donde están instaladas. Entonces, ¿cómo piensas que tus obras pueden tener una autonomía? ¿Cómo pueden estar en otro entorno que no sea la propia sala de exposiciones o el museo en el que estén instaladas?

Digamos que mi reto es que cuando yo instalo esas pinturas sepa adaptarme bien al espacio que las circunda. Pero antes de llegar a ese momento hay un paso anterior, y es que yo he pintado cada obra autónomamente sin tener en cuenta el espacio donde luego voy a actuar con varias, componiendo una familia pictórica que formaría un cuadro con volumen, y donde cada cuadro es como una mancha de color de una composición. Por tanto, mis obras tienen autonomía porque las he pintado cada una individualmente, y para no perder las características de mi trabajo estoy pintando paisajes abstractos, fragmentos de naturaleza, con pigmentos, donde se muestran las características de cada trabajo. Cada cuadro es como una vivencia personal, de un viaje interior y un viaje exterior, y precisamente pinto mis cuadros autónomamente para que no se pierdan esas características que definen mi trabajo. El fallo puede ser que el espacio me coma a mí la personalidad de cada cuadro, pero mi reto es juntar esas piezas y saber componer otro cuadro global más importante.

Pero pueden funcionar por separado…

Funcionan por separado e incluso pueden estar colgadas cuando no tienen la espalda cerrada. Lo importante es saber dominar el espacio, que como ves es un proceso que se ha complicado, pero que sigue siendo la pintura.

¿Y cómo es el proceso de tu pintura expandida?

Primero haces un cuadro, y luego lo pones en un soporte muro o en un soporte lienzo. Ahí estamos entrando en algo que también pasa con las instalaciones. Dos conceptos: primero, la acción pictórica del propio pintor; y segundo, el concepto de lo efímero. Cuando la instalación desaparece, la obra queda, individual, autónoma, pero puede volver a revivir y tener una nueva vida en otro espacio. Y lo mismo con la pintura que se expande por el muro. Está en un sitio, vuelves a coger la obra y luego vuelve a tener una segunda vida. Fíjate para lo que da…

Y si alguien te compra una obra que se expande por el muro, ¿qué ocurre con la parte expandida?

Lo expandido se pierde, es la parte efímera.

Y tiene sentido por sí mismo el propio lienzo…

Exacto, el lienzo sigue teniendo su propia autonomía, y volverá a tener una segunda o tercera vida, pero se la tiene que dar el pintor, que interviene directamente en el espacio. Es un proceso que se ha complicado porque he querido explorar las nuevas posibilidades que tiene la pintura. Tú haces una instalación, luego la desmontas y con los propios cuadros vuelves a crear, en otro espacio, otra instalación diferente. El reto se amplía. No se circunscribe a saber dominar el lienzo ni siquiera a saber dominar los lados del cuadro, sino a saber dominar el espacio que te van a dar. Por eso, cuando expuse en el Sculpture Square en Singapur estuve cuatro días analizando el espacio hasta crear esa enorme composición que es como pintar un cuadro, vas poniendo las piezas en el espacio y a ver qué sale. Es complejo pero a la vez apasionante. Y sobre todo manteniendo la idea de que la pintura es válida en el lenguaje del arte contemporáneo, al contrario de lo que piensan muchos. Yo utilizo la pintura como un instrumento para comunicar.
 



¿Por qué esa omnipresencia del paisaje en tu obra?

Yo vengo de una zona de Castilla donde el paisaje está muy presente. Y es un paisaje muy depurado, casi es un paisaje de Rothko, cuando ves esos mares de trigo y esos cielos infinitos, esa superposición de infinitos horizontes… Así que yo creo que el paisaje me ha venido dado, ha sido fácil para mí, lo que ocurre es que luego lo he transformado y ha sido una mixtura entre el paisaje externo y el paisaje interior. El paisaje interior lo he vivido en los museos. Yo soy un admirador de la abstracción lírica francesa, los famosos pintores de los años 50, que no se hicieron tan famosos como los expresionistas abstractos americanos porque en ese momento lo que ya dominaba era Nueva York. En cambio, el paisaje exterior me viene porque yo entiendo el viaje como un modo de vida. He viajado mucho a Holanda y tengo, por ejemplo, una serie sobre los canales, otra serie sobre Castilla, otra sobre los fiordos noruegos, luego me fui a Nueva Zelanda e hice el contrario, una sobre los fiordos neozelandeses… El paisaje está muy presente en mi carrera, en la que tengo los cuadros que definen mi trayectoria pero también series aparte sobre paisajes.

Sé que eres un amante de la música y de la poesía. ¿De qué manera se representa en tu obra?

Para empezar, yo casi siempre pinto con música. Y como el tiempo es un concepto intangible, abstracto, yo intento atrapar los sonidos de la música y plasmarlos en el lienzo. Digamos que yo creo en la sinestesia. Cuando estoy oyendo una sinfonía de Haydn estoy viendo colores, lo estoy transformando en colores. Yo tuve un par de experiencias en el Stedelijk Museum, el Museo Nacional en Amsterdam, una en 1994 y otra en 2001, que fueron unas performances de música y pintura, y al tiempo que Bart Spaan tocaba el piano yo pintaba. Luego se editaron varios cedés sobre estas experiencias. Supone una experiencia muy interesante de la música y la pintura. Yo considero que la música es algo mucho más sublime por lo que de intangible tiene, porque es menos físico, no está materializado, es más espiritual. A mí la música me ha servido para intentar plasmar esa espiritualidad.

Y mi experiencia con la poesía es muy interesante. Pienso que la poesía es el arte más puro que queda, quizá porque se vende poco, es el arte que veo menos contaminado. Yo he tenido dos experiencias: una con Francisco Pino, un poeta que fue muy conocido aquí en España, y donde yo me inspiré en su poesía, y que se llamaba “Poemas de la mirada última”. Fue de sus últimos trabajos. Y la otra experiencia fue con Andrée Chedid, una gran poetisa francesa que todavía vive, y donde ella me compuso una poesía inspirada en mi pintura, fue al revés que en el caso de Francisco Pino. Con el músico Bart Spaan, en Holanda, hemos hecho las dos: él se inspiró en mi pintura y viceversa. Estoy muy abierto a este tipo de experiencias artísticas, como exponer mi pintura y que allí se celebre un concierto. Son los “Cuadros de una exposición”, de Mussorgsky.

Entrevista y fotografías realizadas por Iñaki Saldaña (Dosdoce.com)

Alberto Reguera nació en Segovia, en 1961. Actualmente vive entre País y Madrid. En 1984 asistió al Seminario de Arte Contemporáneo «El Arte en el S. XX», impartido en la escuela de Arte del Louvre, en París. En 1985 obtiene la Licenciatura en Historia Moderna por la Universidad de Valladolid. A partir de estas fechas es seleccionado en varias ocasiones en los Talleres de Arte Actual del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde recibió enseñanzas sobre innovaciones de la tecnica pictórica contemporánea. De entre los maestros que tuvo, podemos destacar a Lucio Muñoz.

En 1995 recibió el premio de la Academia de Bellas Artes de París, especialidad de Pintura. En 1999 diseñó el cartel anunciador del Festival de Teatro de París. En 2001 ganó el Premio de «El ojo crítico» de Madrid. Este mismo año participó en el proyecto «Relevos», con Rafael Canogar, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. En 2003 fue elegido por un jurado de Washington D.C. para ser el único representante español en «Exhibit E» que se celebró en la capital norteamericana.

Reparte su vida y su actividad creadora entre sus estudios de Madrid y París, desde donde viaja con sus exposiciones a cualquier rincón del mundo.

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