La Opinión Pública y sus problemas
Dewey no separaba tajantemente opinión y conocimiento, hábito y pensamiento. Para él, la opinión no era sólo el reino de los prejuicios, las impresiones vagas, los lugares comunes, las emociones fáciles. El conocimiento requerido por el público no consistía en adquirir un punto de vista objetivo, externo, neutral, sino en generar un clima de debate donde las opiniones y creencias pudieran ponerse a prueba. Tenía claro que ni la política deliberativa podía dirigirse como una investigación científica, ni la opinión pública informada podía ser una comunidad de expertos. De igual modo que idealmente la ciencia no se regía por la autoridad, la democracia tampoco dependía de instituciones consagradas, de expertos o del aparato del Estado, sino de una vida pública activa, fruto de una colaboración libre y voluntaria, animada más por el deseo de compartir y mejorar una buena idea que por el de monopolizarla.
Dewey fue un enemigo de las burocracias rígidas y de la centralización, pero también le alarmaba el desgaste de las viejas tradiciones democráticas, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos.