28 febrero 2007

Ridi, pagliaccio

Nada más aparecer en escena, se barruntaba que algo único estaba a punto de ocurrir. Cuando la voz ancha y cavernosa de Vladimir Galouzine atacó los primeros compases de su Canio, el papel que representa en el Pagliacci de Ruggiero Leoncavallo, un sentimiento de excepcionalidad recorrió el patio de butacas. Estábamos en la segunda parte de lo qe iba a ser, sin ninguna duda, una extraordinaria noche de ópera.
Antes, en la primera parte, tuvimos el placer de disftrutar de la voz de Violeta Urmana en su papel de Santuzza, en Cavalleria Rusticana. Voz de un registro medio amplio, que atacó sin miramientos y con suficiencia los agudos de la partitura de Pietro Mascagni. Vicenzo La Scola alcanzó un notable nivel como Turiddu, y Marco Di Felice cantó muy bien su Alfio. Jesús López Cobos, al mando de la orquesta y el coro, puso los acentos dramáticos que necesitaba la obra, y nos brindó un escalofriante intermezzo, pleno de intensidad y color orquestal.
La ocasión era perfecta. Dos títulos conocidos para el gran público. Dos óperas veristas que ofrecen enormes dificultades, pese a que su música ofrezca una impresión un tanto simple, buscando el efecto fácil. Sin embargo, la fuerza y el libreto son de un enorme dramatismo que obliga a sus cantantes a darlo todo encima del escenario. Teatral y musicalmente. No fue menos con esta propuesta escénica de Giancarlo del Mónaco, que decidió dedicar estas funciones a la memoria de su padre, el tenor Mario del Mónaco.
El director de escena planteó una Cavalleria un tanto estática, situando la acción en una cantera de mármol sobre cuya blancura contrastaba con la negrura de los ropajes de los actores. La atmósfera recordaba un tanto a Strómboli, de Roberto Rossellini; una tensión opresiva en el marco de una jornada festiva, como es el Domingo de Pascua. Sin embargo, Del Mónaco renunció a este contraste y decidió introducir una procesión más propia del Viernes Santo, aumentando así el presagio de tragedia que planea sobre toda la obra.
En Pagliacci dominan la escena tres enormes murales con la imagen del célebre baño de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi en la película de Federico Fellini, La dolce vita. Una guiño cinematográfico que puede buscar un cierto paralelismo con el personaje de Nedda, mujer de Canio, cuyos encantos son correspondidos por un campesino y despiertan el irrefrenable deseo de Tonio y los celos de su marido. Del Mónaco plantea con gran solvencia la comedia que ha de representar dentro de la ópera, con detalles luminotécnicos y de color que impulsan la trama. Pasamos de la realidad sombría y sórdida de los payasos cuando son meros mortales al colorido y alegría propios de una comedia, justo cuando ellos dejan de ser personas para ser sólo payasos.
Por eso Canio canta en su Vesti la giubba una frase desgarradora; la desoladora paradoja del payaso: La gente paga e rider vuole qua / e se Arlecchin t’invola Colombina, / ridi, Pagliaccio, e ognun applaudirà! (La gente paga y quiere reírse aquí / y, si Arlequín te levanta a Colombina, / ¡ríe, Payaso, y todos aplaudirán!). En ese momento culminante, uno de los más conocidos para el público, Vladimir Galouzine no defraudó. Cantó con enorme sentido dramático un aria realmente difícil para los cantantes de su cuerda. A partir de aquel momento, la representación fue todavía a más y concluyó con un gran éxito.
En buena medida contribuyó a ello la soprano navarra María Bayo. Su papel merece una mención aparte. Lo cantaba por primera vez, en lo que suponía su estreno en el repertorio verista. Calidad vocal no le faltaba, pero ¿iba a poder cristalizar la Nedda que la partitura y la regia de Del Mónaco le pedían? A fe de que lo consiguió. Cantó muy bien el aria de los pájaros y se convirtió en una consumada actriz en la comedia que interpretan los payasos. El resultado escondía el titánico esfuerzo que supone para los intérpretes defender sus personajes. Solo ellos conocen la dificultad de ese camino. Por todo ello, María Bayo estuvo sobresaliente. Buscó y encontró. Y si algo es la ópera, precisamente, es eso: una singular e inefable búsqueda.
Texto: Felipe Santos
Fotos: Javier del Real

1 Response

  1. vladimir

    Me parece realmente lamentable,que un tenor de la calidad de Galuzine,un auténtico y verdadero tenor dramático,de los que casi no esiten.No tenga casi ningún disco grabado,y que tampoco hablen de él en ningún programa,ni de radio,ni de televisión.
    En mi opinión,un tenor de este tipo,que es una voz que no abunda en la naturaleza;creo que debería ser mejor tratado por las discográficas.Se ve que no es un producto de marketing como otros tenores de inferior calidad.

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