13 agosto 2007

Poética musical

Año académico 1939-1940. El compositor ruso Igor Stravinsky (1882-1971) es invitado por la Universidad de Harvard a dar un ciclo de conferencias sobre música. Aquellas sesiones, seis en total, fueron impartidas en francés y quedaron para la historia como una de las lecciones más completas y profundas sobre el fenómeno musical que se hayan publicado en la segunda mitad del siglo XX. Afortunadamente, la editorial Acantilado ha tenido el acierto de publicarlas en español, en una edición muy cuidada a la que le ha añadido una introducción del escritor y premio Nobel de Literatura de 1963, Iorgos Seferis, fechada en mayo de 1969.

Poética musical (Editorial Acantilado) permite dos lecturas: una más superficial, de un tirón, porque el libro tiene pocas páginas y está muy bien escrito, y otra mucha más reflexiva, donde podemos detenernos en esos momentos del texto donde el compositor es capaz de concentrar en una frase las tesis fundamentales de sus conferencias. Sin erudiciones innecesarias, con una sencillez que llega a asombrar. El poeta y amigo suyo, Paul Valéry, que le ayudó a perfilar el texto definitivo, decía de él que “era tan inteligente que carecía de vanidad”.

Stravinsky aborda en estas seis lecciones una reflexión profunda sobre el fenómeno musical. Habla del orden y la disciplina, como característica propia de lo musical: “El arte es constructivo por esencia. La revolución implica una ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional. Y el arte es lo contrario del caos”. Habla del fenómeno musical como especulación sobre el sonido y el tiempo, del estilo, de la biografía de la música. Y por último, de los problemas que genera la propia interpretación musical.

Sobre todas ellas planea una cuestión que será recurrente para Stravinsky: la búsqueda de la unidad a través de la multiplicidad. Esta aparente paradoja se le revela al compositor como la constatación de que el proceso creativo en la música tiende hacia la unidad aunque cuente con una enorme variedad de elementos. “De este campo extraeré yo mis raíces, completamente persuadido de que las combinaciones que disponen de doce sonidos en cada octava y de todas las variedades de la rítmica me prometen riquezas que toda la actividad del genio humano no agotará jamás”.

Para el compositor ruso, la necesidad de crear debe vencer todos los obstáculos. El los venció tras estrenarse su obra La consagración de la primavera en medio de un escándalo que a cualquiera hubiera hecho retroceder. El no lo hizo. Después de todo, no había hecho nada raro. Con lo que tenía, hizo simplemente las cosas de otra manera; ordenó la música de otra forma. “Estimo que se me ha considerado erróneamente como un revolucionario. (…) la novedad de La Consagración no residía en la escritura, en la instrumentación, en el aparato técnico de la obra, sino en la entidad musical”.

Esta búsqueda de la unidad tenía para Stravisnky una correlación con lo que él llamó “resonancia”; esa que llega hasta nuestros días a través de sus obras y, ahora, de sus lecciones sobre música. “Su eco, que rebasa nuestra alma, resuena en nuestro prójimo, uno tras otro. La obra cumplida se difunde, pues, para comunicarse, y retorna finalmente a su principio. El ciclo entonces queda cerrado. Y es así como se nos aparece la música: como un elemento de comunión con el prójimo y con el Ser”.

Texto: Felipe Santos, colaborador de Dosdoce y autor del blog Diplomacia Pública.

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