14 junio 2009

Naufragando en el mar internáutico: bienvenidos al mundo de la generación de los lectores digitales

Pasé mi infancia sin conexión a Internet -no existían estas cosas-, pero fui de los primeros en engancharme a este nuevo mundo, cuando la Red de Redes era casi exclusivamente texto y parecía mentira que alguien pudiera leer, en un futuro cercano, el periódico en línea. No sé si esto, de algún modo, me ha conducido a desempeñar mi actual oficio -redactor y responsable de la sección de Literatura de www.Ociojoven.com-, pero, desde luego, me ha dado una particular visión de la jugada.

Ésa es la que os voy a intentar retratar en el siguiente artículo sobre los nuevos lectores y su papel en la literatura infantil y juvenil. No soy pedagogo -aunque en tiempos cursé algún estudio universitario al respecto- ni especialista editorial, pero sí que tengo contacto directo diario con esta realidad. Es todo el peso que le puedo dar a mi exposición: el de la experiencia.

No es un tema sencillo. En Internet la edad no es aparente, pues casi todo el mundo escribe con pseudónimo -o nick-, y los gustos literarios son muy variados. No obstante, con el tiempo uno va cazando algunas hebras de la maraña y extrayendo conclusiones. Aquí van algunas de ellas…

La bestia negra: ¿Leen los jóvenes?

El primer motivo de preocupación de educadores, padres e instituciones. Un bulo que crece y crece y que los propios jóvenes repiten: que cada vez se lee menos. Aunque medir esto sea de una complejidad insondable, creo que es de cajón que cada vez se lee más. En mi generación (nacido en el 79) los niños leíamos gracias a los abnegados esfuerzos del profesorado y a la rica biblioteca del Cesáreo Alierta un «mínimo» de un libro cada dos semanas… o te caía bronca. A este parco ritmo, que era de los mejores, según tengo entendido, había que sumar los gustos particulares de cada uno. Personalmente, leía más libros, los que me regalaban por mi cumpleaños y los de «Elige tu propia aventura» que me compraba mi madre cuando le acompañaba a hacer la compra, pero el grueso de mis compañeros podían añadir, como mucho, algún álbum de cromos y los clásicos tebeos de Zipi y Zape.

Los niños de hoy en día leen sin parar toda la jornada. No tengo cifras sobre libros -aunque sé que Laura Gallego atrajo a muchísimo público a la Feria del Libro de Madrid, eclipsando a las estrellas para adultos- pero sí sé que los niños y jóvenes se pasan navegando por Internet una parte importante de su jornada. Y en Internet, básicamente, se lee. Nadie les obliga, y leen.

Otra cuestión es qué leen, y esto sí que es lo preocupante y lo que ha hecho que, popularmente, salte la alarma. La creación del CCFOV (Comité Contra las Faltas de Ortografía Voluntarias, cuyo eslogan es «Esto es un foro, no un puto móvil») es sintomática: Internet la creamos entre todos, y sus contenidos, la lectura principal de miles de jóvenes, no depende de nadie en exclusiva. La degradación del lenguaje que puede venir de la mano del fenómeno no la detendrá la RAE, aunque, todo hay que decirlo, podemos mostrarnos optimistas: popularmente se alzan voces por la conservación de nuestro patrimonio lingüístico, entre los propios jóvenes.

Pero entonces ¿qué leen los jóvenes?

Por mucho que las editoriales se empeñen en marcar «targets» (como si los lectores fueran premios de un videojuego militar), lo cierto es que las barreras de lectura se difuminan cada vez más. En Ociojoven.com nos encontramos que la media estándar está en torno a los veinte años, lo que no impide que haya gente en el foro de doce conviviendo con otra de cuarenta. Lo curioso es que, cuando nos referimos a hábitos lectores, la diferencia no es tan grande. Esto tiene que ver con el derribo de la literatura seria.

En la pasada Hispacón, un lector veterano (digamos casi octogenario) me comentaba que en su juventud mantenían en secreto la afición por la ciencia ficción y la fantasía, porque no era lectura de hombres. Paradójicamente, en las bibliotecas de los cuarteles, según comentaba otro compañero, «El Señor de los Anillos», de J.R.R. Tolkien, era el libro que siempre estaba ocupado. La generación precedente a la mía, ésa que le pilló la adolescencia en la transición y Star Wars en los cines, se sacudió los complejos y abrió un nuevo nicho de mercado: el del adulto que trabaja, y por lo tanto tiene dinero, y que sigue interesado en temas «juveniles».

Esto no sólo ha repercutido en la proliferación de obras para adultos poco «serias», como «Entrevista con el vampiro», de Anne Rice, sino también en una mayor exigencia argumental y de trasfondo en las historias. Y esto en todos los ámbitos del ocio: cómic, cine, literatura, videojuegos, etc. Así, el lector joven de hoy en día, cuando ha disfrutado con la literatura juvenil adecuada a su target, como las «Crónicas de Narnia», de C.S. Lewis, se encuentra con infinitas posibilidades para continuar su viaje. Y con algunas que no han estado concebidas para su edad (lo que podría generar otro debate sobre su conveniencia o riqueza), lo que ya complica la tarea de determinar qué leen, o quién lee qué.

Pero no se encuentra sólo con libros, sino con un mundo entero relacionado: juegos de cartas, de tablero, de rol, videojuegos, foros, películas, cómics… Los foros de Internet bullen con lectores satisfechos que quieren más, y se juntan con otros lectores para buscar recomendaciones o hacer sus propias aportaciones a estos mundo. También entran en páginas especializadas con más información sobre sus personajes preferidos, con mapas, ilustraciones y toda la parafernalia imaginable. Y detrás no hay siempre grandes compañías, como tendemos a imaginar, sino autores polifacéticos como el propio Tolkien, pero de nuestra generación y nuestro propio entorno. Me vienen a la cabeza Javier Araguz (autor de «La tierra de Alidra») e Ibán Roca (autor de «Transparente»), ambos con un pie puesto en el mundo del cine y la animación.

Estos productos de distintos medios cada vez están más cuidados, y donde quizás se vea más clara la evolución es en los videojuegos: hemos pasado del matamarcianos y el comecocos a sagas de la complejidad de Zelda o Final Fantasy, que exigen al jugador sumergirse en una narración más compleja que una novela y estar atentos a los detalles. Y que, todo sea dicho, implican lectura, bastante lectura.

Así, los niños y adolescentes actuales leen cosas de todo tipo -libros, mensajes en los foros, páginas web, textos en videojuegos, manules de rol, suplementos, cómics, revistas, etc.- y en cantidades considerables.

¿Y libros?

Parece indiscutible, pues, que los jóvenes leen mucho más que hace unos años, cuando Internet no existía. Pero, ¿leen libros?

Cabría diferenciar entre libros físicos y libros digitales, y no por capricho, sino porque, culturalmente, son una generación habituada a leer en pantalla. Muchos lectores jóvenes (de catorce años) leen novelas publicadas por entregas en Ociojoven.com, y lo hacen en el propio ordenador. Esos mismos textos, gente de mi quinta tiene tendencia a imprimirlos antes de abordarlos. Esto es significativo, porque implica que los primeros son lectores capaces de absorber la importante cantidad de literatura que circula en la red fuera de los circuitos comerciales. Para hacernos una idea de magnitudes, comentaré que mi novela «Tormenta Eterna en Kios», publicada por entregas en Ociojoven, ha tenido en torno a 2000 lectores, y no ha sido uno de los textos más populares. La tirada media de una editoral modesta de género fantástico suele situarse en torno a los 500 con un autor poco conocido (como me considero).

En cuanto a libros físicos, de los que circulan por los canales comerciales habituales, como librerías y grandes superficies (aunque la venta por Internet empieza también a desestabilizar la balanza con las nuevas generaciones), observamos que se venden, y mucho. La saga de Harry Potter, de J.K. Rowling, las Memorias de Idhun, de Laura Gallego, o las Crónicas vampíricas de Stephenie Meyers son un ejemplo claro de cómo la literatura juvenil puede llegar a las superventas. La propia serie «Pesadillas», de R.L. Stine, dentro del género infantil -aunque en la portada ponga juvenil para no herir a sus lectores- ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo.

Si observamos las novedades de las editoriales dedicadas a este nicho (Alfaguara, Timunmas, Destino Infantil, etc.), constatamos que mantienen un ritmo constante y bastante fuerte a nivel de tiradas, aunque no se acerque, ni de lejos, a la variedad de propuestas para el lector adulto, lo que nos lleva a un problema importante:

La limitación de los títulos

Aunque la propia existencia de Internet y de esa permeabilidad entre capas lectoras juveniles y adultas que ya comentábamos cambiará esta situación, a día de hoy el público lector infantil y joven resulta el más esclavo del mercado. El principal motivo es, paradójicamente, su falta de recursos: la mayor parte de los libros que van a parar a niños y adolescentes lo hacen a través de adultos, como regalos. Y esos adultos rara vez se van a romper los cascos más allá de ir a una librería y pedir consejo al librero. En la mayor parte de los casos, pillarán el título que les suene (Harry Potter) o el de la pila más grande o aparente (Harry Potter). Este factor hace que las grandes editoriales se lleven el gato al agua con relativa facilidad.

No es que en sí sea malo, pero sí que es preocupante, como siempre, la escasez de elección, sobre todo cuando tenemos en cuenta que las grandes editoriales suelen ir a tiro seguro. En literatura juvenil e infantil se traduce, como es normal, en franquicias y mucho material importado de Estados Unidos, a ser posible que haya vendido ya varios millones de ejemplares para ponerlo en la portada. Únicamente la savia fresca que entra a través de concursos literarios (como el que valió para descubrir a Laura Gallego, mismamente, o como el Apel•les Mestres, cuya calidad es formidable) rompe un poco la monotonía en la que los autores anglosajones fagocitan a los de casa, condenando a los jóvenes lectores a pasar por traducciones en muchos casos poco afortunadas, con el consiguiente empobrecimiento lingüístico, o a sumirse en refritos de Tolkien o, más recientemente, de mal llamado manga.

En esta situación, las editoriales pequeñas y medianas tienen un papel muy importante que jugar, y que crecerá con el tiempo gracias, precisamente, a Internet. Las redes de aficionados, en las que los lectores jóvenes se están integrando cada vez antes, eluden las grandes campañas publicitarias, como las que se vieron para «El Ejército Negro», de Santiago García-Clairac, y critican, reseñan y recomiendan en función de sus propios criterios, permitiendo que obras de autores desconocidos lleguen a lectores de toda la geografía nacional sin gastos de marketing. Por supuesto, la presión comercial no dejará de llevar la voz cantante, pero las fisuras por las que entrarán nuevos títulos dando variedad a los lectores serán cada vez mayores, quizás apoyadas en las tecnologías de producción bajo demanda.

Impulso creador: nuevos autores muy jóvenes

Internet no solamente servirá para dar a conocer autores poco consagrados, sino también como caldo de cultivo para nuevas generaciones de escritores. Ésta es una realidad que está llamando a nuestra puerta, y a la que las grandes editoriales se están abriendo. Sin irnos muy lejos, tenemos los ejemplos de Isamu Fukui, que publicó War Boys con Timunmas cuando estaba en el instituto, o de Jenny-Mai Nuyen, que con dieciocho años publicó internacionalmente «Niruya, la Corona de los Elfos». Obviamente, la maniobra comercial de presentar jóvenes talentos queda patente (y viene importada, nuevamente, del mercado anglosajón), pero más allá también se percibe un cambio.

Cuando empezábamos con esta pasión en los tiempos de la máquina de escribir, el aprendizaje era muy lento. Casi no había con quien intercambiar ideas, con quien contrastar lo escrito, con quien hacerse acompañar por el duro camino del escritor. Ahora, niños de doce años escriben y reciben opiniones sobre sus textos al día siguiente. A algunos no les servirá de nada, pero por experiencia sé que los que tienen temple alcanzan un oficio impresionante a edades muy tempranas gracias a este apoyo, muchas veces inconsciente. Con dieciocho años, mi compañero Miguel Cisneros Perales lleva ganados varios premios literarios y ha aparecido en varias antologías, y no tiene contactos en el mundo editorial ni forma parte de ninguna campaña de marketing. Las nuevas voces se dejan oír, y es sólo el principio.

Cabría preguntarse por qué esta generación digital sigue interesada en la escritura, cuando todos les imaginamos soñando con el cine y los videojuegos; no en vano, siempre se incide en que son una generación audiovisual. La respuesta es más sencilla de lo que parece: la inmediatez. Cuando alguien siente el impulso narrador puede optar por muchos medios, dentro de sus posibilidades, para darle salida. Del mismo modo que tener una guitarra en casa puede inclinarte hacia la música, todos tenemos un ordenador, o boli y papel, para dar salida a nuestras historias antes de conseguir dominar un complejo procesador gráfico, tener edad para jugar con una cámara digital en condiciones o saber programar un videojuego -una tarea extremadamente compleja-. La diferencia es que, ahora, ese texto que languidecería en un cajón a la espera de ser descubierto por uno mismo diez años después salta directamente a la red al encuentro de otros narradores en la misma situación. No todos ellos darán como resultado grandes escritores, pero sí que cimentan un amor por la narración y por la literatura que sobrepasará su periodo creativo. Y, lo que es más importante, de momento generan un flujo literario importante, del que disfrutar y con el que enriquecerse. Riqueza que nos lleva a otro punto importante en este panorama…

La riqueza de Internet: Los niños hablan cuando mean las gallinas

¿Quién no oyó esta máxima de pequeño, cuando iba al pueblo a ver a los abuelos? Quizás sea la que más obsoleta haya quedado en nuestra cultura. Los niños, ahora, hablan, y no piden permiso a nadie para hacerlo. Como hemos visto, las grandes editoriales han abierto la mano y publican obras de menores de edad. Si no lo hicieran, daría igual: Internet les ha dado un marco donde son señores, y escriben lo que quieren y leen lo que les da la gana.

Sin duda es una situación que les enriquece, y que cambia nuestra realidad, pero que no deja de entrañar muchos riesgos, y no sólo los más obvios. En primer lugar, la convivencia en un foro con un rango de edades desde los doce años hasta los cuarenta y pico no es sencilla. Aporta mucho y fomenta esa permeabilidad de nichos lectores que cambiará, sin duda, nuestra concepción literaria borrando, entre otras cosas, los trasnochados corsés yanquis de «violencia sí, sexo no» que ya no digieren nuestros adolescentes. Los nuevos lectores cazan antes a los personajes planos, son más críticos con las tramas predecibles y son exigentes con la originalidad: es la consecuencia lógica de tener acceso a una mayor variedad lectora a través de los canales paralelos de edición.

La libertad de miras, no obstante, no sólo trae mieles, y ése es un punto en el que editores (o responsables de webs) y educadores tienen que mantenerse atentos. Dejando de lado los peligros sensacionalistas generales, voy a centrarme en los dos que veo más relacionados con la literatura y los jóvenes lectores. El primero, son los cantos de sirena: aunque resulte increíble para los que no estén habituados al medio, ya hay «empresas» que sacan tajada de los sueños de los niños autores. Tengo conocimiento de «editoriales» de autopublicación encubierta que después de convencer a una menor de edad de ser la próxima Laura Gallego le han editado su obra previo pago de 1.500 euros… abonados, cabe suponer, por sus padres.

Más preocupante que la propia compra de vanidad con la connivencia paterna, es el fenómeno que esto puede generar en los jóvenes lectores, conduciéndoles a un ostracismo cultural. Si bien aprender rápido y mucho es bueno, es importante que los adolescentes y niños de hoy en día no pierdan de vista que la literatura tiene horizontes muy amplios, que ni siquiera toda la fantasía pasa por dragones y que hay más libros de los que uno pueda imaginar. Y que, desde luego, por haber escrito un relato o leído diez libros, por buenos que sean, no lo saben ya todo sobre literatura. Criterio, al fin y al cabo, que como siempre es un don que no abunda todo lo que debería.

Un exceso de riqueza y de maniobrabilidad puede desembocar, paradójicamente, en un callejón sin salida. Los adultos responsables tienen que mantenerse atentos, sin alarmismos, a las variaciones de un mundo que, en muchas ocasiones, nos supera. Interesarse por las aficiones de los pequeños suele ser más que suficiente, según mi propia experiencia.

Conclusiones: el futuro de la literatura juvenil / infantil

Con todos estos elementos, creo que es fácil darse cuenta de que no es sencillo jugar a Nostradamus. ¿Cuál es el futuro de la literatura juvenil e infantil? Buena pregunta. La respuesta podría valer millones.

Bromas aparte, hay algunos elementos que tenemos que tener en cuenta. Los niños (y por ende los adolescentes y los jóvenes) de hoy en día tienen horizontes muy amplios por delante. Internet y la nueva concepción del mercado han abierto muchas puertas, y mucha gente les tiene en el punto de mira. Un autor que quiera dedicarse a este género tendrá que vivir en contacto con su realidad, y mantenerse despierto. Esto no quiere decir comportarse como una veleta, sino, con unos buenos cimientos, construir historias que les lleguen, aunque no sean necesariamente actuales.

Al mismo tiempo, responsabilidad de los mismos autores será no dejarse seducir por los atajos que avocan la profesión a hacer refritos de la mitología anglosajona, pasada y presente, plegándose a fórmulas estériles que no traen nada nuevo. La de los editores será apostar por ello, y sin miedo.

En cuanto al formato, la balanza se inclina hacia las franquicias. La curiosidad natural a estas edades hacen que el lector pida algo más que un libro suelto. Quieren referencias, secuelas, narraciones alternativas, trilogías, saber más sobre los personajes, ver imágenes, etc. Cuando lleguen de verdad los libros digitales se impondrán glosarios con hiperenlaces y material audiovisual relacionado, como bandas sonoras y trailers de presentación. Quizás el solitario oficio del escritor deje de ser tan solitario, y acabe conjugándose con el de equipos de ilustradores, programadores y otros especialistas del ocio. Después de todo, el mundo del videojuego está reclutando sin cesar autores para escribir trasfondos, textos dentro de las propias partidas y diálogos creíbles para los personajes; ¿por qué no a la inversa? Si bien en la literatura en general esto puede afectar menos, en la infantil / juvenil me da la impresión de que tendrá más peso.

Al mismo tiempo, los famosos «targets» cada vez quedarán más obsoletos. Enclaustrar a lectores con acceso a fuentes de información tan vastas es una tarea imposible. En contrapartida, editores y grupos literarios (foros, comunidades, etc.) irán ganando peso dirigiendo lectores, dando un nuevo significado al concepto de línea editorial: serán como faros en el mar internáutico.

En definitiva, que el panorama pinta bien, pues las nuevas generaciones tienen acceso a muchos elementos para enriquecer la imaginación, que es uno de los pilares de la literatura, pero, desde luego, no será el que hemos conocido. Está en nuestras manos, al menos parcialmente, encauzarlo en uno u otro sentido.

Juan Ángel Laguna Edroso

(Este artículo fue anteriormente publicado en la revista Criaturas Saturnianas. Juan Ángel Laguna Edroso es autor de la web La Abadía Espectral y trabaja como redactor en OcioZero.com)

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