12 octubre 2010

Retos e interrogantes alrededor del libro electrónico

Por José A. Vázquez

El pasado día 20 de septiembre tuvimos la oportunidad de asistir a la serie de
conferencias y mesas redondas sobre el libro digital organizadas por el FAD a
través de su proyecto Xarxes d´Opinió.

Bajo el título. «La letra digital. Retos e interrogantes alrededor del libro electrónico«, se intentó de nuevo poner un poco más de claridad sobre algunos asuntos clave
del cambio de modelo, como la evolución de los soportes y de los formatos en el
ámbito del libro digital, las nuevas formas de leer y escribir en este nuevo
entorno, ventajas e inconvenientes del cambio digital en el sector y, cómo no,
el problema del DRM, es decir, la posible invasión pirata en las islas
editoriales y la piedra en el camino que supone para el acceso a los libros
digitales por parte de los lectores.

En
este tipo de foros siempre se parte de un esquema para acabar derivando en
otros derroteros, según la mesa, el debate, la participación de los asistentes,
etc. Quizá lo más interesante en esta ocasión es que, al ser un entorno no
específicamente alineado con el sector editorial, los referentes eran otros y
los enfoques algo distintos, al menos en la configuración de las sesiones y sus
invitados. Había, pues, representantes de la producción digital, distribuidores digitales, profesionales de la innovación y
metodologías tecnológicas para el aprendizaje, expertos en TIC, en comunicación
audiovisual, en derechos digitales, además de diseñadores, junto a
bibliotecarios y pequeños editores. Como vemos, algunas presencias también necesarias
y no siempre habituales al hablar del libro digital y sus implicaciones. Hoy el
negocio de la edición, del libro, requiere también la opinión de nuevos agentes
desde una perspectiva verdaderamente digital.

1. Los aparatos y las nubes.
¿Dónde están los libros?

Soportes, formatos y acceso a los contenidos ocuparon
el debate en la primera sesión de las jornadas. La evolución de los ereaders
sigue estando marcada, se quiera o no, por la aparición del iPad y modelos
similares. Conectividad, color y tecnología táctil son los tres vértices del
siguiente paso a dar si se quiere competir con los soportes multifunción. Juan
González, fundador y director de Grammata, reconocía esta tendencia; una
tendencia que están aplicando en la evolución de su propio lector, el Papyre,
con un tamaño mayor para las escuelas. Una vez más, en defensa de los soportes
específicos para la lectura -o ereaders-, se esgrimía  el argumento de las virtudes de la tinta
electrónica frente a la retroiluminación las pantallas de LCD. Cuestión de
hábitos. Es cierto, como apuntaba Juan González, que «el tema de los ereaders
les es molesto a los editores». Quizá porque su capacidad y competencia con
respecto al libro impreso fue el principio de todo: los ebooks habían llegado
para, esta vez sí, que los lectores contaran con ellos. Como señaló Lourdes G.
Morancho, directora ejecutiva de Odilo K, «la
tinta electrónica supuso la verdadera revolución», esto es, el cambio necesario
para que el ebook diera el paso acertado.

Más interesante quizá que el asunto de los
dispositivos -que no deja de ser algo secundario para el editor frente al
verdadero reto, los contenidos digitales (el lector elige el soporte,
sencillamente)- es algo a lo que apuntó el mismo Juan González: «el mercado de
los ebooks se han formado primero por la tecnología, pero luego han sido los
lectores habituales los que han participado y participan de este formato y de
sus cambios». Por tanto, de la aceptación o no por parte de los lectores
depende que el libro digital, un determinado soporte, un formato más que otro,
funcione. Lo cierto es que algunos informes ya apuntan a los «lectores ávidos»
como los mayores consumidores de este formato y sus derivados y, por tanto, es
de suponer que son estos los más críticos con la manera en que está evolucionando
el modelo digital
.

Qué ocurre entonces con los libros, lo verdaderamente importante, lo que
realmente le importa a los lectores. Parece que todos están de acuerdo en que
el PDF, a pesar de que algunas editoriales lo siguen considerando formato de libro
digital, ha dejado de tener validez para la lectura electrónica, digitalmente
hablando. Una tendencia que también tiene sus indicadores: según O´Reilly, el descenso de uso del PDF es considerable, frente al cada vez más aceptado
formato ePub, el más abierto a todo tipo de soportes. El problema, apuntaba
González, es que «cada desarrollador le hace implementaciones diferentes al
ePub y, por tanto, deja de ser un estándar». Cierto, es lo que le ocurre cuando
se le «inyecta» un DRM propio. La realidad es que el libro avanza hacia
formatos cada vez más dinámicos, más flexibles, multimedia. Pero para esto no
están todos los soportes preparados, salvo la web -o nube- y las tabletas. José
María Terre, responsable de negocios de 36L Book,  reconocía que, «en muchos casos, apenas se
había hecho una traslación de formatos», pero el camino que queda es largo. Un
camino que pasa, según vemos, por el libro estrictamente digital, es decir, más
allá del texto. En este sentido, «el papel del diseñador va a ser fundamental
para crear modelos de uso óptimos», afirmaba (y asentimos) Xavier Kirchner, director del
Programa de Innovación en Metodologías para el Aprendizaje y la Enseñanza de Talencia.

Esta transformación del texto no va a ser solamente formal. El libro en
pantalla responde a la lectura en pantalla, es decir, al hábito de leer,
comprender, reflexionar, acceder al conocimiento a través de ésta. Otros son
los modos de leer, otros, posiblemente, serán los de escribir o crear historias.
Esta manera de acceder al conocimiento está transformando la manera de
aprender, de pensar. Un signo de los tiempos. Así lo apuntaba Magda Polo
Pujadas (presidenta
de A-FAD, profesora de proyectos editoriales en el Máster de Edición: Arte y
Negocio de la UAB, en el Máster de Edición de la UAM y en el Máster de Edición
Digital de la UAH
), moderadora del debate, cuando señalaba que «los contenidos, como resulta de
la posmodernidad, conllevan hoy el valor de la fragmentación». Suponemos que la
resolución definitiva de la traza de lo fragmentario iniciada hace algo más de un
siglo y que, en ciertos aspectos, sentencia el formato digital en la práctica.
No sólo como pulsión creativa, sino como respuesta a la manera en que hoy se
accede a la información: eligiendo y compartiendo, con la mirada en un párrafo
y en muchos a la vez. Algunos a esto le llaman distracción, otros, quizá, cambio
de comportamiento lector. Señalaba Polo Pujadas, entonces, como «la letra
digital podía cambiar la relación espacio/tiempo y traer una nueva Ilustración»;
James Bridle, en el reciente TOC de la Feria de Frankfurt apuntaba, de modo
similar, a la restitución del aura benjaminiana con la llegada del ebook y la
posibilidad de compartir y guardar todo aquello que señalemos y marquemos en un
libro, como una gran enciclopedia de las lecturas existentes y posibles.

Todo lo cual, se
insiste, nos lleva a la configuración de un nuevo tipo de libro (si se le quiere
seguir llamando o no libro es otra cuestión) algo más dinámico, multimedia,
etc., para la cual se requiere poner atención en los nuevos hábitos de lectura.
Dicho con las palabras de un diseñador como Xavier Kirchner, «no se trata de
cambiar el soporte sino el modo de uso de los libros». En esto, con unanimidad,
tendrán la palabra los niños y su modo de aprendizaje en las escuelas. De su
adaptación dependerá el éxito del nuevo modelo. Es cierto, como afirmaba
Lourdes G. Morancho, que «hay un determinado tipo de lector que todavía se
siente incómodo con las tecnologías». Por eso la respuesta está en los jóvenes
y también, añadimos, en crear verdaderos contenidos educativos de calidad
basados principalmente en la función de éstos, y no sólo en ser atractivos
multimedia. Como sea, se concluye, el libro, en cualquiera de sus géneros, va a
sobrevivir, bien de manera tradicional (texto plano digitalizado), bien
adaptado a los nuevos soportes. Eso sí, según los diseñadores en la sala,
todavía queda camino para que el ebook sea todo lo manejable y fluido que se
desea. Los nuevos tipógrafos hablan, y hay que escucharles.

2. El libro
pervive y el lector decide

Sobre cómo
leeremos y el futuro de la escritura versaba la segunda mesa del día. Algunos,
hemos visto, se adelantaron a estas cuestiones en la mesa anterior. El «libro
-sentenciaba nada más comenzar para abrir paso Román Gubern (doctor en Derecho
y catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de
Barcelona. Autor del libro Metamorfosis de la lectura)- es cualquier texto disponible, en el
soporte que sea». Para los más susceptibles con el tema del ebook, recordó cómo
bibliófilos y eruditos de la recién estrenada era Gutenberg rechazaban los
libros impresos porque consideraban que «esos» no eran libros frente a sus codiciados
y queridos manuscritos. Lo digital conlleva nuevos canales, estrechamente
vinculados a Internet y los nuevos hábitos de lectura y acceso al conocimiento.
Se llama la atención -el propio Gubern lo hace en esta ocasión- sobre los
peligros de la legitimidad de los contenidos y su escala diferenciadora: «contenidos
de pago (y de calidad) para las élites versus contenidos generados por
usuarios y gratis, de menos fiabilidad (ejemplo, Wikipedia), para los plebeyos«.
Debate constante desde la perspectiva del Digital Humanism que daría para
muchas jornadas como éstas.

Parece que el libro impreso, con su naturaleza material (libro objeto),
es cada vez más objeto de fetichismo; el libro digital se mueve en otro ámbito,
el de la red (libro contenido), donde valores de siempre irán perdiendo fuerza;
como las librerías, parece que se quiere sugerir. Amazon ya vende más libros
digitales que en formato de tapa dura. Las ventas de ebooks suponen, en Estados
Unidos, un 5% del total de libros. Son cifras que se suelen utilizar para
defender argumentos a favor o en contra. Lo cierto es que, con más o menos
rapidez, el formato digital asciende por días. Así, pues, entre todo este
marasmo en la red, el usuario (¿los
plebeyos?) cada vez va a tener más importancia a la hora de decidir qué
libro o que sistema de lectura en pantallas elige, es la conclusión en la que
coinciden todos en la mesa, encabezando estas afirmaciones Rosa Llop y Santiago
Eximeno, diseñadora e investigadora TIC y escritor y responsable de Ediciones
Efímeras
, respectivamente. Internet es el hábitat del usuario y nuevo lector,
donde sabe moverse, y van a tener que ser las editoriales las que luchen por
estar visibles y ofrecer contenidos de calidad. Ya no se van a repetir fracasos
anteriores, como el caso de Encarta (la malograda enciclopedia
multimedia de Microsoft) que apuntó Álvaro Sobrino, presidente de ADG-FAD y
director del magazine Visual.

La red, afirmó
Gubern, al menos ha traído a la luz nuevos nichos de mercado, intersticios  que en el mundo analógico eran muy underground, alternativos o
sencillamente demasiado especializados como para tener visibilidad. El mundo se
ha abierto y el lector o usuario elige lo que quiere ver o leer. «Las otras
culturas no generalistas han rentabilizado su existencia gracias a Internet»,
concluye Gubern. En este caso, se pregunta Rosa Llop, ¿qué puede hacer el
librero, dónde queda su labor? Seguir recomendado -se contesta- a través de la
web social, en el medio en que se mueve el lector. Demasiada oferta, demasiadas
webs para la competencia, es decir, para la visibilidad. Parece que, poco a
poco, según avancen los años, el librero se irá apagando, como el debate. Queda
alguna pregunta en el aire sobre si se leerá más y cuál será la calidad de lo
que se lee. Es posible que se lea más -parece que algunos indicadores señalan
esta tendencia, al menos en el ámbito digital- y, sobre la calidad, como
siempre, dependerá de los escritores, los creadores. Lo digital no quita lo
valiente.

3. El editor
digitalizado. Quién lo digitalizará.

La tercera mesa,
pros y contras de la edición digital, o cómo tratar de hacerlo lo mejor
posible, se adentró en cuestiones más técnicas y, por tanto, más necesarias para
dar a conocer a los editores: el editor, es decir, el proveedor y gestor de contenidos,
no el responsable de los aparatos, como recalcamos a propósito de la primera
mesa. Silvano Gozzer, editor en Santillana y coautor, junto a Alberto Vicente,
de la web Anatomía de la Edición, lo deja bien claro: al editor no le debe preocupar tal o cual dispositivo, el
editor debe preocuparse de lo que va a llegar a los lectores. Según Gozzer, «la
transformación requiere aprendizaje por parte de los editores»; inversión, por
parte de las editoriales, y experimentación, por parte de todos. Se agradece
que un editor hable de costes y riesgos. En las jornadas de Publidisa (2009),
cuando se recomendaba a los editores experimentar porque no existe un camino
único de la edición digital, las caras de los editores no reflejaban tanta
predisposición. Algo está cambiando.

Y cambia el tipo
de lector, el tipo de libro, y el tipo de modelo. «Si existen intermediadores,
deben aportar algún valor en la cadena», valiente propuesta de Gozzer, que
encaja con la idea de que el comercio online conlleva saltos de eslabón,
irremediablemente. Hay que repensar el modelo en todas sus consecuencias: DRM, diseño legible,
formato matriz flexible (XML), etc. La inversión, al menos en el caso de las
editoriales grandes, no debería detenerse, entonces, en la transformación del
modelo, sino también en proyectos i+D, una sorprendente falta de iniciativa en
este sentido sobre la que llamaba la atención Javier Celaya, socio fundador de
Dosdoce.com: «la
consecuencia de esto es invertir en contenidos poco consumibles en la web». Una
vez más -ahora en esta mesa- se insiste en la importancia del diseño el las
nuevas habilidades del libro digital. Y la importancia de que el editor se
entienda con el diseñador y entienda, al menos sepa entender, el lenguaje y fundamentos
del ebook. Enric Jardí, diseñador y vocal de la junta del FAD, incidía: «el
diseñador debe presionar al editor para que el ebook llegue al lector bien
maquetado y producido». Lo cierto, pensamos, es que esta presión, bien tratada,
debe ser mutua. Cuando el editor de libros digitales conoce bien las
herramientas y las posibilidades del resultado final del libro, puede sentirse
con la seguridad de pedir o exigir, como ha hecho siempre, un libro limpio y
perfecto para que llegue a los lectores.

Las reticencias
llegan, con cierta lógica, por la incertidumbre del qué será del libro digital.
Hasta ahora el editor, la editorial, conocía su terreno y se relacionaba con
toda la cadena de producción del libro de la misma manera, en términos
generales. Ahora es posible que existan demasiados elementos nuevos, pero estar
parados, a la expectativa, no favorece siempre y en todos los casos el negocio.
En resumen, y retomando las palabras de Chema García, de Publidisa, hay que
actuar. Y tratar de mirar más allá del día a día, saber y conocer las
tendencias, estudiar y analizar las previsiones que llegan desde los distintos
observatorios de la industria, a veces tan criticados, pero, como dijo Javier
Celaya, necesarios, al menos, para empezar a trabajar. Se sabe que existe
demanda, que determinadas editoriales conocen muy bien el lector al que se
dirigen (el ejemplo de Gozzer es el de la editorial O´Reilly); al menos se puede empezar a digitalizar
los fondos en archivos que sean reutilizables en un futuro, coincidieron Gozzer
e Ignacio Latasa, director de Leer-e. En resumen, que ya no caben más excusas.

4. Derecho al
acceso o acceso al derecho.

La cuestión del
DRM parece tener que ocupar un lugar privilegiado en todos estos foros. Junto a
la ya clásica paradoja del miedo a la piratería cuando se argumenta que apenas
hay lectores digitales. Seguramente sabiendo que, en el fondo, cada vez hay
más demanda de ebooks. Lo cierto es que la gestión de los derechos digitales
sigue provocando un desencuentro
importante entre editor y lector
. Los límites legales de defender la obra chocan con los límites legales de
hacer uso legítimo de la misma. Pascual Barberán, abogado experto en derechos
digitales y profesor en el Máster de edición digital de la Universidad de
Alcalá de Henares, llamó la atención sobre un hecho algunas veces denunciado: «el
DRM es intrusivo tanto en la propiedad como en la privacidad del lector». Se
están buscando nuevas fórmulas más sociales o menos agresivas -o acusatorias de
presunción, diríamos-, y parece ser que
modelos como los del libro en la nube o acceso a los libros a través de
la web son más favorables y oportunos en el nuevo modelo de acceso a la
lectura; se trata de las licencias de uso, donde el titular tiene una cuenta
mediante la cual acceder a su biblioteca o a determinado libro. Es decir, un
sistema de autentificación. En este punto, Luis Fernando Ramos, decano de la
Facultad de Documentación de la UCM, lo quiso dejar claro ante los editores y
la audiencia: «se está en contra de los DRM anticopia (los que tratan al
consumidor como un presunto pirata o pirata en potencia), no del DRM de
autentificación». Como era de suponer, Patricia Riera, responsable de la
delegación de CEDRO en Barcelona, justificó el uso del DRM como única arma,
hasta ahora, de asegurar un margen de seguridad frente a las copias ilegales,
aunque reconoció que es cierto el problema que plantea el DRM con respecto a los
límites legales del contenido. Se requieren cambios urgentes para gestionar los
nuevos modelos de autoría y de propiedad intelectual, todavía, como recordó
bien Barberán, de la época de la imprenta.

Si bien el libro
en la nube sortea tales problemas, plantea otros nuevos, también en relación a
la propiedad y el acceso a los libros. Mina Jassans, de Alfadígits,
bibliotecaria, llamó la atención sobre este hecho y la «necesidad de poder
tener siempre acceso a los archivos propios», poder tener una copia siempre de
la biblioteca personal. Se trata de asegurarse de que los ficheros perduren,
que cuando el lector compre un libro se explique bien si ese ebook se va
atener siempre en propiedad o sólo como usuario con derecho a acceso, al menos,
recalcaba Jassans, que con dicha información -en ocasiones tan mal explicada- «se
pueda tener la opción de escoger». Esto es aplicable tanto en lo referente al
uso particular como en el ámbito bibliotecario, donde el DRM plantea problemas
no menos graves en la gestión de los contenidos y su función básica de acceso a
los mismos.

El problema de
la privacidad, de los derechos del lector y el acceso y uso de sus libros electrónicos son cuestiones a las que se les
debe prestar mucha más atención de la que se los está prestando o, al menos,
dirigir el enfoque a lo que el lector quiere y necesita y no tanto a si el
mismo lector tiene aspecto de pirata por, paradójicamente, comprar libros
digitales. Al hilo de unas palabras de Mila Jassans fuera de mesa, la falta de
seguridad que suscita la preservación de los libros, la invalidez de formatos
estándar por cambios, presiones o intereses ajenos a los del lector, pueden
hacer que los lectores, incómodos y desconfiados, vuelvan a la seguridad material
del libro impreso o del sencillo PDF. Entonces no habrá merecido la pena tanto
foro ni tanto (o tan poco, según los casos) camino hecho.

***

A modo de resumen,
con una perspectiva general y muy escuetamente, se puede decir que quedan
patentes ciertos aspectos de la edición digital, entre otros muchos por abordar.
Primero, que la labor del editor va a ser aún más necesaria de lo que ha sido
siempre, pero a la vez requiere esfuerzo y aprendizaje. Muchas editoriales
pequeñas o independientes consideran que éste es un terreno bien al que no
pueden acceder o bien un campo o formato que no entienden como suyo; de su
falta de prejuicios y puesta en marcha dependerá en un futuro su pervivencia:
la mejor manera de defender a sus autores y títulos tan personales es no dejar
que sean otros quienes los lleven al lector digital. Segundo, que poco a poco
se comienza a entender que el libro digital es algo más allá del libro impreso,
y ya se comienza a trabajar en este sentido (véase el caso de Enhanced Editions, a cuyo fundador tendremos la ocasión de ver en las jornadas de ANELE), estrechamente vinculado a la web y la lectura en pantallas, y que -tercero-
los dispositivos van a tener que adaptarse a estas nuevas tendencias creativas
y de hábitos de lectura. Y cuarto, si bien las editoriales luchan por proteger
los derechos de sus obras y de sus autores, los lectores no deben quedarse
atrás por defender el derecho a gestionar su biblioteca: adaptarse al libro
digital y su propia naturaleza inmaterial no significa dar por perdida la
noción de libro propio.

 

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