05 agosto 2006

Cultura y mercado

El nivel cultural de nuestro país es muy bajo. Estamos inmersos en una cultura de masas que gira, casi exclusivamente, alrededor del ocio y el entretenimiento. ¿Es el mercado, y su famosa globalización, el culpable de esta situación o tiene también el consumidor parte de culpa? Ambas partes son responsables. En una economía de mercado, los consumidores, manipulados o no, tienen en sus manos la última decisión sobre lo que consumen. No obstante, las empresas de la industria cultural española tienen también que asumir una mayor responsabilidad social sobre la oferta cultural existente en nuestro país.

Al igual que en otros sectores de la economía, la globalización de los mercados ha transformado el mundo de la cultura. Hace unas pocas décadas, tener un coche era un privilegio al que sólo podían acceder unos pocos. Hoy en día, los coches, la ropa, los muebles, las casas y hasta los viajes se fabrican en serie. No hay duda de que todos estos productos han perdido su antiguo glamour y exclusividad, y hasta puede que algo de calidad, pero lo positivo es que más gente puede acceder a ellos. Esta nueva sociedad del consumo permite que mucha más gente tenga la posibilidad de disfrutar de todos estos productos de una forma asequible.

Lo mismo ocurre con la cultura. Hace unas décadas, la cultura era una exquisitez apreciada por unos pocos privilegiados, mientras que hoy en día la cultura de toda la vida, junto con la de masas, constituyen  una de las principales industrias de la economía mundial. En principio, este proceso de democratización de la cultura no es malo, si se logra mantener unos altos niveles de calidad y de diversidad cultural, algo que desgraciadamente no está ocurriendo. ¿Debemos dejarlo todo en manos del mercado o deberíamos introducir medidas correctoras para elevar el nivel cultural en nuestro país?

Nos encontramos ante un cambio de civilización donde la industria cultural jugará un papel clave en la sociedad del conocimiento del siglo XXI. Muchos pensadores opinan que sólo aquellas sociedades abiertas, activas e innovadoras, en otras palabras, que tengan una gran diversidad cultural, serán las que sobrevivan. Hay que tener en cuenta que la industria cultural empieza a ser importante en la economía mundial; el 11% del PIB mundial se genera a través de la industria cultural. España ocupa el sexto lugar en ese ranking mundial de industrias culturales; por tanto, nuestro futuro económico y político en el mundo depende en gran medida de lo que España sea capaz de hacer en este campo.

El despegue económico de España desde los ochenta no puede entenderse sin el papel de la industria cultural. Los gobiernos centrales y autonómicos, los ayuntamientos y empresas se han dado cuenta de que la cultura vende, crea miles de empleos y atrae importantes fuentes de ingresos. En este caso no es de extrañar la fuerte apuesta realizada por algunas ciudades como Barcelona, Bilbao y Madrid por obtener un posicionamiento cultural en el mundo y que ha transformado la vida cultural en España. En ningún otro momento de nuestra historia hemos tenido tanta gente visitando exposiciones, cada año se construyen nuevos centros culturales en casi todas las capitales de provincia, se organizan más cursos y festivales de verano que nunca, las empresas dedican cada año más dinero a sus actividades de mecenazgo cultural y acción social, etc.

Todo esto es positivo desde un punto de vista económico y social, pero desgraciadamente la industria cultural que está triunfando en España es aquella que enfoca su oferta con más tintes de diversión y ocio que de contenido. A lo largo de los últimos años se ha creado un público que está tensionando a la baja nuestro sistema cultural y educativo. ¿Por qué se habla de nuevos museos y exposiciones cuando realmente se están ejecutando meras estrategias de turismo cultural?

Es bueno que la cultura esté al alcance de todos, pero muchos de los centros culturales que se están construyendo son como centros comerciales donde la gente va a pasar el día a consumir cultura. ¿Por qué tiene tanta importancia el número de visitantes a un museo y se habla o cuestiona tan poco sobre su contenido? Porque hoy en día la cultura necesita clientes. Allí consumen productos culturales más bien banales, donde el único criterio que impera es que ofrezca un contenido divertido, mientras que la búsqueda del conocimiento por el conocimiento ya no existe. Estamos creando una sociedad a quien cuesta leer y escribir, mientras que tiene una capacidad excepcional para retener imágenes de televisión.

Tras estos primeros años de excesos culturales: excesos de producción editorial, exceso de autores-marca, excesos de creación de museos y centros culturales, aparición de libros basura así como de televisión basura, exceso de premios literarios y festivales de verano…, debemos ahora aprovechar el hecho de que la cultura se haya convertido en una actividad interesante para el mercado, y más importante aún, para muchas personas, para hacer de esta actividad  una verdadera industria seria y de calidad.

Pero, ¡basta ya de criticar al mercado y su odiosa globalización!. No estoy abogando por dejar que la cultura se regule únicamente por las leyes del mercado. Creo que debemos incorporar medidas como la "excepción cultural", con el fin de corregir los defectos y abusos que generan las leyes del mercado y así proteger la diversidad cultural en nuestro país. Pero a la vez que introducimos estas medidas correctoras en el mercado, todos los que forman parte de esta industria (desde los libreros de barrio, pasando por editores de libros y revistas culturales, los productores de programas de televisión y radio, los gestores de museos y centros culturales, etc.) deberían asumir una mayor responsabilidad sobre la oferta que cada uno de ellos pone en el mercado.

Con la excusa de que el consumidor tiene la última palabra, y por tanto tienen que ofrecer de todo porque el mercado es el mercado, pocos se "mojan":

  • La mayoría de los libreros se han vuelto demasiado complacientes ante el mercado. Pocas librerías rechazan los libros basura que les envían algunas editoriales. Cuando voy al mercado, mi pescadero sólo me ofrece lo mejor que tiene ese día, incluso cierra los lunes porque no hay pescado fresco; en cambio, nos encontramos con cantidad de libreros a quienes da igual ofrecer y vender un libro basura que intentar recomendar un poco de buena literatura.
     
  • Las revistas culturales deberían jugar un papel mucho más dinámico de lo que indican sus cifras de tirada o su peso económico. En muchas de ellas vemos que se huye de la crítica negativa, convirtiéndose en meros comentaristas de la actualidad. También en muchas se detecta un juego dudoso de cánones y amistades peligrosas, de compromisos e intereses editoriales.
     
  • Muchos centros culturales no cumplen con su supuesta función pedagógica, y sólo apuestan por lo seguro. No se atreven a dar a conocer la obra de los nuevos creadores por miedo al rechazo del mercado. Es de alabar la labor pedagógica que está realizando La Casa Encendida, en Madrid y el CCCB de Barcelona, dos buenos ejemplos de centros que verdaderamente apuestan y arriesgan.
     
  • Las secciones de cultura de los principales medios de comunicación son bastante responsables del estado actual de la cultura en este país. Desde mi punto de vista, deberían agitar más el mercado, diferenciando lo bueno de lo malo.
     
  • Hay demasiadas editoriales que fabrican productos en vez de libros y autores-marcas en vez de buenos escritores. Desgraciadamente,  varios autores han entrado en este juego y se han convertido en marcas comerciales de estas editoriales.

Los profesionales de la cultura tenemos también parte de culpa sobre el estado actual de la cultura en nuestro país. Con la excusa de que el mercado arrasa con todo, pocos se han esforzado a la hora de fomentar la demanda e incrementar su nivel de criterio. Parece como si no quisiéramos tener consumidores de cultura con capacidad de sentido crítico, con más gusto y con más criterio.

Texto: Javier Celaya

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