23 abril 2007

Escenas de la vida burguesa

Marzo de 1919. Joseph Roth (Brody, Ucrania, 1894) llega a Viena ataviado con el uniforme de soldado del imperio austrohúngaro, un ejército que acaba de perder la guerra y cuyo país se desintegrará en un crisol de nuevas naciones. Atrás deja su Brody natal, territorio que vive las tensiones fronterizas entre polacos y ucranianos. Bebe en exceso, vive de prestado en casa de un familiar y entra a trabajar en una revista que acaba de salir a la calle: Der Neue Tag.

En aquel clima comenzaría a bosquejar los dos relatos inacabados que acaba de publicar, en una esmerada edición, Siglo XXI de España Editores. Ambos textos corresponden a parte de los manuscritos encontrados en la editorial Kiepenheuer de Berlín nada menos que cuarenta años después de su muerte. Entre ellos, sus novelas publicadas entre 1924 y 1928.

Perlefter y Fresas están fechados en 1929. A tenor de cómo están escritos, y con su estructura inacabada, es muy probable que fueran borradores sobre los que Roth planeaba volver en un futuro, y que había decidido aplazar por otros encargos y proyectos más urgentes. Cuando abandonó Berlín en 1930, dejó atrás estos manuscritos, como si decidiera dejarlos reposar hasta su vuelta. Pero la llegada de los nazis al poder en 1933 truncaría su regreso y se quedó en el exilio. Su muerte en París, el 27 de mayo de 1939, dejaría estas obras tal y como las conocemos hoy.

El libro cuenta con una interesante introducción de Roberto Bravo de la Varga, que ayuda a situar el contexto en el que Joseph Roth crea estas ficciones. Si bien la descripción de cada uno de los relatos adelanta demasiada información sobre lo que el lector debe descubrir por sí mismo en su lectura, el primer apartado sitúa muy bien la época y el choque que, para los judíos del Este de Europa, supuso la modernidad iconoclasta de la Viena de entreguerras.

En este ámbito podemos adivinar la aguda experiencia personal de un Roth recién aterrizado en Viena mientras observamos el retrato costumbrista de los personajes de Perlefter y Fresas. La acción transcurre fulgurante, en un cuadro de pinceladas cortas, pero precisas. Hay en la escritura de Roth una influencia decisiva del periodismo, aunque no debemos sacar conclusiones rápidas de estos relatos. Lo admirable de ellos es que, siendo apuntes literarios en un estado avanzado de elaboración, no están terminados, y por esa razón se alejan de la forma estilística de su obra maestra La marcha Radeztky (1932) o de El busto del emperador (1935) o La cripta de los capuchinos (1938).

La materia observada, la atmósfera de estos relatos —sobre todo del primero— recuerdan a Desorden y dolor precoz, escrito por Thomas Mann y publicado por la revista Die Neue Rundschau en 1926. El escritor alemán decidió utilizar elementos de su vida cotidiana, de su familia, para trazar un retrato de la evolución de la sociedad de entreguerras. Hasta tal punto lo utilizó que uno de sus hijos, el también escritor Klaus Mann, escribiría otro relato a modo de “réplica”. Sin embargo, mas allá de la anécdota familiar, Thomas Mann se dio cuenta cómo la crisis de identidad europea vivida en esos años se colaba en las casas e impregnaba los actos de sus hijos, su mujer, sus amigos y sus visitas.

No hacía falta escribir en abstracto y hacer un análisis social de aquel momento. Bastaba con mirar dentro de cada uno de sus protagonistas. Así, las huellas de aquella larga posguerra las podemos encontrar en la cocina, en las conversaciones del salón, en la charla informal de sobremesa. Joseph Roth hace lo mismo con sus personajes. Nos los presenta en su vida cotidiana, a través de sus observaciones llenas de ironía. Desde la Viena burguesa de Perlefter hasta la pequeña ciudad idealizada del este europeo de Fresas. En ellas adivinamos la crisis del presente y la añoranza del pasado.

En definitiva, un libro imprescindible para los incondicionales de Joseph Roth, que en nuestro país goza de gran actualidad, debido a la gran cantidad de nuevas traducciones de sus obras que han aparecido en los últimos años. Ojalá continúe. Sin duda, nos encontramos ante uno de los grandes escritores europeos del pasado siglo.

Texto: Felipe Santos, colaborador de la Revista Dosdoce y autor del blog Diplomacia Pública

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