25 octubre 2010

Mahagonny era ayer

Telediario del 7 de octubre de 2010, en mitad de las representaciones de la ópera Rise and Fall of the city of Mahagonny en el Teatro Real. La ruptura de una presa que contenía residuos de aluminio en Hungría se ha convertido en una ola de barro rojo que arrasa con todo a su paso hasta encontrar reposo en un río próximo. Hay cuatro personas desaparecidas, disueltas para siempre en ese fango corrosivo. Ahora marcha aguas abajo camino del Danubio, donde ya se han detectado las primeras alteraciones en la alcalinidad del agua. En otra noticia, se ve cómo Pekín ha amanecido sumergido en una intensa niebla de color marrón. La contaminación de las industrias próximas a la capital china se condensa cuando el viento apenas sopla y las temperaturas se mantienen altas. Hoy, el índice ha llegado hasta el 500. A partir de 200, hay personas que ya no salen a la calle por problemas respiratorios. Los médicos consideran que se está en riesgo de contraer alguna dolencia a partir de 50. Mientras estas noticias salen al aire, en el Teatro Real de Madrid un coro canta: “No necesitamos huracanes, no necesitamos tifones. Todo lo terrible que producen, podemos también hacerlo nosotros”.

No resulta muy difícil comprender por qué el escenario de esta producción está ocupado por montañas de basura. Cuando se evoca hoy la ópera de Kurt Weill, escrita por Bertolt Brecht, acerca de esa ciudad virtual, asentada sobre la codicia de sus pobladores, es complicado resistirse a idear una escena alegórica y simbolista de un progreso construido sobre la base inestable de un montón de escombros y desechos. Alex Ollé y Carlus Padrissa se inspiraron para ello en un viaje a Shanghai, una de las ciudades representativas del despertar económico chino. En sus barrios deambulan personas que, en silencio, rebuscan en la basura para encontrar algo con que sobrevivir. La historia de Mahagonny es recurrente y circular. Jennys y Jimmys se suceden sin fin desde 1930. La ópera llegará a Berlín en diciembre del año siguiente. Para entonces, Alemania ya había superado los cuatro millones y medio de desempleados y en la calle comenzaba a bullir la irracionalidad que causa la desesperación.

Sobre un vertedero se construye una ciudad recubierta de césped. “Es más fácil sacar oro a los hombres que a los ríos” dice la viuda Begbick, una de las fundadoras de la ciudad. Jimmy y sus amigos, leñadores en Alaska que han hecho dinero rápido, llegan con ganas de esparcimiento. Todos los placeres están al alcance de la mano. La Mahagonny de la Fura dels Baus es un rebaño de potentados consumidores que se mueve sobre el escenario de aquí para allá, sostenida por el trabajo subterráneo de seres vestidos de un marrón que los vuelve transparentes. Estos personajes anónimos no aparecen en el original de Brecht, sino que son fruto de la imaginación de la Fura, muy en la línea de montajes anteriores, como aquel oro de hechuras humanas que desata el desorden al final del Rheingold dirigido por Padrissa en Valencia. Sólo se muestran felices cuando se anuncia un huracán que amenaza con hacer pedazos la ciudad. Al menos entonces fueron un poco libres, aun cuando aquella libertad desembocara en el pillaje y el caos. Cuando el desastre pasa de largo, los sin nombre comprenden de inmediato que todo vuelve a ser como antes. ¿No están contentos por haber salvado la vida? Quizá aquella vida no podía considerarse como tal. “¿Puedes asegurar que ya no estamos en el infierno?” se dice al final de la ópera. La gran metáfora de Mahagonny reside en la promesa de una vida eterna, sin preocupaciones aparentes, donde “todo puede hacerse” a cambio de un puñado de billetes. Una sátira descarnada de un mundo que, en esencia, no parece haber cambiado tanto.

Alabama Song aparece al comienzo como una bocanada de aire fresco. Lentamente, va impregnando la partitura de la obra como una canción liberadora, una especie de Internacional para las prostitutas de Mahagonny. Es el contrapunto humano a una ciudad deshumanizada y artificial. La primera vez que la oímos suena extraña y familiar a la vez, cantada con gran gusto musical por Measha Brueggergosman. Cuánta música tiene esta ópera que con frecuencia se identifica con un simple music-hall, pero que discurre con fuerza inusitada por las manos de Pablo Heras-Casado. Christopher Ventris convenció más en el papel de Jimmy que Michael König, y John Easterlin dio muestra de sus grandes dotes teatrales. Jane Henschel fue una Begbick despiadada y de la gran presencia escénica de Willard White se echó de menos que se impusiera de la misma forma con su voz y sus gestos.

La parte más complicada vino al final. Las dieciocho pancartas que consignó Brecht que debían ser exhibidas al final de la ópera estuvieron a punto de causar un colapso escénico. En principio, según el original, debían estar divididas en grupos y aparecer enfrentadas, pero salieron sin mucho orden hasta terminar todas en escena sin que el público consiguiera entender en qué consistía todo aquel atasco. “Nadie puede hacer nada por nadie”, vocifera el coro. Al final, todo en esta ópera resulta demasiado humano y reconocible. Lo verdaderamente doloroso de Mahagonny es darse cuenta cualquier día, mientras vemos las noticias o conversamos con alguien, que todo nos recuerda bastante a ella.

Rise and Fall of the city of Mahagonny. Música de Kurt Weill. Libreto de Bertolt Brecht. Int.: Measha Brueggergosman/Elzbieta Szmytka, Michael König/Christopher Ventris, Jane Henschel, Donald Kaasch, Willard White, John Easterlin, Otto Katzameier, Steven Humes. Dir. esc.: Alex Ollé, Carlus Padrissa (La Fura dels Baus). Orquesta y Coro del Teatro Real. Dir. mús.: Pablo Heras-Casado. Nueva producción del Teatro Real. Madrid, 5.10.10 y 9.10.10.

Foto: Javier del Real

Texto: Felipe Santos

1 Response

  1. Pingback : Mahagonny era ayer « El último remolino

Leave a Reply