16 mayo 2006

La invasión en los kioscos

Llegan puntualmente cada enero… llegan justo a tiempo de presenciar el agujero de nuestros bolsillos vacíos producido por los excesos de las vacaciones y los gastos extraordinarios de la navidad… llegan, simplemente, para indicarnos que el mundo sigue su curso, que nada ha cambiado, y que todo está en orden, que vuelve el orden… la repetición y clasificación de todos los hechos y objetos…

Es la invasión del quiosco o puesto de prensa por parte de  grandes cartones intentándonos seducir con la promesa de un mundo mejor… Entre latas en forma de trenes, juguetes antiguos, botes para la cocina y las especias; maderas cortadas para hacer aviones, cajitas, casas de muñecas, muebles en miniatura;  tacitas, soperas, dedales de porcelana; cucharas de plata; estilográficas, sellos de correo; piedras y minerales; películas de terror, de acción, de efectos especiales en video y/o dvd; música de jazz, de flamenco, clásica, pop, cursos para aprender inglés o ruso o cómo se arregla una cisterna…. se debaten intentando respirar, intentando que nos fijemos en ellos, nuestros amados libros.

Es la cultura degradada a mercancía de quiosco… el mejor bien del hombre reducido a mero producto de consumo de temporada (como los bikinis o los calcetines de lana) son los libros del barato-barato de bazar de barrio a todo a cien -debidamente diseñados para que luzcan en las estanterías de la amable clase media de nuestra civilización y para que, al mismo tiempo,  engañen  a las visitas con su presencia, con la apariencia de una familia feliz y leída-

A un precio hasta casi cinco veces inferior al de las librerías te llevas un clásico de la literatura o de la filosofía o un best-seller o una novela romántica o de aventuras… con una llamativa encuadernación en tapas duras (mis queridos lectores nunca confundirán, tal como nos quieren hacer creer, esa vestimenta con una encuadernación de lujo, sabiendo como sabe que, en esto de los libros, la alta costura tiene que  ser papel de buena calidad cosido al hilo –y no papel higiénico encuadernado a la americana-  y, por lo menos, revestido con una buena piel o tela o, si quieren ir por nota, cualquier libro salido del espíritu de un artista) Con esto supuestamente se consigue que el lector pueda acceder a las obras a un precio módico y, de camino, hacerle más difícil, si cabe, la vida a ese especie en vías de extinción llamado librero tradicional que se preguntará cada mañana, al hojear las novedades en el quiosco, qué es lo que pretenden las grandes editoriales… porque muchas de esas irresistibles super-ofertas son lanzadas por las mismas casas que editan el/los autor/es que se ofrecen a precio de saldo… Se dirá nuestro librero en voz baja, como en un susurro pecaminoso, que si los libros pueden estar a ese precio en el quiosco, también podrían estar en las librerías y de paso… ayudar a los lectores consagrados a leer más y al que no lee a introducirse en este mundo mágico que todos nosotros conocemos… que el mismo dinero que se gasta en la publicidad de las ofertas de lanzamiento podría invertirse en convencer al personal de que las librerías no son lugares de perdición (bueno… bueno… ya sé que alguno de ustedes piensan que sí… pero perdición de verdad… de esa que ya no puedes volverte atrás, una vez que ha saboreado los encantos que se ofrecen), se hará estas y muchas más preguntas a las cuales no acierte a dar una respuesta.

Y junto a los libros “encartonados”, el lector ávido también encontrará que la nueva temporada de otoño de los diarios locales o nacionales vienen también con nuevas propuestas para vestir nuestra casa. Lo mismo de lo anterior, pero aún más barato, tirado de precio… o… regalado… libros del grupo editorial al que pertenece el periódico en cuestión, debidamente subvencionados, harán las delicias de todo aquel que tenga un hueco que rellenar en las estanterías del salón, porque… ¡ay!… aquí está lo doloroso… la mayoría de los compradores de estos libros (siempre hay una honrosa excepción que hace muy bien en ir en su propio beneficio y aprovecharse de los precios) no los adquiere para leerlos e ir, así, convirtiéndose poco a poco en una persona mejor sino que el objetivo final de estos ejemplares es la simple y llana exhibición de  falsa cultura postiza, porque para el lector compulsivo y voraz seguir una de estas colecciones es muy, muy difícil –a lo único que puede aspirar es a comprar títulos sueltos- ya que la mayoría de los libros de calidad –de los otros ni hablamos- que se ofrecen forman desde hace mucho tiempo parte de su patrimonio espiritual.

Este invierno tomé la firme resolución de no quejarme tanto –me está empezando a parecer la cosa poco elegante- así que, queridos lectores, no tengan reparos en realizar su aprovisionamiento de libros en su quiosco habitual pero, al mismo tiempo, sean conscientes que con ese gesto tonto y liviano se va dando un empujón más hacia la muerte definitiva de la librería con librero que sabe lo que vende.  El lector, el que compra, no tiene, ni mucho menos, la culpa de todo esto y habría que preguntarles a los fabricantes y los mercaderes de los todopoderosos grupos editoriales y de comunicación que es lo que pretenden con esta estrategia. Sospecho que, simplemente, atender a sus intereses económicos más inmediatos y de paso eliminar lo que de enriquecedor tiene cualquier libro y  la diversidad mental que propicia el encuentro casual con un título en concreto.

Texto: Candela Vizcaíno
candelavizcaino@yahoo.es

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