16 noviembre 2007

De oro mínimo

Levantó el telón de esta temporada el Teatro Real con una ópera de concepto eminentemente psicológico y simbólico, donde la escena sugiere más que muestra. No es una ópera fácil la de Modest Mussorgsky (1839-1881). Escrita sobre el drama de Pushkin, Boris Godunov fue compuesta en 1831, pero fue censurada hasta 1870. La versión que pudimos ver en el Real es una fusión de las de 1869 y 1872, revisada por Pavel Lamm en 1928, que conserva buena parte de la orquestación originaria, ésa que luego Rimski-Korsakov consideraría incompleta y pobre para acabar haciendo su propia revisión de la obra.
En Boris Godunov todo es demasiado premonitorio: el protagonista está abocado a la autodestrucción. Este presagio ominoso recorre toda la obra, todas las palabras que pronuncia el gran zar ruso. En una metáfora que aún todavía adquiere pleno sentido, lo tiene todo menos sosiego en su espíritu. En momentos en que nos recuerda al Ricardo III de Shakespeare o al desgarrado Felipe II de Verdi en Don Carlos, llega a decir: «En el esplendor de mi poder ilimitado he implorado el consuelo con lágrimas».
Klaus Michael Grüber, sobre una escenografía del pintor Eduardo Arroyo, plantea una escena netamente conceptual, minimalista en todas sus líneas. Suelos ajedrezados, tronos poliédricos. En el primer acto, nos presenta un gran muro de hormigón que simboliza a una monarquía, la zarista, que era invisible al pueblo. Entre turquesas y dorados, dos colores muy presentes en las cúpulas de las iglesias rusas, discurre la obra, con un zar bañado en oro, que recuerda a los iconos y a aquel rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba. En el apartado menos conseguido quedan aspectos como el vestuario del coro, que la obra pretende presentar en contraste con la corte, como si fueran pordioseros, pero que hoy día pasarían por un grupo cualquiera de turistas. También el cuadro del convento, que Grüber lo centra en un mini escenario de apenas dos metros cuadrados: se cuentan demasiadas cosas muy importantes para seguir bien la trama sin el apoyo de movimientos escénicos que adviertan al espectador de la relevancia de la historia que cuenta el viejo monje.
Samuel Ramey dibujó un Boris Godunov convincente, trabajado desde la experiencia que atesora el gran bajo norteamericano. Su voz, lógicamente, acusa el paso del tiempo, pero sigue teniendo gran parte de las facultades que le han hecho famoso. Muy bien el Varlaam de Vladimir Matorin y, particularmente, dejó una gran impresión Stephan Rügamer, con un Príncipe Chuiski al que prestó un timbre muy bello y personal. Excelente la dirección musical de Jesús López Cobos, que contó con una orquesta flexible en todas las partes de la partitura, en especial la sobrecogedora escena de la muerte final. El coro, al mando de Jordi Casas, cumplió con las expectativas.
Texto: Felipe Santos
Foto: Javier del Real

1 Response

  1. «Boris Godunov» en el Teatro Real

    Levantó el telón de esta temporada el Teatro Real con una ópera de concepto eminentemente psicológico y simbólico, donde la escena sugiere más que muestra. No es una ópera fácil la de Modest Mussorgsky (1839-1881). Escrita sobre el drama de Pus…

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