25 octubre 2009

Diccionario del dandi

Como todos los términos o conceptos que se extienden y se popularizan, el del “dandismo” o el del “dandi” puede resultar equívoco; al oírlo cualquier persona, aunque no haya leído un libro en su vida, quizá se llega a hacer una imagen algo aproximada de su significado. Pero luego están los matices y las distinciones, y la imagen generalizada resulta demasiado simple, acercándose más a la idea de snobismo –actitud- o de elegancia –presencia-, y las dos dan una imagen errática del “verdadero” dandi.

Para acercarnos a esos matices específicos del dandi Giuseppe Scaraffia ha escrito el Diccionario del dandi, editado por Antonio Machado Libros. El autor traza muy bien este proceso “del fenómeno al mito”, y viceversa, como advierte enseguida, y, tras una detallada genealogía del dandi –que bien podría ampliar, pero el formato y la idea no lo necesitan-, pasa a definir cada rasgo distintivo de este tipo de hombre (casi) moderno –hoy apenas quedarían parodias reconocibles- a través de un diccionario que abarca todas sus cualidades.

La historia oficial comienza con G.B. Brummell en Gran Bretaña, un amigo demasiado sincero para Jorge IV, aunque en el imaginario literario haya prevalecido la figura del dandi francés, cuyo origen no era otro que cierta anglomanía de moda que luego se fue diluyendo en su propia versión parisién, según vemos, por ejemplo, en algunos protagonistas de Balzac. En cualquier caso, encontramos ciertos rasgos y lazos comunes con un romanticismo algo tardío. Si bien cuando se piensa en un dandi, como decíamos, lo primero en que se piensa es una persona escrupulosamente bien vestida (donde escrupuloso significa cuidado hasta el último detalle, pero no necesariamente impoluto, todo “de estreno”) –pero no a la moda-, las raíces de esta exteriorización del carácter son otras –Thomas Carlyle señaló un mismo trayecto- que Scaraffia desgrana una a una.

Si empezamos también por la indumentaria, recordamos que el adorno del dandi no es casual, ni abusa de ellos. Curiosamente, Adolf Loos, el arquitecto contra el ornamento, no dejaba de ser un dandi. Así lo podemos leer en sus escritos sobre la corrección en la vestimenta y los absurdos y abusos de la moda, a cuyos acólitos afectados y groseros llamativos calificaba de “lechuguinos”. Una lectura más directa y personal, claro está, de los agudos análisis sociológicos de Georg Simmel.

Pero más allá de la indumentaria, con este diccionario encontramos en su conjunto resumidos rasgos que reconocemos en muchos escritores y personajes de la literatura. Muestran cierta actitud “antimoderna”, correctos pero con relativa impertinencia. La infelicidad o, mejor, su insatisfacción, la añoranza del suicidio, la contemplación de la belleza como reflejo de lo triste, todo lo transformaban en ironía. O al menos lo intentaban.

Cuesta distinguir la extravagancia del dandismo –no hace falta ser extravagante para denotar cierta individualidad- si recordamos el negro riguroso junto a los lazos enormes de Baudelaire, los abrigos amarillos chillón de Maiakovski en pleno auge de los soviets, la ropa ultraceñida de Vigny –¿o era D´Aurevilly?, etc. Quizá, para no quedarnos con esas simples extravagancias en su aspecto –Dalí posiblemente se quedara sólo en eso, la parodia- debemos acudir a sus obras junto a su temperamento para descubrir que no era precisamente la afectación o ligereza los que les distinguía. Más bien el descontento contra todo, contra la vulgaridad que todo les resultaba. Esa actitud que algunos denominan avant-garde no era más que una respuesta. Y para distanciarse de la vulgaridad no sólo necesitaba de la ironía, también de la soledad. Con lo cual terminaban, melancólicos, cansados de ellos mismos. Vuelta a la ironía.

El pequeño libro de Giuseppe Scaraffia resulta ser, como quien no quiere la cosa -seguramente sí-, un repaso a algunos de los mejores escritores, artistas y personajes de un siglo XIX decayendo hasta el XX, donde posiblemente, tal y como nos lo describe el autor, apenas queden restos reconocibles, salvo excepciones. La aparente superficialidad de mentes complejas y, en la mayoría de los casos, geniales. Cada uno a su particular manera.

José Antonio Vázquez (Equipo Dosdoce)

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