18 mayo 2020

Notas para una incierta rentrée editorial, y siguientes

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Por José A. Vázquez

De todos ya es sabido que la actual situación de pandemia, la obligatoriedad del confinamiento, el cierre de fronteras, la paralización de la industria está abocando a todos los sectores a una gran crisis y con ello, a los que puedan adaptarse, a una transformación substancial.

La cuestión es si de verdad se va a aprender, en este caso el sector editorial, sobre la necesidad de hacer cambios, y que estos cambios sean definitivos, preparatorios, preventivos y eficaces, y no sólo parches de los que poder hacer uso en situaciones de riesgo como la actual. El sector no puede subsistir sólo de ayudas públicas, y apelar al apoyo de los lectores sin cambiar nada a su favor cuando ellos también van a sufrir las consecuencias de esta crisis tampoco es una solución definitiva.

Panorama de crisis

El mundo de libro está sufriendo una más que notable desestabilización de su ecosistema. Se apela también al valor del libro como herramienta de conocimiento, esencial para construir una sociedad crítica, intercambiar y comparar ideas, etc., etc. Se supone que señalando lo esencial de las librerías y requiriendo la generosidad de los lectores va a ser suficiente para hacer que todo vuela a ser como antes. No parece que vaya a ser así a corto plazo.

Se avecina una crisis mayor que la anterior, quizá dure menos, aún no se sabe, pero dadas las previsibles cifras de paro, de cierre de empresas en todas las industrias, mucha gente va a tener que elegir cuidadosamente en qué gastar su dinero,  a los que les quede algo que no sea para gastos esenciales. No hay más que echar una mirada a los datos de la pasada crisis.

Los lectores ávidos, que son los que más compran, aguantarán en parte con lecturas pendientes y alguna relectura, también comprarán, pero menos. Y el resto harán lo que puedan, pero comprar muchos libros posiblemente no esté entre sus primeras opciones en los casos más graves, como sucedió en la anterior crisis (se puede ver la cronología de aquélla viendo rápidamente los datos de algunos de esos años: 2007 –aumenta el libro de bolsillo, un indicador claro de la situación-, 2011 –se desploma hasta el libro de bolsillo-, 20132014 –sigue cayendo-, y 2017 –aún caía el bolsillo cuando ya comenzaba la subida).

En este panorama las bibliotecas van a cobrar un nuevo protagonismo, si bien el miedo al contagio tampoco será su aliado. Afortunadamente están casos como eBilio y eLiburutegia y sus increíbles datos durante este encierro (igual será también el momento de repasar licencias y hacerlas más flexibles).

Es cierto que han surgido muchas ideas e iniciativas tanto a nivel privado como institucional (en este enlace de la European Writers Council se recogen de manera actualizada en cada país tales iniciativas de carácter institucional) para subsistir al confinamiento: venta online, fortalecer el formato digital, vales de compra, etc. No obstante parece que aún hay cierta resistencia a pensar en la posibilidad de que esta situación no se repita, y siempre conviene estar preparados con antelación. Deberíamos tener claro el sector quiere estarlo o sencillamente salir del paso soñando con qué, cómo no, todo sea como siempre ha sido. Asimismo, podría haber otra crisis que socave las herramientas digitales, y también convendría estar preparado para eso.

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Lamentablemente, es posible que haya librerías que no superen este trance, al igual que editoriales independientes. La convivencia de formatos de la que siempre se ha hablado, muchas veces con la boca pequeña, se ha hecho hoy mucho más evidente. Ya no se trata de decir que los formatos digitales ahora sí vayan a salvar al sector, sino de que su presencia tome el valor que merece y dejen de ser el hermano molesto al que hay que soportar.

“Nuevo” ecosistema

La complementariedad se debe basar en construir por fin un ecosistema multicanal que favorezca sobre todo el acceso a la lectura para el mayor número de lectores, de papel o/y digital. Ha llegado la hora de tener de veras presente que existen para todos, y lo harán aún más, dos modos de consumo: en las tiendas y desde casa.

Las alternativas digitales ya no pueden ser sólo estáticas en el actual marco. Tienen que fluir como lo hacen otros contenidos online. Diferenciando siempre la naturaleza de las audiencias. Se opta en ocasiones por llevar un modelo Netflix a todo tipo de contenidos sin que parezca que se haya estudiado siempre el comportamiento y hábitos de esa otra audiencia. Es más, muchas veces queremos trasladar costumbres de consumo entre países cuyo comportamiento es diferente, sus hábitos de pago son otros, homogeneizando costumbres y gustos que distan mucho de ser iguales. Por eso sería conveniente ir haciendo encuestas y estudios demográficos y de nivel adquisitivo sobre los lectores y su voluntad de comprar libros y probar otros modelos de acceso y compra para ir viendo cómo poder afrontar la crisis a cada paso.

Es muy posible que sea ahora finalmente el momento de la suscripción, preferiblemente para los lectores jóvenes, más móviles y más versátiles, que se han acostumbrado a dibujar lo que quieren de una multiplicidad de contenidos. También es su forma de controlar su presupuesto y adaptarlo de acuerdo a sus deseos. Los lectores de siempre son algo más reacios a estos modelos, serán más duros de convencer. Da igual que también tengan cuenta en Netflix y HBO, para ellos los libros son diferentes. Pero para los más jóvenes ya no lo es tanto, al menos en cuanto al acceso directo y modos de pago. En cualquier caso, de todo esto ya se ha hablado mucho y con datos positivos en este sentido aquí mismo.

Lo importante es tener presente a día de hoy que las ubicaciones físicas y las plataformas de transmisión están dirigidas a diferentes lectores o que deseen acceder a estas dos posibilidades complementarias.

Ya se sabe que los modelos digitales permiten que las editoriales más pequeñas, que asumen mayor riesgo editorial y financiero, puedan lanzar nuevos autores. La  desmaterialización de contenidos obligada de este confinamiento está experimentando un tremendo auge que sorprende incluso a los principales interesados. Y lo que ha quedado evidenciado es la fuerte dependencia de lo físico en todo lo que se refiere los libros hoy en nuestra sociedad: la librería, los medios, las bibliotecas, la educación. O lo que es lo mismo, la dependencia digital si no se está preparado en este sentido.

Competir con Netflix y YouTube va a ser más difícil que nunca cuanto más tiempo estemos con limitaciones.  Las campañas sobre la lectura (tan habitualmente mal enfocadas, tendentes a homogeneizar el mensaje de que “hay que leer porque es bueno”, sin más, sin segmentación ni base de estudio profundo en tantas ocasiones), así como sus modelos, tienen que adaptarse a este nuevo estilo de vida, limitado, desmaterializado de manera forzada o higiénica, y de propuestas de fácil acceso. Quizá si eso también incluya hacer series literarias en episodios para leer, más bien volver a ellas; la literatura, hasta la más clásica, se ha movido siempre de manera cómoda en este sentido.

Ofrecer los archivos digitales gratis ha sido un buen gesto durante las primeras semanas de confinamiento, pero ¿qué sentido tiene entonces luego poner precios que apenas difieren en ocasiones de la versión en bolsillo, incluso más caro? Los lectores que hayan descubierto el beneficio y comodidad de la lectura digital por primera vez en parte gracias a la gratuidad verán que tienen  que pagar un precio que no se corresponde con lo que esperaban. Volver a la relectura o a la biblioteca les parecerá más fácil.

Rentrée

Los libros que salieron desde finales de marzo hasta el estado de alarma han perdido su oportunidad de ser visibles. Ni su elegante camisa de novedad les ha permitido pasearse por las librerías.  A partir de entonces, todos los títulos que estaban programados van a tener que esperar (a punto de publicar este artículo me entero de que Errata Naturae ha anunciado el cese temporal de su actividad editorial). La mayor ola de arrastre ha sido mayo, pero les seguirán los meses siguientes hasta septiembre, quizá después. Una rentrée en un escenario que no se veía casi desde conflictos armados. En Publishers Weekly están haciendo una recolección de información al día de lo que está sucediendo en el sector a raíz de la crisis de salud actual.

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San Jordi y la Feria del Libro de Madrid perdidos, dos fechas que ayudan a que a muchas editoriales les cuadren las cuentas antes de la temporada siguiente. Aunque las obras de antes del verano se pasen a otoño (incluso hay grandes editoriales que tienen títulos preparados para el estío, la playa, el descanso, tanto de ficción como no ficción; todo eso pasará de puntillas o para el año que viene), la siguiente oleada tendrá que pasar a 2021. Al menos esto, por fin, no obstruirá las librerías con una llegada masiva de novedades editoriales, uno de los grandes problemas del sector. Pero pequeñas y medianas editoriales van a notar los efectos de esta crisis a largo plazo hasta 2021, o incluso 2022. Además de este panorama, el sector se va a cobrar también puestos de trabajo.

Hasta ahora se ha pensado que desarrollo de lo digital intensifica la competencia en torno al contenido y debilita la industria editorial. La gama de contenido de entretenimiento ha crecido. Y la lectura como acto, que es una actividad básicamente solitaria, no se adapta siempre a los nuevos usos sociales. Las estadísticas suelen mostrar esto muy bien: hasta los diez años de edad, los niños leen mucho, están en la fase de aprendizaje, y la lectura es más social, en compañía de padres, profesores, en la escuela. Tan pronto como se convierten en adolescentes, la lectura se vuelve menos importante y los videojuegos u otros modo de entretenimiento ocupan cada vez más su tiempo.

Los procesos de edición y flujos de trabajo son cada vez más digitales, a la vez que el  producto final sigue siéndolo poco. Y no sólo la desmaterialización se refiere al producto final, en marketing digital aún hay mucho que hacer, como por ejemplo un mayor trabajo de “curaduría activa” por parte de editores, y no sólo presentaciones y lecturas públicas, que ahora van a ser más difíciles de hacer. El lector no deja  de ser también hoy en día un usuario (de redes sociales, de la web de la editorial, de las noticias de sus autores), y como tal, puede relacionarse con él de manera personalizada y a la vez dentro de una comunidad online.

Se suele decir que el lector es el cliente final, pero es más cierta la afirmación de que todavía hoy el cliente directo de la editorial es el librero, que es el que vende los libros en su establecimiento.  Y este va a ser otro de los eslabones más castigados. Dado el panorama en el descenso de ventas, la ayuda entre editores y libreros va a tener que ser mutua.  Esto significa, perder miedo a la venta directa por parte de las editoriales, no ser castigadas por ello, y favorecer el curso de producción del libro según las necesidades reales de las librerías, volver a dar protagonismo al fondo. Esto incluye que las editoriales hagan máximos esfuerzos en dar visibilidad a su fondo, a relanzar por así decir, esos títulos, y que a librería por fin respire vendiendo esos libros que llevan más tiempo en librerías (Los libreros en Francia tienen muy claro que es el momento de terminar con un sistema de fechas y novedades que le ahoga, así lo acaban de declarar).

La llegada del Covid-19  requiere repensar las estrategias de producción y editoriales. Para este año se ha terminado la estacionalidad, y como haya rebrotes del virus y hasta que tengamos una vacuna segura, esta situación del todo diferente puede alcanzar fácilmente el 2022.  Ferias del libro, premios literarios (demasiados, y las ventas que esto supone según cuales de ellos), y otros eventos de promoción similares -donde el contacto directo con el otro es obligatorio- también anulados, al menos presencialmente.

Por supuesto, habrá nuevos libros en las librerías el próximo otoño, pero muchos menos. Pero el inicio de la temporada literaria será muy diferente al de años anteriores. De hecho, otra consecuencia de la epidemia será una suerte de la inflación de manuscritos recibidos en las editoriales. Malos tiempos para los autores noveles frente a las apuestas seguras de las grandes casas (los impacientes podrán probar con la autoedición). Lo mismo pasará un tiempo con las compras de derechos en ferias importantes. Ahora toca andar con cautela por un tiempo con el gasto.

Revisión y cambio

Aunque el panorama no sea tan negro como el descrito, aunque se llegase a un otoño de tono casi primaveral después de haber perdido el verano, aunque los índices de lectura hayan subido durante el confinamiento, el sector no deja de enfrentarse a pérdidas, y a la necesidad de ventas, en un panorama, insisto, en el que muchas personas van a ver su nivel adquisitivo seriamente mermado. Esto hay que tenerlo en mente, y esto sí va a ser la nueva normalidad durante un tiempo considerable.

Quizá mayor el aliado del libro sea precisamente Netflix, paradójicamente. Es decir, que llegue un momento que la gente quiera desconectar de la pantalla de televisión, del embotamiento de ver series tras series. Pero eso es sólo una suposición. El sector se tiene que salvar y ayudar por sí mismo, no esperando sólo que lo hagan otros por él.

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Por tanto, para esta rentrée que no será tal, sino más bien un momento de adaptación y -al menos debería- de seria prevención por lo que pueda pasar, las grandes bazas del sector serán los formatos digitales (ebook y audiolibros, y mayor presupuesto en este sentido), las reimpresiones, reediciones y explotación del fondo editorial, y, quizá, el libro de bolsillo, que desempeña un papel importante en el equilibrio financiero del sector. Quizá ediciones más asequibles, si se quiere huir del término “de bolsillo”, de títulos de éxito, y a mejor precio. Todo esto, además, aquellos que se puedan permitir estas pequeñas inversiones, otros no les quedará más que el fondo, el formato digital y la espera.

Un buen momento para plantearse en serio –o al menos experimentar- con la impresión bajo demanda, con la que ya trabajan importantes casas editoriales en todo el mundo. Otras opciones para salvar a las editoriales más débiles pueden ser los microcréditos para pequeñas empresas. Así como las coediciones para proyectos más ambiciosos e incluso el crowdfunding en cualquier plataforma de las existentes. Es posible que los lectores prefieran colaborar con lo poco que puedan en un proyecto editorial y sentirse parte de él que gastarse una suma mayor en sus libros de siempre en un momento en que les va a costar más.

También buscar modelos de financiación o monetizar contenidos online, siempre y cuando estos últimos sean asequibles para los lectores que también son usuarios. Y, por último y para el sector en general, crear grupos de trabajo y estudio que sepan leer las necesidades y verdadero estado financiero del sector y con ello de los lectores, potenciales y habituales.

Cuando pase esta difícil situación, la lectura digital y audio habrá ganado adeptos que se quedarán con ella, a la vez que con el papel, y otros tendrán aún más necesidad de tocar sus libros impresos.

Dejemos de ver confrontación en esto para aprender de lo que está sucediendo.

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