10 julio 2017

La peligrosa complacencia del sector editorial

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Book overlay on the table, vía Shutterstock

Por José Antonio Vázquez

Es difícil entender el comportamiento de partes del sector, o de ‘opinadores’ sobre el sector editorial.

Más difícil es ver que hay incluso quien se complace cuando leen –muchas veces de manera parcial-  datos que indican aparentemente que el libro digital se ha estancado. Sobre todo cuando lo realmente preocupante serían los índices de lectura.

Esto en el caso de que el sector editorial, a día de hoy, sólo sea un sector en el que se editan y venden libros. Cuando es evidente que hemos entrado en la era de los servicios alrededor de los contenidos y de los productos y/o contenidos transversales a través de la expansión (esto sobre todo, o básicamente, en el caso de los grandes grupos editoriales).

Al menos reconforta que haya quien también se sorprenda tristemente de esta actitud de parte del sector (una actitud que demuestra una vez más lo incómodos que se sienten muchos ante la transformación digital frente a sus ensoñaciones de tiempos mejores, de salón y tertulias en cafés, imaginando, algunos, ser la reencarnación de Gaston Gallimard, ciegos ante las evidencias del paso del tiempo). Y reconforta aún más cuando es alguien que conoce muy bien lo que es trabajar en un  gran grupo editorial como Harper Collins, Sam Missingham, y que ahora está al frente de un nuevo proyecto: The Lounge Books.

Sam Missingham, en un artículo publicado en The Bookseller llama la atención sobre este tipo de comportamiento contradictorio y poco coherente. Una actitud que llama muy acertadamente “complacencia” ante el crecimiento de las ventas de libros en papel y también ante la supuesta caída o estancamiento del formato digital, entre otras cosas.

Dibuja de manera muy acertada también las primeras escenas que supusieron las etapas iniciales de la transformación digital, donde los editores “invirtieron importantes sumas de dinero en una variedad de iniciativas digitales: aplicaciones, plataformas de comercio electrónico, webs para su comunidad de lectores”. Grandes inversiones que en muchos casos supusieron grandes pérdidas.  En muchos casos, posiblemente, porque a esos intentos de innovación no les siguió una actitud firme de compromiso con lo que estaban haciendo.

Ha habido proyectos que, tras el esfuerzo y la inversión, se han visto enseguida abandonados al no ver un retorno de inversión claro y rápido –cómo no-, quedándose casi en el abandono, esperando que funcionaran solos, como si todo lo digital fuera sinónimo de automatismo.

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Startup company concept, vía Shutterstock

Como señala Missingham, “the intent may have been there, but the commitment certainly wasn’t”. Cierto, ha habido una cierta intención por innovar y apoyar nuevas startups, pero el compromiso se detiene a corto o medio plazo en muchos casos (acabamos de ver un ejemplo de esto ante el repentino cierre de The Spanish Bookstage). A veces se advierte una actitud de “eso en realidad no es lo nuestro, lo nuestro son sólo los libros”. De ahí, posiblemente, esa cómoda complacencia ante el resurgir del todopoderoso papel. Tirando piedras, ciegamente, sobre su propio tejado, como se suele decir.

Resume Missingham esta falta de actitud con una serie de condicionales tantas veces expuestos en estos años que ya pueden ser un lugar común, pero no por ello menos cierto: si el sector espera que nadie ajeno a la industria fuerce su disrupción, si nadie del sector investiga nuevos modelos de negocio, si no surgen nuevas tecnologías que ofrezcan experiencias diferentes y novedosas –en todos los hábitos, tanto de compra, búsqueda, contenidos, etc.- que no sean grandes corporaciones como Amazon, Apple o Google, el sector va seguir en su permanente estancamiento frente a los actuales y futuros Netflix.

Ejemplos hay para ver que cuando se apuesta y se persevera por hacer las cosas de manera diferente en un entorno nuevo y con segmentos de población dispuestos a moverse en él, los resultados son óptimos. Wattpad –la comunidad online de escritores lanzada en 2006- tiene hoy tiene 45 millones de usuarios y cerca 300 millones de historias. La particular y original  editorial Lost My Name, -que permite que los usuarios tengan un libro propio, único, en función de su nombre, su género y de su ubicación-, ha vendido más de 2,6 millones de libros ilustrados y acaba de firmar un acuerdo con el más que conocido autor Roald Dahl. Scribd afirma tener 500.000 suscriptores que pagan  8.99 dólares al mes para acceder a ebooks, audiolibros, y ahora también noticias.

Apunta Missingam en el mismo artículo otras iniciativas del sector de las publicaciones –muchas veces un ejemplo a seguir, en todos los aspectos- que se han proyectado más allá del propio contenido que ofrecen, como Condé Nast, el editor de la revista de moda Vogue, que ahora tiene su propia universidad de moda y diseño. O también Marie Claire, que tiene su propia plataforma de comercio electrónico de venta de cosméticos y una tienda física en Londres.

Es evidente, entonces, que hay maneras de expandirse, de diversificarse, incluso si se quiere sortear lo más puramente digital. Al final, los beneficios derivados de otras actividades harán que la empresa sea mejor. Aún cuando los editores únicamente se quieran centrar en lo que es, ciertamente, su principal función –publicar libros y encontrar nuevos autores-, esbozar media sonrisa cuando se ve que algunos proyectos digitales dentro del sector se estancan (como si no hubiera proyectos editoriales que también lo hacen) o quedarse en el “ya lo decía yo” y en el “con lo bien que estábamos antes”, no va a hacer que las cosas sean mejores, bien al contrario.

Para quien no quiera ver que la transformación va mucho más allá del formato, que lo digital atraviesa de lado a lado todos los aspectos del negocio (de los flujos de trabajo a la producción, de la creación a la venta), sólo le queda seguir soñando con aquellos tiempos en que todo era más fácil y sencillo. Mientras, el tiempo pasa y otros Amazon vendrán que se lo hayan quedado todo mientras seguiremos pensando que la culpa es siempre del otro.

[Por cierto, para quienes estén interesados, Sam Missingam estará en Bilbao en septiembre como ponente inaugural de las Jornadas del Autor que organiza la Asociación de Escritores de Euskadi.]

 

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